Así se viven 72 horas en Toronto, una ciudad que sorprende

Sandra Martínez
El pasado 18 de noviembre, una brillante bola de fuego pasó por los cielos de Toronto antes de desintegrarse por completo en el lago Ontario y dejar a todos sus habitantes boquiabiertos. Fue una escena digna de una película de ciencia ficción y aunque no tuve la fortuna de ver al asteroide C8FF042 —como fue nombrado por la Agencia Nacional Europea—, hace un par de semanas pude ir a esta ciudad canadiense que me sorprendió por sus múltiples rascacielos, sus paisajes otoñales y su ritmo, mucho más lento y silencioso, en comparación con otras metrópolis del mundo.
Hubiera deseado quedarme más días para hablar con la gente, caminar por los barrios tradicionales y ver más cosas, pero este es un recorrido intenso de tres días para ver algunos de los lugares más icónicos e importantes de Toronto. Sí, ya sé que tres días son muy poco tiempo para conocer una ciudad, pero esta guía le puede servir si va a un país que tiene mucho por recorrer y que no presenta tantas similitudes con su vecino Estados Unidos, como los del sur del continente solemos pensar.
Toronto es la ciudad más grande de este país norteamericano y la más cosmopolita, porque se estima que el 60 % de su población viene de otras partes del mundo. Ubicada al noroeste del lago Ontario, se convirtió en la capital financiera de Canadá durante la década de los setenta, cuando un partido independentista ganó las elecciones en la vecina provincia de Quebec, con el objetivo de formar un Estado propio.

Esto generó incertidumbre y llevó a que miles de jóvenes, empresas y entidades financieras abandonaran Montreal, la capital de Quebec, y se establecieran en Toronto. A este fenómeno social se le conoce como el efecto Montreal.
Se estima que la ciudad tiene 2,8 millones de habitantes, aunque si se cuenta el área metropolitana, alcanza a los 5,9 millones. Tiene, además, la bolsa de valores más importante del continente, después de la de Nueva York y unos altos estándares de vida. Según el Global Liveability Index 2022, que todos los años realiza la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist, Toronto es la octava mejor ciudad en el mundo para vivir.
Viernes en Toronto
El aterrizaje
El vuelo desde Bogotá duró seis horas. Estuvo muy tranquilo y llegamos a las 4 de la tarde al Aeropuerto Internacional Pearson, en Mississauga, una ciudad a menos de 40 minutos del centro de Toronto. Solo hay una hora de diferencia con Colombia y eso ayuda a que no se sienta jet lag.
Siempre pensé que el vuelo a esta ciudad duraba muchas más horas, como unas nueve. Esa fue la primera sorpresa. En el aeropuerto, el trámite de inmigración fue rápido. Y al salir, ya el atardecer se asomaba y las inmensas sombras de los rascacielos aparecían una tras otra. Dejamos las maletas en el hotel, nos cambiamos y salimos de nuevo.

La primera impresión es que todo se ve mucho más tranquilo y calmado para ser un viernes en la noche. La cena fue en un restaurante tradicional, justo al frente de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad: el Gooderham, de estilo gótico románico, también conocido como Flatiron, por su similitud con el de Nueva York, alto, plano y justo en la intersección de las calles Wellington, Front y Church.
Sábado en Toronto
Un paseo por el Niágara
Si está en Toronto hay que ir a conocer las famosas cataratas del Niágara, una palabra que para la tribu iroquesa significaba ‘Trueno del agua’ y que resume muy bien este espectáculo natural con más de 12.000 años de antigüedad. Así que a este plan vale la pena dedicarle un día entero porque queda a tan solo una hora y media de la ciudad en carro.
Rumbo a las cataratas se puede hacer una parada muy interesante: visitar los viñedos. Sí, ya sé lo que debe estar pensando. Entre los vinos y Canadá no hay mucha conexión, pero sorpresas te da la vida, y la provincia de Ontario se destaca a escala global por la producción del ice wine (vino de hielo).
Aunque oficialmente los alemanes crearon este vino a finales del siglo XVIII, los canadienses comenzaron a fabricarlo en la década de los ochenta. Básicamente, el proceso es el siguiente: recogen las uvas congeladas, a mano y en pleno invierno, a temperaturas que pueden oscilar entre los 8 y los 10 grados bajo cero.
Luego, prensan la uva congelada y extraen el jugo, que tiene una gran concentración de azúcares y una acidez muy elevada. Y después realizan la fermentación durante varios meses en barricas de madera. La uva más popular en la región es vidal, que genera un vino dulce, aromático, ideal para maridar con postres o quesos fuertes. Además, es costoso, porque producirlo no es nada sencillo.

