10 planes para hacer en Ciudad de México
Sandra Martínez
La capital mexicana es un hervidero constante de sensaciones, olores, sabores y colores. Es imposible permanecer indiferente. Gigantesca, inabarcable, caótica, está llena de planes de todo tipo y para todos los gustos. Como toda gran ciudad, hay que ir varias veces para intentar conocerla. Como toda gran ciudad, tiene decenas de problemas y asuntos por mejorar, pero la gran diferencia, para mí, es que tiene una energía arrasadora e imparable, que pocas capitales en el mundo poseen.
Este año fui a Ciudad de México en dos épocas distintas: en marzo, en plena primavera, cuando las jacarandas de azul violáceo lucían radiantes en las calles, el clima era templado y no había tantos turistas caminando, y en junio, en pleno verano, cuando la temperatura rompió un récord histórico, y el ambiente que se respiraba era más de vacaciones, fiesta y gente de múltiples acentos en cada esquina.
Un guía me explicó que lo más habitual es que los turistas permanezcan dos días en la capital y luego se vayan a otro destino en el país, pero en Ciudad de México vale la pena quedarse más tiempo. Hay demasiado por hacer y por ver. Así que, al sentarme a escribir este texto, sentí que una buena manera de hacerlo era contar los diez planes que más me habían impresionado. Obviamente, quedaron decenas de cosas entre el tintero, más actividades que quisiera narrar, pero esto lo repetiría.
1. Ir al Museo Nacional de Antropología, caminar por sus jardines y tomar un café en la Sala Gastronómica
De niña tenía un sueño: quería ser arqueóloga. No sé bien de dónde provino ese deseo, pero era recurrente imaginarme excavando y descubriendo importantes yacimientos arqueológicos. Así que, obviamente, cuando llegué al Museo Nacional de Antropología, ese recuerdo de infancia fue el primer pensamiento que se me cruzó por la mente y tuve una conexión inmediata con el lugar.
Este museo, construido en 1964 por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, no solo es un ícono de la arquitectura urbana del siglo XX, sino que exhibe las colecciones arqueológicas y etnográficas más relevantes de México. Tiene 22 salas y 45.000 metros cuadrados, lo que lo convierte en el más grande del país.
Es imposible recorrerlo en un día, pero hay piezas que se deben ver, como la piedra del Sol, un monolito erróneamente llamado Calendario Azteca, de la cultura mexica, que mide 3,6 metros de diámetro y pesa más de 24 toneladas; la cabeza colosal 6, una de las esculturas emblemáticas de piedra de la cultura olmeca; un monolito de Coatlicue, la madre de todos los dioses según los aztecas, o la máscara de Pakal, una pieza funeraria de jade encontrada en la tumba de Pakal, un gobernante de Palenque (Chiapas), por nombrar solo algunas de las piezas que lo dejarán sin palabras.
Además, hay múltiples jardines en los que se pueden apreciar más esculturas; son espacios muy tranquilos, llenos de vegetación y de un silencio sorprendente porque están en pleno corazón de la ciudad.
Una buena parada es el café de la Sala Gastronómica, ubicado dentro del museo, ideal para tomar una bebida, comer un sándwich y sentarse a descansar bajo sus parasoles —al lado está el restaurante, por si quiere probar algo más abundante y tradicional—.
2. Visitar el castillo de Chapultepec
Un plan que me resultó muy agradable fue caminar por el bosque de Chapultepec —un parque urbano dos veces más grande que el Central Park de Nueva York—, ver a la gente hacer ejercicio, mirar alguno de los monumentos —como el altar a la Patria—, visitar la bellísima librería Porrúa y luego subir la pendiente para llegar hasta el cerro del Chapulín, donde se encuentra el castillo de Chapultepec. Considerado como el único castillo real de Latinoamérica, comenzó a construirse en 1785, durante el gobierno del virrey de la Nueva España, Bernardo de Gálvez.
Mi consejo es que, si va en verano, es mejor ir muy temprano, para disfrutar del viento y evitar el sol del mediodía en la subida hacia el castillo, así como las largas filas de turistas y estudiantes de colegio.
Ya una vez arriba, el castillo alberga ahora el Museo Nacional de Historia y cuenta con dos espacios para recorrer: el antiguo colegio militar, donde se encuentran objetos e imágenes que narran la historia de México —desde la conquista en 1521 hasta el siglo XX—, y el Alcázar, que reúne en el primer piso los muebles, utensilios, joyas y pinturas de la época en que el emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa, Carlota (1864-1867), vivieron en el castillo, mientras que en el segundo piso se encuentran los objetos cuando lo habitaron como casa de veraneo el presidente Porfirio Díaz y su esposa, Carmen (1883-1910).
