Museo Británico: un destino imperdible en Londres que esconde el secreto de la piedra Rosetta

Ahora que Reino Unido no pide visa a los colombianos para ingresar, le presentamos esta historia escrita desde Londres para Diners sobre el Museo Británico.
 
Museo Británico: un destino imperdible en Londres que esconde el secreto de la piedra Rosetta
Foto: Foto de Nicolas Lysandrou en Unsplash /
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Revista Diners

Cuando se piensa en Londres viene a la mente un amalgama de imágenes que oscilan desde los Rolling Stones, el Punk y las hinchadas unísonas y furibundas hasta el refinamiento de la ceremonia vespertina del té, las intrigas de la Corona —ahora tan en boga gracias al instinto serial de Netflix— y el lujo inveterado e innato de la sociedad aristocrática por excelencia. Londres es la variedad por antonomasia, la gran ciudad cosmopolita, y quizás no haya institución que refleje mejor sus pretensiones universales que el Museo Británico. Es por ello que ante la venturosa decisión del gobierno británico de eliminar el requisito de visado para los turistas colombianos, empezaremos a publicar una serie de artículos sobre destinos imperdibles en Reino Unido. 

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La primera entre las visitas obligadas, el Museo Británico, con su famosa e ingente colección de antigüedades. El Museo Británico fue fundado en 1753 y abrió sus puertas en 1759.

Su historia

Un gran amigo, curador, no se cansa de ponderarme cuán soberbio es visitar sus estancias en la intimidad de la media noche, cuando sobra el tiempo y no asedia la rapacidad estéril de las cámaras de paso. Para el resto de nosotros, meros huéspedes profanos, bastan (y sobran) las delicias de un recorrido diurno en compañía de nuestros hermanos turistas. En cuanto a lo práctico, es necesario mencionar que el museo queda en el céntrico barrio de Bloomsbury y que la mejor estación de metro para llegar es la de Holborn. Hay dos entradas: la principal queda en Great Russel Street y está con frecuencia acaparada por lentas avalanchas de visitantes; la alterna, en Montague Place, es a menudo una buena opción para aquellos alérgicos a las filas. También vale la pena decir que las exposiciones permanentes, como en muchos otros museos de Londres, son gratis; las temporales, de pago.  

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El Museo Británico fue fundado en 1753 y abrió sus puertas en 1759. Foto de Nicole Baster en Unsplash

Los comienzos del museo, como los de todas las grandes instituciones que devienen emblemáticas, son discretos. El punto de partida es Sir Hans Sloane, famoso médico y coleccionista, que al morir lega sus antigüedades al estado. El monarca de turno, entusiasmado, dona a su vez múltiples bibliotecas reales y a continuación se busca un lugar adecuado para albergar la nueva colección. Se escoge finalmente Montagu House en Bloomsbury y el museo abre sus puertas al público el 15 de enero de 1759. Aunque desde sus inicios de vocación cívica, la totalidad de las galerías no estarán al alcance del gran público sino hasta la segunda mitad del siglo XIX. La colección continúa creciendo a lo largo del XVIII y comienzos del XIX a base de grandes donaciones y adquisiciones. Tres de las más importantes son: la concesión en 1802 de las antigüedades egipcias expoliadas a los franceses, incluida la piedra Rosetta; la adquisición en 1816 de los mármoles del conde Elgin, y la donación, por parte de Jorge IV de la enorme biblioteca de su padre. 

Con estas adiciones el acervo adquiere tales dimensiones que se hace necesaria la construcción de una sede más capaz. En 1852 se inaugura el nuevo edificio, que, a pesar de importantes reformas, es en esencia el mismo hasta hoy. Por entonces el museo aún conservaba su naturaleza ternaria original: era tanto una colección de objetos y obras de arte de diversas civilizaciones antiguas, como una biblioteca nacional y, además, el lugar de estudio y exposición de fósiles y hallazgos relativos a la Historia Natural. Una sola institución y un solo lugar no bastaban para dar cuenta de tantos campos del saber y consecuentemente se fueron sucediendo las divisiones. En 1883 se transfiere la colección de Historia Natural a un nuevo museo abocado especialmente a esta disciplina. Este es el actual y famosísimo Museo de Historia Natural de South Kensington.

