¿De qué se trata el ‘boom’ de la medicina espiritual?
German Duque Mejía
Publicado originalmente en Revista Diners Ed. 461 de agosto de 2008
El entusiasmo por la medicina y la profunda atracción, casi que fascinación, que ejercen sobre mi corazón los que sufren debido a su carencia de salud, me ha impulsado a trasegar por la senda de las medicinas diferentes.
Primero tomé conciencia de que todas las medicinas son una, esencialmente la que le conviene al paciente, así haya que buscarla, conocerla y aprenderla por fuera de las aulas universitarias.
Cuando esa medicina extracurricular le devuelve a un enfermo crónico mucho de lo que había perdido, empezamos a amarla por puro agradecimiento, y mientras más la amamos, más logramos conocerla. Poco a poco nos iremos convirtiendo en amantes de los recursos médicos diferentes, de las ayudas extrauniversitarias. Los buenos amantes serán, por supuesto mejores conocedores. El amor está lleno de ingenio, inspiración y gracia.
El médico amante es un eterno aprendiz. Por un lado carga con su oficialidad curricular y por el otro acumula conocimientos como pueda y donde pueda.
En un platillo de la balanza está el título profesional o aval universitario de su capacitación para enfrentarse en el marco de lo convencional con el hombre enfermo.
Si el enfoque académico es desahuciante, toca sacar del otro platillo de la balanza las artes médicas, por la ciencia llamadas empíricas, lo que equivale a métodos obsoletos, carentes de verdaderos fundamentos.
La sabiduría acerca de cuál es la medicina por ejercer y cómo hay que innovarla en nuestra época, empieza a aflorar a medida que ganamos altura en el viaje hacia nuestro interior maravilloso y enigmático.
Nuestras costumbres de médicos se enrarecen, se purifican, desaparecen los puntos de vista y los odios y se presenta ante nosotros el camino que tenemos que recorrer. Para crecer en medicina es necesario saber qué papel desempeñamos los médicos en el proceso curativo.
La materia, la sustancia, sea la que fuere, burda o sutil, si está a tono con las armonías universales tendrá que vibrar en orden. Enfermedad es desorden, afirma la medicina ayurvédica.
Tenemos que aprender el lenguaje de las cosas, de las enfermedades, de los métodos y de las medicinas que curan.
¿Estamos los médicos vibrando en sintonía con un Dios compasivo, capaz de perdonar, de olvidar y de permitir que a pesar del karma inexorable se suceda en el enfermo el retorno a la armonía y al orden?¿Podemos captar si es que la voluntad divina trae al paciente a nuestro lado para que su proceso curativo sea más suave, más digno, más provechoso?
¿Qué les dice a nuestras almas esta frase de Goethe: “El hombre vive tanto como Dios dispone; ni un minuto más ni un minuto menos”? Si su destino es de sufrimiento y fatalidad, muchas veces depende de un buen médico, de uno cuya mano sea feliz por su sintonía con el Creador para que mientras le llega al paciente su momento, no tenga que arrastrarse por la vida como un animal.
El hombre enfermo no tiene nada en su sitio. El estudio de las señales y de las bioseñales del cuerpo es el estudio de los patrones convencionales.
¿Tenemos en el cuerpo condensaciones que perturben la vasta ramificación de las señales? Al doctor Reinhold Voll [médico alemán que desarrolló la electroacupuntura y el dermatron computarizado para diagnosticar por medio de ella, en la década de 1950] lo vi medir con su electrónica a centenares de niños.
Precisamente por sus servicios a la humanidad, encarnada en los niños, el papa Paulo VI le otorgó la medalla al mérito humanitario. Voll pregonaba que los niños están naciendo en esta época con severas degeneraciones.
El sistema de señales no funciona. ¿Son degeneraciones invisibles?, le pregunté.”Son degeneraciones energéticas; eso es lo que por ahora le puedo contestar”.