Es un espacio muy llamativo, donde se puede entender un poco más la historia de este país y ver muchas cosas interesantes y variadas, como el carruaje del emperador Maximiliano o un mural de David Alfaro Siqueiros, además de tener una espléndida panorámica del bosque y parte de la avenida Reforma.
3. Comer en Rosetta
La cocina mexicana es muy variada y sabrosa. Adicionalmente, hay más de una docena de chefs de gran reputación que hacen cosas increíbles en los restaurantes de la capital, pero elegí Rosetta porque a su chef, Elena Reygadas, la galardonaron este año como la mejor del mundo en los premios The World’s 50 Best Restaurants.
Rosetta abrió sus puertas en 2010 en una hermosa casona sobre la calle Colima, de la colonia La Roma. El restaurante tiene un espíritu fresco y bohemio, y su cocina se caracteriza por darle un toque contemporáneo a la gastronomía mexicana, utilizar ingredientes locales y de temporada provenientes de pequeños productores —vegetales y plantas tienen un lugar fundamental—, y emplear técnicas de la cocina italiana.
Los platos sorprenden por sus sabores equilibrados y diversos, como su taco de col rizada con salsa de pistacho pipián y romeritos, o la ensalada de tomate verde, higos, melaza y queso de Ocosingo; para los más osados, hay unos tallarines con escamoles —larvas de hormiga güijera, un alimento muy popular de la comida prehispánica—.
Si pueden, pregunten por Miguel, quien además de guiarlos con el menú, tiene unas anécdotas increíbles, pues estuvo ocho meses en el restaurante Leo, en Colombia, y se siente feliz de haber trabajado, literalmente, con las dos mejores chefs del mundo —Leonor Espinosa fue la mejor en los The World’s 50 Best Restaurants en 2022—.
Unos días más tarde fui a la panadería, que queda a pocos pasos del restaurante, y que también se llama Rosetta, para probar el famoso rol de guayaba que elabora Reygadas, pero no logré entrar por la gran cantidad de personas que hacían fila. Habrá que volver.
4. Caminar por el centro de la Ciudad de México
Una secuencia de cinco minutos de la celebración del Día de los Muertos en la película Spectre, de James Bond, bastó para que el número de turistas extranjeros se incrementara exponencialmente en esta zona de la ciudad, según cuenta el guía Francisco Ibarlucea, quien nos acompañó en este recorrido.
Así que, por esa razón, esta caminata comienza justo en el Gran Hotel, el precioso espacio de estilo art noveau al que llegan James Bond y su acompañante antes de que el agente 007 salga a correr por la azotea y explote un edificio. De ahí vamos a la plaza de la Constitución, más conocida como el Zócalo, la plaza más grande de la capital —el guía asegura, además, que es la cuarta del mundo en tamaño—, pero extrañamente vacía ese día; en el Zócalo se encuentran la catedral, que vale la pena visitar también; el Palacio Nacional, sede del gobierno federal, y el antiguo Palacio del Ayuntamiento, sede del gobierno actual.
Justo a un costado de la catedral se halla el Templo Mayor, origen de la gran Tenochtitlán, centro de la vida religiosa y política de los mexicas, que contiene vestigios de este templo dedicado a Tláloc, dios de la lluvia, y a Huitzilopochtli, dios de la guerra. Es un espacio ritual sorprendente, que cuenta además con un museo que alberga la mayoría de los objetos que se han encontrado en las excavaciones, como el impresionante monolito de la diosa Tlaltecuhtli, descubierto en 2006.
De allí, luego de almorzar en algún lugar del centro, vale la pena ir a la Secretaría de Educación Pública, donde están los murales que el artista Diego Rivera pintó entre 1923 y 1928 por invitación del secretario de Instrucción Pública, José Vasconcelos.
La entrada es gratuita, el espacio es precioso y, como todo en esta ciudad, es gigante, por lo que puede tardar horas en apreciarlos. Son dos patios, el de Trabajo y el de las Fiestas, con tres pisos cada uno y con murales que representan tanto escenas de actividades de los trabajadores como diversas celebraciones mexicanas. ¡Impresionante!
