Siete cosas que debe saber sobre el Tíbet
Juliana Uscátegui
Es esta mi historia sobre el Tíbet, un país que sabemos espiritual, pero que solo existe en este contexto. Se trata de la historia de un viajero que llegó con ojos desprevenidos y una búsqueda religiosa que terminó en el encuentro de un espíritu que sobrevive siendo un fantasma.
El contexto para viajar el Tíbet
Tíbet ha tenido una historia de sube y baja, ha sido protectorado británico, ha sobrevivido a intentos de división, ha estado invadido varias veces; países como Rusia, China, India y Gran Bretaña han tenido que ver con él.
Una guerra mundial le devolvió su autonomía, pero el aparente equilibrio cesó en 1951 cuando fueron invadidos nuevamente y el Dalái y el penchan lama (segunda autoridad) debieron tolerar la administración conjunta de su país con la vecina república dominada por el Ejército Popular chino. Finalmente,Tíbet perdió y muchas personas fueron exiliadas hacia India, entre ellos el decimocuarto Dalái Lama.
El Tíbet no es lo que parece en la fotos
Cuando llegué por primera vez al Tíbet no tenía idea de nada de lo que ahí sucedía. Crucé los Himalayas pensando en que sería otro país, separado de China. Pero cuando arribé, me di cuenta de que era una provincia más. En un viaje que duró 20 días manejando a través de las montañas empecé a notar que los tibetanos no son chinos, ellos lucen diferente, hablan diferente, piensan diferente.
Tíbet no debería pertenecer a China, ellos no tienen nada en común; bueno…, sí, son pueblos maravillosos. Recuerdo mucho a los tibetanos: son simples, honestos y nobles, y fueron ellos quienes rescataron el valor de este viaje. Los tibetanos han sido aplacados: ya no hay escuelas en su idioma; promover, venerar o hablar de sus líderes está prohibido. Hay espías entre ellos. Conocí casas de locales que esconden fotos del Dalái detrás de sus cuadros. Son una fuerza silenciosa.
El permiso de los militares es de película
La primera parada se hace para llegar a obtener los permisos que conceden los militares para atravesar el Tíbet. Mis amigos y yo tuvimos que hacer parte de un festín militar en un karaoke en el que los soldados chinos tomaban cerveza con hielo en pequeñas copas una tras otra y tarareaban embebidos las bandas sonoras de las películas de Disney.
Un espectáculo aterrador que nos desubicó y que solo pusimos en contexto hasta iniciar el recorrido. Manejar a través de las montañas solo puede hacerse bajo la estricta ruta que marca la milicia. No es posible desviarse a conocer parajes inéditos y sin fichar.
Los hoteles para pasar las noches son los autorizados por el gobierno, llevamos unas carpas y gracias a nuestras canciones y participación en el karaoke pudimos salir ocasionalmente de la ruta a montar nuestro campamento. A veces dormíamos en los aterradores hoteles militares. Así que aceptando este lineamiento llegamos a nuestra primera estación.
Invasión occidental
Fue así como arribamos a Lithang en épocas del Festival de Caballos, un evento ancestral con mucha acogida, lleno de colorido y costumbres tibetanas, pero triste contraste con la farándula china transmitiendo el evento por televisión: los balcones VIP entre los bailes tradicionales.
El tibetano como idioma está prohibido, así que todo transcurrió en un clima de falsedad. Mientras ocurrían los festejos, el movimiento independentista se subió a una de las tarimas y gritó: “Dejen que el Dalái Lama regrese a casa” y empezaron los disturbios.
Gases lacrimógenos, monjes golpeados, niños ahogados en llanto, la estampida humana huyendo de la violencia militar que inclemente aplacaba sus pasos. Dos personas fueron arrestadas y la fuerza pública fue hasta los monasterios en busca de los familiares. Hasta hace poco seguía la historia y supe que no habían aparecido. Una raya más de este tigre imperialista.
Guerra en la calma del Tíbet
Abrazada por las montañas tibetanas se encuentra la capital y centro principal religioso: Lhasa. Queríamos un poco de calma y meditación. Los monjes en sus templos hacen sus mantras en medio de los tumultos de turistas, en su mayoría chinos.
Buses llenos de personas llegan uno detrás del otro a tomar fotos con sus cámaras y sus flashes. Jokhang,el templo principal de Lhasa, famoso por su sublime tejado, es ahora un museo; la paz y el silencio ya son leyenda.
Intentamos seguir el ritmo de los monjes para obviar el ambiente caótico pero fue difícil. Nosotros sí nos rendimos. Los monjes en su microcosmos llevan una guerra interna entre el ruido y la calma. Esta es la guerra pasiva del Tíbet.
Los peregrinos del Tíbet
A lo largo de la carretera a Lhasa encontramos nómadas que hacen el peregrinaje hacia la ciudad en tiempos de entre seis meses y un año. Atraviesan el territorio realizando miles de postraciones; no dan más de tres pasos sin dejar pasar una postración completa.
Esta práctica impresiona pues la fuerza de voluntad y el fervor de los peregrinos entra en contraste con el caos que los rodea en esos momentos. Ese constituye el objetivo de esta práctica budista: aplacar el orgullo y hacer méritos. Se hacen frente a todos los budas (cuerpo, alma y espíritu) y frente a su espíritu. Una pequeña batalla ganada.
La amistad que salvó el viaje
Conocí a Rajú durante mi recorrido y aún seguimos en contacto. Rajú hace parte de los niños que sus padres llevan hacia la frontera con India para que crezcan en Dharamsala, la tierra donde fue recibido el Dalái Lama. Cientos de personas intentan atravesar ilegalmente la frontera para crecer o morir junto a él.
La travesía resulta cruel porque es entre la nieve y además tiene a los militares vigilando y asesinando a los infractores. Mi amigo fue criado en el orfelinato del Dalái Lama y al crecer quiso conocer a sus padrinos canadienses quienes durante 18 años le enviaron dinero a través de fundaciones que avalan este fin.
Estando en Canadá fue consciente de la realidad de los tibetanos y regresó para convertirse en un coyote de frontera y hacer que niños como él tuvieran la oportunidad de llegar a tierra sagrada. Hace unos años Rajú fue descubierto y detenido por los militares, que le quitaron sus papeles y ahora es un indocumentado en tierras tibetanas.
Ha perdido el camino. Hace poco me escribió una carta a mano pues todos los sistemas de comunicación están intervenidos. Entonces recordé que cuando estábamos en Lhasa revisamos nuestros correos y quise “googlear” la palabra Democracia. El resultado: Error 404.
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