Hay que disfrutar de este viaje por carretera, porque los paisajes son de ensueño. Vale la pena detenerse y caminar, por lo menos en otoño, entre los bosques teñidos de tonalidades naranja y café, y de paso ir a algunas de las bodegas más importantes de la región, como Strewn, Reif State o Inniskillin, por nombrar algunas, para hacer catas y maridajes exquisitos con ice wine.
Luego, puede pasar por Niagara on the Lake, una ciudad pequeña, con calles perfectas, jardines podados, tiendas y un gran silencio es algo que me llamó mucho la atención, pues era sábado en la mañana y no se veía ni se escuchaba mucha gente. Y de ahí llegamos a la siguiente ciudad, Niagara Falls, directamente a Skylon, una torre de 158 metros que tiene en la cúspide un restaurante que gira 360 grados y cuenta con la mejor panorámica de las cataratas. Subimos para almorzar el plato recomendado por el guía turístico: un salmón canadiense, con diversos acompañamientos, para disfrutar cada detalle de la vuelta completa, que tarda una hora, y desde donde se aprecia claramente la belleza del paisaje.

Luego salimos a caminar y a ver las cataratas más de cerca. Existe la opción de tomar un barco para verlas aún más de cerca y sentir toda su fuerza. En realidad, son tres cataratas: Horseshoe, del lado canadiense, que tiene forma de herradura y una altura aproximada de 53 metros; del lado estadounidense, American Falls, y una más pequeña, Bridal Veil, porque desde lo alto se asemeja a un velo de novia. La ciudad más cercana es Búfalo y si tiene visa estadounidense puede atravesar el puente Rainbow y verla desde otra perspectiva, pero honestamente se aprecia mejor desde Canadá, porque se ve de frente y no de lado.
Después decidimos caminar hacia Clifton Hill, una calle a unos diez minutos de las cataratas, mucho más comercial y popular, con un aire a Las Vegas, porque está llena de casinos, juegos y tiendas de recuerdos. Y ya, casi al anochecer, decidimos regresar a Toronto a descansar, pero antes tuvimos que enfrentar un largo trancón.
Domingo en Toronto
Toronto por las nubes
La primera parada, luego de desayunar en el hotel, es en la plaza Nathan Phillips, donde queda el Ayuntamiento de Toronto, un edificio que fue diseñado por el finlandés Viljo Revell en 1965 para reemplazar al antiguo edificio del gobierno de la ciudad. Se supone que desde el cielo se ve como un ojo gigante que no parpadea (por eso se le conoce como The Eye of Government, aunque de frente se ve más como un platillo volador). La plaza, además, se transforma en una pista de hielo gratuita durante el invierno. Aquí también se puede aprovechar para probar en uno de los puestos de comida ambulante la cola de castor, que es un postre muy similar a un crepe, relleno de chocolate y azúcar, o entrar a ver una parte del Path, la ciudad subterránea de Toronto, que tiene una extensión de treinta kilómetros, y cuenta con tiendas, cafés y restaurantes que se conectan por escaleras entre los edificios principales para que la gente pueda salir a caminar durante los inclementes inviernos.
Por el camino se puede mirar el contraste arquitectónico, los rascacielos que abundan en cada esquina, pasar por Bloor Street, donde están todas las tiendas de lujo, desde Louis Vuitton hasta Dior, ver el Royal Bank of Canada que tiene sus 14.000 ventanas revestidas de oro de 24 kilates, porque este metal funciona como aislante térmico, o apreciar el Fairmont Royal York, el hotel donde la realeza británica suele hospedarse y que, como dato curioso, produce su propia miel desde un apiario que tiene en la azotea.

Hasta llegar a la torre CN, quizás el símbolo más importante y reconocido de la ciudad. Esta es una torre de comunicaciones construida por la Compañía Ferroviaria Canadiense en 1976, por 1500 hombres y durante 40 meses, que fue considerada, con sus 553 metros de altura, como la más alta del mundo durante muchos años (ahora el lugar número uno la ocupa el Burj Khalifa en Dubái, con 828 metros).
Luego de comprar el tiquete tomamos el ascensor de vidrio transparente. Al subir, durante los primeros segundos no percibí nada, pero luego sentí todo el poder del vértigo en el corazón. Me hice hacia la parte de atrás del ascensor, pues por un momento creí que no iba a parar de subir. Hasta que se abrieron las puertas y allí estaba frente a una panorámica impresionante de Toronto: el cielo despejado, edificios gigantes hacia donde uno mirara, una estación del tren que desde las alturas se veía miniatura, las islas, las nubes.
Para los más osados hay una atracción adicional: caminar por el borde de la torre suspendidos de un arnés,‒solo tienen que pagar 195 dólares canadienses, unos 700.000 pesos más, y no sufrir de vértigo como yo.