Este es uno de los planes que más tiempo conllevan por los numerosos sitios que uno puede conocer. Así que en este punto puede tomar el metro para llegar al original mercado de San Juan, reconocido por vender alimentos de comida prehispánica, como hormigas chicatanas, gusanos y hasta alacranes con chocolate, atravesar el barrio Chino hasta encontrar el Palacio de Bellas Artes, uno de los edificios más icónicos de la capital y centro cultural del país, y finalizar la jornada a pocos metros, en el palacio de los condes del valle de Orizaba, más conocido como la Casa de los Azulejos, gracias a la cubierta de azulejos de talavera poblana que recubre la fachada. Ahora es la sede de Sanborns, un tradicional café donde podrá disfrutar de un squash helado, una bebida de agua con gas, piña y fresa, muy refrescante.
5. Navegar en una trajinera en Xochimilco y almorzar en una chinampa
Los canales de Xochimilco, que en náhuatl significa ‘campo de flores’, son patrimonio de la humanidad desde 1987. Se encuentran en el sureste de la ciudad, y forman parte de un antiguo y extenso sistema de transporte inventado por los aztecas. Ahora son reconocidos mundialmente porque la gente se sube en una barca de colores brillantes, llamada trajinera, toma pulque, una bebida fermentada del aguamiel del agave, y celebra cualquier ocasión con mariachis.
Sin embargo, fui a hacer un plan distinto en Xochimilco, organizado por Rutopía, una agencia que promueve viajes con impacto social. Al llegar a los canales, emprendimos un recorrido en la trajinera para observar la fauna y flora endémica; luego nos detuvimos en una de las chinampas, granjas insulares construidas artificialmente sobre el lago y que conforman un sistema agrícola muy productivo y eficiente.
Allí hablamos con los campesinos que siembran los cultivos de maíz, acelgas y otras verduras, así como con los encargados del refugio del ajolote, un reptil en peligro de extinción y el único vertebrado que tiene la capacidad de regenerarse —dicen que es la inspiración real de Chimuelo, el personaje central de la película animada Cómo entrenar a tu dragón—. Finalizamos con un sabroso almuerzo de la granja a la mesa, literalmente, en medio de la chinampa.
6. Ir a la catedral de la lucha libre
Si soy honesta, dudé mucho en ir a este plan, porque no me gustan los deportes violentos, pero todos mis amigos mexicanos me lo recomendaron. “Te vas a divertir mucho. Tienes que vivirlo”, escuché una y otra vez. Y sí, es toda una experiencia de la cultura popular de esta ciudad, que comienza desde que uno llega al Arena México, en la colonia Doctores, la catedral de la lucha libre y sede principal del Consejo Mundial de Lucha Libre.
Es viernes en la noche. En las calles cercanas hay centenares de personas que caminan apresuradas para llegar pronto al espectáculo, al igual que una hilera de puestos callejeros para comprar la máscara de sus luchadores favoritos; también hay puestos de tacos, y música a todo volumen. Místico, Templario y Soberano se enfrentarán a Volador, Dragón Rojo y Titán. El bien frente al mal.
Ya adentro, es un show, una puesta en escena. Es gritar de la angustia ante las acrobacias y los saltos fuera del ring de los competidores. Es ver a los niños defender a sus héroes. Es reír a carcajadas. Es seguir gritando para que no le quiten la máscara a la fuerza a uno de los contrincantes. Es, sin duda, una catarsis colectiva. Ya lo decía el escritor y periodista Carlos Monsiváis: “En México, lo único verdadero que existe es la lucha libre”.
Este año, además, este deporte-espectáculo cumple 90 años en México, y hay muchas actividades para celebrarlo como debe ser.
7. Visitar la Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán
Hay lugares que tienen un encanto particular, una energía invisible que los atraviesa. Este espacio, que Frida Kahlo, la artista mexicana más reconocida en el mundo, habitó durante diversas épocas de su vida, primero con su familia y luego con su esposo, el artista Diego Rivera, posee esa magia.
Y es que en la Casa Azul, en Coyoacán, ubicada en la parte sur de Ciudad de México, uno puede percibir los pasos de la artista, ver tantos detalles, como su cuarto, la cama con un espejo en la parte superior desde donde pintaba cuando sufrió el accidente de tránsito, sus pinturas, el caballete, la cocina, la fuente. En el patio de la casa se exhibe un video emotivo de su vida y también hay una exposición de los hermosos trajes que solía vestir y que la convirtieron en un ícono de la moda.
Si le gusta la artista, tiene que visitar el lugar, pero si no la conoce, es una bella oportunidad para acercarse a su obra y vida. Como es tan popular, debe reservar con tiempo las boletas por internet, porque no es fácil encontrar cupo; la entrada vale cerca de $60.000 y cobran un precio adicional por tomar fotografías.
Si dispone de tiempo, puede aprovechar para recorrer una parte de Coyoacán. Una opción es tomar el tranvía, que lo llevará por el centro histórico, mientras que un guía le contará historias y anécdotas de los principales lugares.
