Cannabis medicinal: todo lo que tiene que saber de su uso en Colombia
Laura Galindo M.
“Yo tenía mis prejuicios con la marihuana. Crecí en otra época, con otros valores y otra mentalidad. No sé si mejor o peor, pero sí mucho más conservadora”, asegura Mariela, una mujer de 58 años, a quien hace dos años le diagnosticaron cáncer de seno.
El pronóstico nunca fue el mejor, pero desde el principio prometió ser controlable: iba a necesitar una mastectomía en su seno izquierdo y varios meses de quimioterapia. Luego, estaría en remisión.
De la cirugía salió con los contratiempos de siempre: miedo al quirófano, un dolor tolerable y la frustración que dejan las mutilaciones y cicatrices. De la quimio, dice, casi no sobrevive.
Pasaba los días enferma, vomitando y ausente entre mareos y dolores de cabeza. Necesitaba ayuda para sentarse, para ponerse de pie, para vestirse. Ni hablar de subir la escalera de su casa o caminar hasta el baño.
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Una dosis de cannabis medicinal
La solución le llegó por Julio, su hijo menor, quien cansado de ver que Mariela parecía estar empeorando en lugar de mejorar, investigó por su cuenta y le llevó un gotero marcado con las emblemáticas hojas verdes de la marihuana. Era resina de cannabis con base de aceite de oliva. Debía tomar una gota por la mañana y una por la tarde. Dos si comenzaba a sentirse mareada.
Al principio Mariela se negó, pero a la insistencia de Julio se sumaron el desespero de verse cada vez más enferma y la impotencia de ir perdiendo la batalla.
“Una noche quise prender el televisor y no tuve fuerza suficiente en los dedos para oprimir los botones del control remoto. Ese día recibí el gotero y me descargué en la lengua cuatro gotas de un solo empujón”, cuenta.
Desaparecieron las náuseas y los dolores de cabeza. Recuperó el sueño y volvió a moverse sin ayuda de nadie. Subió de peso y aguantó ocho meses de quimioterapias y radiaciones.
“No digo que el cannabis me curó, porque tampoco es cierto, pero sí me ayudó mucho. Gracias a esas gotas estoy en remisión, juego con mis nietos en el parque y cocino para mis hijos los domingos”, asegura.
¿De qué están hechas?
Las plantas de marihuana tienen dos componentes principales: THC –tetrahidrocannabinol–, y CBD –cannabidiol–.
El primero es de carácter psicoactivo y afecta directamente al sistema nervioso, es decir, altera los estados de conciencia y produce el efecto eufórico que popularmente se conoce como “estar drogado”.
El segundo, el CBD, no tiene propiedades psicoactivas y ha sido el gran descubrimiento: previene enfermedades cardiovasculares, calma el dolor de los enfermos, sirve como tratamiento para la fibromialgia y cura las convulsiones de los pacientes epilépticos.
La receta consiste en dar con la proporción exacta de ambos componentes para cada paciente. Por ejemplo, el THC estimula el apetito de quienes tienen anorexia, leucemia o sida, y el CBD disminuye los mareos, los temblores y el dolor de cabeza en los enfermos de cáncer sometidos a quimioterapia.
Sin dependencia
“El cuerpo humano tiene un sistema cannabinoide natural. El cerebro produce un neurotransmisor llamado anandamida –vinculado a la sedación, la excitación y la provocación del hambre–, que relaja y mejora la función respiratoria”, explica Roberto Alonso, neurólogo egresado de la Universidad de Minnesota. Por eso el cannabis funciona y ha dado buenos resultados.
Ahora bien, en cuanto a si el uso de marihuana medicinal genera dependencia, un estudio realizado en la Universidad Industrial de Santander y publicado por la revista médica UIS asegura que el potencial adictivo del THC es entre bajo y nulo, pero que, como cualquier otro medicamento, si se usa de forma prolongada termina llevando a la adicción.
En cualquier caso, las estadísticas hablan a favor: solo el 9 % de los pacientes que se tratan con cannabis han demostrado algún tipo de dependencia. La cifra es incluso inferior a la de los consumidores ilegales en Colombia, que para 2018 era del 11 %.
¿Es legal?
Salgamos de dudas: el cannabis medicinal es legal en Colombia desde finales de 2015. El 22 de diciembre de ese año, el entonces presidente Juan Manuel Santos firmó un decreto que legalizaba y regulaba su producción, comercialización y exportación.
“Queremos fomentar las investigaciones y la producción de medicamentos elaborados a partir de cannabis, como lo haríamos con cualquier elemento natural que pueda dar alivio a las enfermedades o al dolor”, explicó esa vez.
Antes, la producción de marihuana medicinal estaba llena de zonas grises. Si bien se encontraba permitida, no existía ningún tipo de regulación al respecto y se había limitado a una industria artesanal que fabricaba cremas y productos derivados.