Un plan más tranquilo y mucho más familiar es visitar el acuario Ripley, que queda al lado de la torre. Durante gran parte del recorrido hay una banda eléctrica en el suelo ‒como las de los aeropuertos, para ir viendo con calma los tiburones, las mantarrayas y las cerca de 13.000 especies que tiene el lugar.
Luego, en la tarde, puede dar una vuelta por el mercado de St. Lawrence, que comenzó a funcionar desde 1803, y elegido en 2012 por National Geographic como uno de los mejores del mundo. En general, el mercado es muy organizado y limpio, y se puede probar una gran variedad de quesos, pescados y frutos rojos de temporada, como fresas y frambuesas, además de puestos para disfrutar los bagels recién salidos del horno, mucho más suaves que los tradicionales, o un sándwich de tocino a la parrilla, típico de la ciudad.
Lunes en Toronto
Mansiones, museos y un distrito muy artístico
Si le gustan las películas de los X Men, seguro se acordará de la Escuela de Xavier para superdotados. Justo en la película del 2000, el set de grabación de esta escuela fue Casa Loma, una mansión en Toronto que tiene una curiosa historia.
Resulta que un multimillonario llamado sir Henry Mill Pellatt decidió construir su propio castillo, inspirado en el castillo de Balmoral, en Escocia, para él y su esposa lady Pellatt. Tres años y 3,5 millones de dólares le costó su sueño, que pudo concretar en 1914. Sin embargo, al poco tiempo se fue a la quiebra, pues no pudo seguir manteniendo la casa de 98 habitaciones y en 1933 la ciudad de Toronto compró la vivienda.
Ahora es una de las atracciones más visitadas de la ciudad y propiedad de Liberty Grand Entertainment. Con una fachada neogótica, tiene jardines, salones de té, salón de baile, una biblioteca con una colección interesante de libros y hasta torres, donde hacen juegos de rol. También se pueden recorrer los pasadizos secretos, hay un hall de la fama con todas las películas que se han grabado allí y si tiene suerte puede ver alguna exposición, como la de Halloween o, en estos tiempos, de Navidad, que resulte muy divertida.
No muy lejos de ahí puede aprovechar para visitar el Museo Real de Ontario, el más grande de Canadá, más conocido como ROM, que contiene cerca de trece millones de piezas de arte, cultura y naturaleza. Además, combina algo muy común en la ciudad: una arquitectura tradicional con un diseño contemporáneo, en este caso, la ampliación del museo es un edificio compuesto por cinco prismas interconectados por vigas de acero, realizado por el arquitecto Daniel Libeskind.

Y, luego, en la tarde puede ir a otro lugar interesante y con espíritu propio: el distrito The Distillery, un conjunto de edificios victorianos, ubicado en Old Town, donde se encontraba la destilación de la fábrica de whisky Gooderham and Worts, que cerró sus puertas en 1990. Sin embargo, en 2003 un grupo de personas decidió recuperarla y convertirla en un espacio donde no se permiten almacenes de cadena ni franquicias, sino emprendimientos con cafés especiales, ropa, galerías de arte y hasta teatros. Tiene un estilo hipster y se pueden encontrar detalles artesanales muy bonitos.
Estos son los sitios más icónicos de la capital de Ontario, pero recuerde que hay muchas galerías, museos de arte, parques gigantes como Hyde Park, festivales de cine, barrios tradicionales, como el italiano y el chino, que puede recorrer si tiene más tiempo. Yo quedé, francamente, antojada.
Consejos viajeros
1. El dólar canadiense es más económico que el estadounidense. Un dólar equivale a 3562 pesos y se recomienda cambiar la moneda desde Colombia.
2. Los colombianos necesitamos visa de turismo para viajar a Canadá. El valor es de 185 dólares canadienses. Si tiene que hacer exámenes biométricos, 659.057 pesos al cambio del día. El consejo es que lo haga con tiempo porque el trámite puede resultar bastante demorado.
3. Hay varias aerolíneas que viajan desde Bogotá. Una de las más reconocidas es Air Canada, que ofrece cuatro vuelos en Airbus A330300 a la semana hacia Toronto: lunes, miércoles, jueves y sábado. “Muchas aerolíneas han disminuido algunos beneficios para sus pasajeros. Air Canada continúa con el compromiso de ofrecer el mejor servicio en tierra y a bordo. Conservamos las dos maletas por cada pasajero como el equipaje de mano, en cualquiera de nuestras clases, y una conectividad única a destinos en Estados Unidos, además de, obviamente, Canadá, como también en Europa y Asia”, explica Leonardo Vargas, gerente de ventas en Colombia de la aerolínea.
¿Dónde comer?
Toronto es una ciudad cosmopolita donde se puede encontrar prácticamente comida de cualquier país. Hay, por supuesto, un barrio chino, un italiano, uno griego y un largo etcétera, pero estos son tres restaurantes imperdibles de la ciudad.

1. Canoe. Dicen que tiene una de las mejores panorámicas de la ciudad. Ofrece un menú degustación de ocho pasos con los ingredientes más frescos y de calidad canadienses.
2. Alo. Ubicado en el tercer piso de un edificio victoriano, ofrece cocina contemporánea francesa en cabeza del chef Patrick Kriss.
3. Barberian’s Steak House. Es toda una institución, abierta desde 1959. Los bistecs son de primera calidad y su parrilla de carbón de leña fue una de las primeras en Toronto.