El jardín de mis memorias, la nueva colección de Amelia Toro

Melissa Serrato
Sábado, 9:36 de la mañana. Entra por un costado al Café de Flore, en pleno corazón del barrio parisino Saint-Germain-des-Prés. La reconozco a pesar de estar de espaldas. Empuja la pesada puerta de vidrio, da lentamente unos pasos hacia el interior y en esos breves momentos no camina, parece más bien que fluye con su largo y oscuro pelo suelto, entre un abrigo negro y una falda plisada también negra. Un croissant y una tisana de manzanilla son justo lo que necesita para empezar el día y contar, a su manera pausada y generosa, el origen de su próximo desfile.
Miércoles, una de la tarde. Viene de frente hacia mí, apresurada y sonriente. Se mueve como pez en el agua entre los mil novecientos expositores de Première Vision, la feria que reúne a textileros y creadores de materias primas para la industria de la moda. Hoy, al igual que sucede desde hace más de veinte años, cada seis meses visita la ciudad de Villepinte, al nororiente de París, para asistir a esta feria. Y aunque se da el tiempo para descubrir al detalle los millones de materiales que se ofrecen aquí, cuenta también con una guía de ruta: una hoja blanca protegida por un plástico en la que se detallan sus proveedores habituales: marcas suizas, francesas, italianas y japonesas.
Se muestra francamente complacida de tener compañía para el almuerzo, aunque después de un rato abandona la conversación, vuelve a trabajar y aclara que prefiere visitar la feria sola. Necesita concentrarse para escoger lo que busca. Esta vez la veo alejarse con el pelo recogido en una cola de caballo y con el mismo abrigo enrollado en el brazo. La blusa da discretos visos plata y el pantalón recto que lleva se acomoda a sus pasos largos y acelerados. Los dos atuendos están firmados por Amelia Toro. No podría ser de otra manera. Ella solo se viste de Amelia Toro.
Próximamente presentará la colección El jardín de mis memorias. ¿Cómo surgió ese nombre?
Es la primera vez que le pongo título a la obra. Me parece rarísimo ponerle nombre a la ropa, porque pienso que tiene que hablar por sí sola. Pero me decidí porque la gran mayoría de las texturas y textiles de la colección llevan estampados. Es una colección lujosa, bella y con unas telas de muy alta calidad, pues siempre ofrezco lo mejor que puedo a mis clientas.
El jardín de mis memorias es el nombre de la colección de esta diseñadora colombiana.
¿Por qué las memorias?
Nunca me ha gustado mucho hablar de retro, pero en esta colección reconozco que hay un toque retro en todas las prendas: su estructura y su diseño evocan una época pasada. Mis memorias, porque hay mucho de mi infancia en la colección; al verla me acuerdo de esos vestidos de las abuelas y las mamás, como en un viaje por los textiles y las siluetas.
¿Algo así como un renacer de los clásicos?
Sí. Hace poco leí algo que decía: “Nostalgia futurista” y me quedó grabado porque es volver a los clásicos de la moda de los setenta y ochenta, con nueva tecnología y adaptados al mundo de hoy.
El color ciruela le da vida a esta colección, así como el uva y el mora.
¿De qué clásicos partió?
Hay una influencia grande del cine en mis diseños, pues he sido cinéfila a morir. Iba a las salas de cine a ver todas las películas que llegaban a Colombia y en los ochenta, cuando vivía en Italia, fui fanática de los directores franceses de la época. Además, me tocó ver el gran desarrollo del prêt-à-porter, pues los italianos Versace y Armani bombardearon al mundo con sus boutiques. Entonces, también hay una gran influencia de esas siluetas. Ahora vuelvo a ese momento, porque veo que la moda está haciendo ese viaje al pasado.
¿A qué se debe ese “viaje al pasado”?
Hay una crisis en la moda, porque se presenta un cambio muy grande de diseñadores, hay rupturas, estructuras nuevas, y cuando eso pasa, vienen detrás los clásicos a afirmar su statement y gracias a ellos podemos reafirmar nuestra feminidad, teniendo en cuenta el momento histórico que vivimos las mujeres.
¿Qué aporta la moda a este momento que vivimos las mujeres?
La moda nos permite expresar cómo nos sentimos. Por un lado están internet y la globalización, que han consolidado el uniforme; es decir, uno ve en la calle a mucha gente que viste de manera casi idéntica. Por otra parte, estamos nosotros, los diseñadores, que aportamos algo a eso que va en contra de la globalización, pues creamos piezas diferenciadoras, que permiten expresarse en la individualidad de ser mujeres.
¿Cuál fue el punto de partida de esta colección?
Las telas son siempre mi punto de partida. Ellas me llevan a donde voy a llegar. Me enamoro de ellas y es como si me dijeran: “Yo quiero ser tal cosa”. Hay que conocerlas, saber cómo se manejan, se planchan, se cosen y qué caída dan, para diseñar. Luego empezamos con los moldes y el patronaje. Después, editar la colección es muy importante porque sale mucho, pues no todo se debe mostrar.