8. Caminar por la Condesa y la Roma
Alguien me dijo que cuando caminara por estos barrios seguro escucharía más acentos de extranjeros que de mexicanos, por dos razones: México nunca cerró sus fronteras durante la pandemia y la gentrificación hizo que hubiera muchos más foráneos —que tenían más poder adquisitivo— viviendo en estas zonas de la ciudad.
Aparte de ese detalle, estos dos barrios, que originalmente eran de clase media, son preciosos. Así mismo, gracias a la película Roma, de Alfonso Cuarón, ganadora del Óscar a mejor película extranjera en 2019, ganaron fama global. Lo cierto es que cuentan con amplias avenidas decoradas por árboles, bellos parques —como México y España—, mansiones de estilo art noveau y apartamentos art déco, restaurantes exquisitos de todo tipo de cocinas, bares, galerías, cafés, hoteles, librerías. Son un hervidero cultural.
9. Ir a la basílica de Guadalupe y a las pirámides de Teotihuacán
Una buena manera de visitar estos dos impresionantes lugares, en un solo día, es tomar un tour en el hotel. Habitualmente, primero va uno a la basílica y después a las pirámides de Teotihuacán, a las afueras de la ciudad.
Ubicada al pie del cerro de Tepeyac, la basílica es un santuario de la Iglesia católica dedicado a la Virgen de Guadalupe, patrona de los mexicanos; es el segundo recinto religioso más visitado del mundo, después de la basílica de San Pedro, en Roma. Según cuenta la tradición, a un índigena llamado Juan Diego esta Virgen se le apareció cinco veces en 1531.
El complejo, obviamente, es gigante y comprende varios edificios: la capilla del Cerrito, la capilla del Pocito, el museo, la antigua basílica y la nueva basílica, construida en 1976 bajo la dirección del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez —el mismo del Museo Nacional de Antropología—. En el tour, solo se alcanza ver con calma esta última, donde se encuentra la imagen de la Virgen, que se puede ver mientras uno pasa por una banda eléctrica —me quedé con las ganas de ver el resto—. La basílica por dentro es preciosa y tiene una base circular que facilita la visibilidad de los peregrinos.
Y aproximadamente a 40 kilómetros del norte de la ciudad se halla la zona arqueológica de Teotihuacán, una de las mayores ciudades de Mesoamérica en la época prehispánica, que alcanzó a tener 100.000 habitantes, y de la cual no se sabe con certeza cuál civilización la creó.
Sin duda, la llamada Ciudad de los Dioses es un viaje en el tiempo; vale la pena contemplar la pirámide del Sol, el palacio de Quetzalpápalotl, la calle de los muertos y la pirámide de la Luna. Aunque después de la pandemia ya no se puede ascender por las pirámides, es igual de impresionante verlas a la distancia e imaginar todo lo que se vivió hace unos siglos.
10. Recorrer el paseo de la Reforma de día e ir a Salazar de noche
El paseo de la Reforma es la avenida más emblemática de Ciudad de México. En un principio se llamó paseo de la Emperatriz, ya que Maximiliano I de México encargó su trazo durante el Segundo Imperio Mexicano. De catorce kilómetros de extensión, existen varios monumentos que lo recorren, como el monumento a la Revolución o el Ángel de la Independencia. Los domingos hay ciclovía, y es una manera distinta y agradable de recorrerlo.
Justo al frente del Ángel de la Independencia se encuentra Salazar, un bistró de comida preparada al humo de leña y carbón, localizado en el octavo piso del paseo de la Reforma 333. La vista de la ciudad es imperdible y la comida, exquisita. Vinos orgánicos y locales, y platos como la olla de almejas en vino blanco, resultan una gran excusa para pasar una velada agradable y romántica, sobre todo en la noche. Luego, con el clima de verano, se puede seguir caminando tranquilamente por esta avenida.
¿Dónde quedarse en Ciudad de México?
lntercontinental Presidente, en Polanco
Este hotel, recientemente renovado y situado en el distrito de Polanco, tiene una vista panorámica hacia los bosques de Chapultepec. Queda a tan solo 500 metros de la calle Mazaryk, donde se encuentran las principales boutiques de lujo del mundo, y cuenta con restaurantes de mucha reputación entre la sociedad mexicana, como el francés Au Pie de Cochon o el italiano Alfredo Di Roma. Además, dispone de una de las suites más grandes del país, la Diego Rivera, que mide 580 metros.
Otro punto a su favor es que tiene una estrecha relación con el mundo del arte, por lo que constantemente hay exposiciones de destacados artistas en sus espacios.