Dieta para la mente en 2023
Óscar Domínguez
Una de las grandes obsesiones modernas es enflaquecer. No darse la licencia de un kilo de más. Enflaquecer sin caer en la enfermiza anorexia que tanto detesta quien era la primera mujer del municipio de Medellín, doña Lucrecia Ramírez, se ha convertido en programa de gobierno, casi en una nueva religión. Se impone conservar la línea porque la coquetería se niega a prescribir.
La ofensiva contra las chicas que adelgazan por pasión hasta quedar casi en el negativo, se ha globalizado. En Madrid la emblemática y problemática modelo Naomi Campbell, la Cassius Clay del modelaje, y otras mujeres de viento, fueron excluidas de una de las pasarela Cibeles porque les hacía falta “masa corporal”, eufemismo para notificar que adelgazaron por debajo de lo lícito.
La gente se divierte intercambiando dietas. Es casi un deporte nacional. Se habla tanto de la dieta como del Gobierno o del estado del tiempo. Hay casi más dietas que personas.
La televisión y las redes sociales inundan la intimidad de los hogares con modernos aparatos de tortura que prometen liberarnos de algún “conejo” o “llanta”, palabrejas que nada que ganan la dignidad de los altares del diccionario para significar excesos de grasa.
Las más vanidosas lo primero que hacen al despertar es visitar la báscula. Solo después se miran al espejo a ver cómo amanecieron de su biografía. Algún día habrá básculas que sólo den el peso que deseen los propietarios. El cliente siempre tiene la razón.
Hay una dieta menos conocida que está causando furor y estupor en Estados Unidos y Europa: consiste en rezar, simplemente. Tal vez está inspirada en Jesús. ¿Quién vio a Jesús de Nazareth gordo, o con “bananos” en la cintura? Nadie.
Los Evangelios nunca revelaron la dieta de Jesús pero hay sospechas de que siempre tuvo el jíbaro que le suministraba su dosis personal de maná, un producto que todavía no se consigue en ningún hipermercado.
Virtud adicional de la dieta religiosa es que la gente puede seguir comiendo de todo. La dieta reina. Estamos llegando al virtuosismo de que quien come y reza, adelgaza. La primera dieta religiosa data de 1957 y fue creada por un pastor presbiteriano gringo, Charles Shedd, quien publicó el libro Aleja tu peso con rezos.
Para enflaquecer, según la doctrina Shedd, se puede rezar, leer la Biblia o escuchar casetes en talleres de adelgazamiento. Después de Estados Unidos, Inglaterra es el segundo país donde la gente está rezando más para quedar con cintura de avispa. Shedd alegaba que la obesidad es un pecado y por eso hay que rezar para adelgazar.
En lo sucesivo, al rezar no olvidemos informar al de Arriba la intención que tenemos con la oración: quedar flacos como silbido de culebra. La oración se encargará de ponernos igualitos a alguna de nuestras bellas de exportación.
La devoción total a Dios y la eliminación de la codicia de comer son la mejor garantía para perder kilos, dicen los dietólogos de la modernidad.
Gandhi patentó una dieta para mantenerse en sus 45 kilos, suficientes para sacar de la India a los ingleses: callar una vez en la semana. Él lo hacía los lunes.
Claro que la comunidad científica no avala ni poquito la dieta religiosa, si bien reconoce las bondades de la terapia o el rezo en comunidad.
Para adelgazar hay una receta infalible y no cuesta ni un peso: cerrar la boca.
Publicado originalmente en Revista Diners Ed. 441 de diciembre de 2006
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