La colección incluye vestidos de silueta recta, así como prendas con mangas que sobresalen.
¿Amelia Toro es una marca biorresponsable?
Siempre he trabajado con materiales naturales: lanas, algodones, linos, sedas, que no son solo de alta calidad, sino también biodegradables. Es muy importante el concepto de la inversión en la moda, que significa comprar piezas de alta calidad que van a durar mucho y no seis de muy baja calidad. Así se va creando un clóset de piezas funcionales y duraderas.
¿Cómo se construiría el estilo en ese clóset?
El estilo es parte de la vida, lo lleva uno por dentro, nace de uno mismo y se profundiza en el ADN. Entonces, no es uno quien lo construye, es él quien dice a dónde ir a comprar y qué adquirir, porque habla el propio idioma y permite escribir tu poema.
¿A qué temporada corresponde El jardín de mis memorias?
La colección es primavera-otoño. Creo que las colecciones deben tener flexibilidad e ir más allá de las temporadas, con prendas que sirvan todo el año, teniendo en cuenta que hoy la gente viaja mucho; entonces, produzco colecciones para ciudades con climas similares al de Bogotá, muy cercano al otoño y la primavera de los países donde hay estaciones. Además, siempre pienso en layers; es decir, vestirse por capas pues el diseño es muy importante, pero también la funcionalidad y comodidad de una pieza; de lo contrario, no es un buen diseño.
Para presentar esta colección hizo una alianza; hablemos de ella…
Es una alianza con Mercedes-Benz, una marca con mucha historia, calidad, excelencia y lujo, y concretamente con Automotores La Floresta, que lideran dos mujeres, Cristina y Helena Otero. Son hermanas, admirables, empresarias, emprendedoras y, además, superfemeninas. El desfile será en el concesionario. Para hacer un evento así se requiere que haya valores comunes entre los miembros de la alianza y los patrocinadores. Por eso, contamos también con el apoyo de Seguros Bolívar, que están muy en sintonía con el tema de la mujer y la familia, y con los cosméticos SP Pro, que han evolucionado de una manera impresionante y van a manejar todo el styling.
Cinturones angostos y anchos hacen énfasis para marcar la silueta.
Uno de sus principales aportes a la moda colombiana es su trabajo con las comunidades indígenas. ¿Cómo empezó esa historia?
Crecí con las artesanías. De hecho, una de mis tías fundó Artesanías de Colombia, por lo que siempre estuve muy conectada con el trabajo manual, y cuando regresé a Colombia, hace poco más de veinte años, me di cuenta de que en el país la artesanía no tenía ningún valor. Entonces empecé a trabajar con los wayúu, los kuna y comunidades del Putumayo para hacer pasarelas en Italia, España o Nueva York, con piezas artesanales. Ahora todo el mundo usa una mochila wayúu; antes nadie se atrevía.
¿Qué han aportado las comunidades indígenas a su lenguaje como diseñadora?
¡El color! El jardín de mis memorias, que tiene tanta textura, tanto estampado y tanta mezcla de colores, no existiría sin ellos.
¿Qué ha sido lo más gratificante y lo más difícil a lo largo de estos años?
Lo más gratificante fue el premio que recibí por el tema artesanal e indígena en las Naciones Unidas, hace tres años. Lo difícil: todo, porque fui pionera. Arranqué con las artesanías, fui una de las primeras diseñadoras colombianas y empecé a lograr que la gente creyera en el producto colombiano. De hecho, cuando empecé a venir a estas ferias yo era la única diseñadora latinoamericana. Después empezaron a llegar los brasileños. Y gracias a todo ese trabajo, hoy hay muchas diseñadoras volando, pero para eso siempre se necesitan generaciones anteriores que abran el camino.
Amelia Toro tiene una faceta no solo desconocida, sino más bien secreta, de viticultora…
Fue algo que inició mi padre, que en paz descanse. Él decidió retirarse de su trabajo e ir a estudiar a Davis University todo lo relacionado con viticultura y enología; luego viajó a Montpellier y llevó cepas francesas a Colombia; desde ahí producimos sauvignon blanc, cabernet sauvignon, merlot y rosé. Es algo que he continuado con mis hermanos y que me da mucho orgullo porque es una boutique-viñedo y muchos de los procesos de fabricación los hacemos manualmente. Algo así como una pequeña Toscana en Colombia.
La palabra jardín hace referencia a la variedad de estampados de flores, y art nouveau que se observan en sus diseños y que tienen el poder de despertar recuerdos en el público.
¿Dónde queda?
En el valle de la Candelaria, Boyacá, que fue un lago y ahí están los fósiles. Esa montaña tiene minerales propicios para la siembra de la vid y por eso se escogió para hacer el viñedo. Ahora van turistas a degustar los vinos, a hacer catas abiertas al público. Los vinos se llaman Marqués de Villa de Leyva – Vinos finos del trópico.