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Máscara en madera de una momia egipcia. Foto: Wooden Mummy Mask The Trustees of the British Museum

En cuanto a la biblioteca, el siglo XIX vio la expansión hercúlea de la colección de la mano del bibliotecario más importante de la historia del museo: Antonio Panizzi. Este italiano no sólo aumentó significativamente el haber de las estanterías, sino que además implusó la construcción de una nueva sala de lectura circular con el segundo domo más grande del mundo en su momento. Dicha sala de lectura, inaugurada en 1883, fue frecuentada asiduamente por los más excelsos intelectuales y artistas. Recuérdese tan solo la mención que hace de ella Virginia Woolf en su famoso ensayo Un cuarto propio. El volumen de los libros, no obstante, sobrepasó eventualmente la capacidad del museo y en 1997, unida a otras a colecciones, se trasladó a la nueva Biblioteca Británica, situada en un nuevo y polémico edificio junto a la estación internacional de San Pancracio. Con la escisión de la biblioteca vino la creación del fastuoso patio central con cubierta de vidrio de Norman Foster y la reapertura de la sala de la biblioteca del rey, hoy dedicada a la Ilustración, y que es el mejor ejemplo del aspecto original del museo en el siglo XIX.

Una colección inabarcable  

En cuanto a la colección, la cantidad y variedad es tal que resulta sencillamente inabarcable, pero hay dos hitos que no pueden faltar en ninguna visita: los mármoles de Elgin y la piedra Rosetta. Los mármoles contienen, entre otros, los frisos y esculturas del Partenón, el templo principal de la Atenas clásica. Fueron traídos a Inglaterra en el siglo XIX por Thomas Bruce, conde de Elgin —embajador entonces del imperio británico ante el otomano, señor en ese momento de Grecia—y desde el primer momento hasta hoy han suscitado una encarnizada polémica sobre cuán legítimo es que estén en Londres y no en Atenas.

La piedra de Rosetta La piedra de Rosetta contiene un solo texto, escrito en tres sistemas de escritura diferentes, separados en tres registros. El primero está escrito en griego, el segundo en egipcio, con jeroglíficos, y el tercero en escritura demótica, también en lengua egipcia. Foto de Matteo Vistocco en Unsplash

La otra joya imperdible del museo es la piedra Rosetta, así llamada por la localidad de Egipto cerca a la cual la descubrió un soldado francés en 1799. Pasó a manos británicas tras la derrota de Napoleón en Egipto y fue la clave para descifrar los jeroglíficos. En la piedra se puede leer lo mismo en tres alfabetos distintos: griego, jeroglífico y demótico. El texto como tal no tiene mayor interés, es una lista burocrática, pero, a partir del cotejo con el griego, el francés Champollion descubrió por fin cómo funcionaban los jeroglíficos a comienzos del siglo XIX.

A sus alrededores 

En el museo y sus rincones se pueden consumir vidas enteras, pero puesto que, para variar, lo que más valora el turista es el tiempo, se les recomienda a los lectores que le consagren una buena mañana a la visita. Al terminar pueden quizás dirigirse a otro de los lugares habituales de Virginia Woolf: la Fitzroy Tavern. Un pub cercano e icónico donde aconsejo a los amantes de la cerveza pedir una espesa Chocolate Stout. En las proximidades también se puede visitar el campus de UCL, la rectoría de la Universidad de Londres (escenario de múltiples películas, entre ellas Batman) y la gótica y gigantesca sede de Bloomsbury de la librería Waterstones. 

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Finalmente, para aquellos insaciables devotos de la cultura, a uno 25 minutos hacia el noreste está la Biblioteca Británica, cuya colección permanente de manuscritos y libros célebres es de acceso gratuito y que siempre ofrece una interesante exposición temporal de pago. Los más entusiastas pueden incluso sacarse un carnet de lector (se necesita pedir cita previa y presentar un documento que de fe del domicilio) y penetrar en el silencio beatífico de las salas de lectura de la biblioteca más soberbia del mundo. Quizás, incluso, si llegan a visitar el segundo piso de la sección de Humanidades se encuentren con este autor trabajando como de costumbre en su novela en el escritorio 3190.

Desde Londres,

Santiago Diago

         

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diciembre
19 / 2022