Desde entonces pensé que de alguna manera la materia tendría que reflejar la degeneración energética, pues ella es el punto donde esculpe. Desorden intracelular, posición aberrante de los núcleos, migración y ubicación equivocada de los cromosomas, inversión del giro de átomos con efecto dispersante sobre sus protones y electrones: en resumen, desorden, desubicación y anarquía, más allá del Yin y el Yang donde resulta la deformación y la desintegración celular.
Luego, la desintegración la lleva a cabo elocuencia cósmica: los virus, los pro virus, etcétera. Los macro productos de dichas desintegraciones son reciclados por microorganismos o gérmenes, conocidos algunos y desconocidos en su inmensa mayoría.
Todo esto nos enseña, junto con la inmersión en la solitud, o sea la meditación, que las cosas del platillo izquierdo equivalen a información acumulada mediante una juiciosa y paciente deducción científica. Ese es el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro.
La medicina empírica, la buena medicina empírica por supuesto, nace de ocurrencias felices, de actos curativos intuitivos llevados a cabo por seres poseídos de la compasión hacia pacientes sumidos en el sufrimiento y el dolor.
Son artes médicas surgidas como respuesta de Dios a una oración sincera de alguien acerado en sus sentimientos por un tremendo campo de fuerza. En un lado, su deseo de ayudar, y en el otro, su humilde conciencia de que es incapaz de curar.
Estas medicinas empíricas están en nuestro hemisferio derecho. Son todas hijas de la intuición, del lenguaje del alma. Podríamos también decir: medicinas de Occidente, igual a medicinas del hemisferio izquierdo; medicinas de Oriente, medicinas del hemisferio derecho.
El médico puede errar si se carga arbitrariamente hacia uno de los dos lados. El médico que le pregunta a su alma en cuál de los dos platillos está la medicina para el afán de cada día y de cada uno de sus pacientes, es un colega, pienso yo, más útil que el que sólo tiene remedios o pinchazos ante diagnósticos convencionales o un sistema de señales preconcebido.
Medicina exclusivamente deductiva, decía el Mahatma Gandhi, como la que se estila en el ámbito universitario tanto de Occidente como de Oriente.
El alma sólo responde a preguntas simples y sencillas. La radiestesia, por ejemplo, según Alexis Carrel, es una de las experiencias más fascinantes de quienes investigan con todo lo que son, es decir también con el espíritu; es una rendija por la que se asoma el alma y nos guiña el ojo; y ese guiño puede significar un sí o un no a la medicina convencional, un sí o un no a cualquier medicina alternativa.
Debemos aprender a preguntar y a aceptar la respuesta, así sea que en ninguno de los dos platillos tengamos almacenada información válida para resolver el problema que se plantea. En la meditación llueven las sugerencias hacia un modo de enfocar al enfermo de nuestra época.
“No hay camino -decía Machado-, se hace camino al andar”. Tenemos que recorrer nuestro camino y enfocar a nuestro enfermo en éste nuestro tiempo.
La vida misma nos confronta poco a poco con recursos prácticos y remedios suficientes, unos completamente nuevos, otros modificados. Einstein, Sawaru, Molver y algunos más, han resuelto radiestésicamente muchas incógnitas para la ciencia.
En todas las ramas del que hacer humano hay virtuosos, embusteros y charlatanes. También, decía Hopffer, hay ovejas negras dentro de los muros universitarios. Si tenemos verdadera devoción por Dios y por lo que somos como almas, tendremos seguramente quién nos ayude, un maestro competente.
Si le obedecemos brotará de nuestros corazones la veneración por la verdad, el respeto por el conocimiento que aporta alivio físico y mental y provecho espiritual al enfermo mientras le llega su turno de partir.
Así podremos llegar a convencernos de que la espiritualidad en la medicina será entonces la que mueva el fiel de la balanza en la dirección correcta.
Al que cambia, sus males lo abandonan; tarde o temprano lo dejan en paz. Ojalá todos los médicos sean unos triunfadores genuinos, el inicio de una nueva vida para sus enfermos. En esta época en que estamos inmersos en la cultura de la violencia, me parece que la medicina espiritualizada es pacificadora.