Con la firma del decreto 2467 de 2015, los ministerios de Justicia y Salud se comprometieron a emitir licencias que permitieran la posesión de semillas de cannabis y su cultivo con fines curativos y científicos.
Permiso para consumir y cultivar
En este momento existen cuatro tipos de licencias, tres de ellas expedidas por el Ministerio de Justicia: para sembrar las semillas, para cultivar plantas de cannabis psicoactivo y no psicoactivo.
La cuarta es entregada por el Ministerio de Salud y permite fabricar derivados y convertir la materia prima en productos medicinales.
Esto no significa que sea sencillo obtener cada una de las licencias; es un proceso que puede tardar años y al que, además, hay que sumarle un último paso: si el permiso es para cultivar plantas psicoactivas, se necesita que la División de Control y Fiscalización de Sustancias Químicas y Estupefacientes del Ministerio de Justicia asigne unos cupos de sembrado, es decir, una cantidad máxima de plantas y hectáreas totales que se le autorizan a una empresa durante un tiempo determinado.
Para octubre de 2018 el gobierno había entregado 214 licencias en 17 departamentos y, según un estudio de Procolombia, se espera que para 2021 las empresas productoras alcancen un mercado superior a los 43 billones de dólares.
Un futuro prometedor
“En unos años Colombia va a ser el primer productor de cannabis en el mundo”, asegura Iván Arias, presidente de Plantmedco, una de las primeras compañías productoras del país.
Es un proyecto de siete hectáreas en el municipio de Corozal, Quindío, de las cuales ya hay cuatro ocupadas en la producción de cannabis orgánico psicoactivo y no psicoactivo.
La empresa se encuentra en etapa de cultivo y extracción de aceite, está al día con las licencias que otorgan los ministerios y tiene cartas de compra para sus materias primas en Canadá, Brasil, Reino Unido, Macedonia y Alemania.
Según Arias, el suelo colombiano posee todas las condiciones climáticas y de luz solar para producir el mejor cannabis medicinal del mundo, y al no tener estaciones, puede sacar de tres a cuatro cosechas al año. A eso se suman sus bajos costos de producción. Mientras en Canadá un gramo de aceite llega a costar 3 dólares, en Colombia se obtiene por 50 centavos.
La industria es todavía muy joven y no existe en el país un medicamento psicoterapéutico legal. Los médicos que recomiendan el uso de cannabis medicinal lo hacen a manera de sugerencia y no de prescripción, salvo algunos casos en los que es posible garantizar su seguridad trayéndolo desde otro lugar. La mayoría de pacientes lo obtiene de forma clandestina o, incluso, por preparaciones y cultivos caseros.
Khiron, entre las empresas legales
Existen 26 compañías licenciadas y todas se encuentran en etapas de crecimiento y estandarización. Una vez obtenida la aprobación de los ministerios siguen procesos de certificación por parte del ICA, del Fondo Nacional de Estupefacientes y el cumplimiento de un buen número de protocolos de seguridad con la Dirección de Antinarcóticos. En total, son unos 28 permisos.
“Nosotros llevamos 26”, dice Juan Diego Álvarez, vicepresidente de asuntos reguladores de Khiron, una empresa colombiana con presencia en México, Chile y Canadá, que opera desde el departamento del Tolima.
“Vamos en la etapa final del proceso y esperamos nuestra primera producción para el segundo semestre de este año. Aunque es larga, la regulación colombiana constituye una garantía de calidad, tanto que ha servido de ejemplo en países como Perú”.
Un alivio para el dolor
“Cuando les dije a mis colegas que estaba pensando en tratarme con cannabis medicinal, resultó que varios sabían del tema y opinaron que era buena idea”, cuenta Gustavo Restrepo, anestesiólogo retirado. El suyo era un problema cervical.
Llevaba un año en consultas con ortopedistas, traumatólogos y fisioterapeutas sin ningún resultado. La espalda le cobraba cada uno de sus 76 años y había mañanas en las que el dolor lo doblaba por la mitad.
Un día, llegó a sus manos una revista europea que mencionaba estudios formales sobre el uso del cannabis medicinal y cerraba con el paso a paso para preparar una infusión.
Las cifras, las estadísticas y los ensayos clínicos le sonaron convincentes y, medio desesperado, medio crédulo, decidió probar. Como no tenía idea de dónde conseguir la hierba, recurrió a sus amigos y conocidos con la esperanza de que le ayudaran. Funcionó.
A los pocos días le llegó marihuana en todas sus formas: con flor, sin flor, cultivada en la Sierra Nevada, en el Quindío, en huertas caseras. En cigarrillos, aceites, gotas, bolsas de té y hasta brownies. Se decidió por las gotas y comenzó a tomar dos en la mañana. El dolor empezó a ceder y ahora, cuatro meses después, parece haber desaparecido por completo.
“Como médico, yo no puedo decirle nada sobre la marihuana medicinal porque no sería lo correcto, pero como paciente, le aseguro que me voy a seguir tomando estas gotas hasta el día en que me muera de viejo”, dice.
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