Jorge Mario Correa: Coleccionar para disfrutar

Lo esperan 400 botellas etiquetadas y ordenadas, ejemplares excepcionales que decidió coleccionar, pero también abrir en el momento apropiado. Sus tesoros tan finamente elegidos tienen como destino final el goce.
 
Foto: Valeria Duque
POR: 
Claudia Arias

Jorge Mario Correa Rodas no encaja en el perfil de los consumidores habituales de vino. Mientras el 95 por ciento de los compradores lleva botellas para consumo inmedianto, Correa las busca con el propósito de guardarlas.

Últimamente, sin embargo, le ha dado por decir que, quien guarda y no disfruta, puede correr el riesgo de nunca abrir las botellas anheladas.

Su afición está en el punto de salir permanentemente a conseguir ejemplares excepcionales. No importa dónde estén. Luego de rastrearlos y adquirirlos, se entrega a etiquetarlos y ordenarlos, antes de entrar en una larga y paciente espera hasta intuir el momento ideal para abrirlos. Y eso puede ocurrir meses, años o, incluso, décadas después. Un consuelo: 400 botellas lo esperan.

Para Correa, la cava es un rincón de tesoros. No obstante, cada día se convence que carece de lógica dejarlos ahí, sin perturbarlos. Como anestesiólogo de profesión y “enfermo” por el vino, sabe que nuestros días, como las mejores botellas, tienen un principio y un fin. Por eso ha decidido que esos tesoros hay que consumirlos. “Finalmente, uno se desprende de la vanidad de guardar, y siente el impulso de disfrutar”.

¿Cómo llegó a tal conclusión un coleccionista acérrimo como él? “Porque me han invitado a adquirir cavas de personas fallecidas, y eso me ha hecho cambiar la mirada. Son vinos de guarda, sí, pero vinos al fin y al cabo, y hay que permitirles que nos deleiten”.

Además de la vocación, muchos coleccionistas como él se han sentido llevados a guardar botellas por razones que van más allá del prestigio y del valor de la etiqueta. Por ejemplo, para Jorge Mario y Diana, su esposa, esas razones están ligadas a sus hijos. “Tengo guardados varios vinos de los años en que Mariana y Samuel nacieron (en el 2000 y en el 2003, respectivamente).

Cuando van a la cava, saben que esa sección es suya; tal vez nos tomemos un Don Melchor cuando Mariana cumpla 15 años”.
Precisamente, la colección de Don Melchor, vino ícono de la viña chilena Concha y Toro, es uno de sus tantos tesoros.

Guarda ejemplares de esa marca desde 1990 hasta 2005. De cada añada tiene, obviamente, seis botellas, porque los coleccionistas nunca compran menos. Pero además de Chile, también es aficionado a los vinos de España, Italia y Francia (país este último del cual tiene varios); y ahora ha ido conformando una pequeña colección de vinos de postre, como Tokaji de Hungría, Ice Wine de Canadá, Sauternes de Francia y algunos Late Harvest de otros orígenes.

Su otra faceta de amante de la bebida la ejerce en su tienda Vinissimo, que abrió hace seis años en Medellín, con un socio que ya murió. Y lo justifica diciendo que después de haber vivido tanto tiempo para el vino, ahora quiere vivir de él. Y allí atiende a personas que, como en su caso, buscan pequeñas joyas y que, por lo mismo, no son fáciles de encontrar.

Entre sus más asiduos clientes figuran sus amigos más cercanos. Con ellos recuerda cuando corrían al supermercado al enterarse de alguna etiqueta o añada especial que estaba en promoción. Los primeros en llegar se hacían de algunas botellas y escondían las demás detrás de las estanterías para que los otros también pudieran comprarlas. O rememoran los años cuando se turnaban para ir a Panamá, a la tienda de Felipe Motta, a traer ejemplares que no se conseguían en Colombia.

Incluso, podían llegar más lejos, como tener una cava alterna en sus oficinas para degustar en cerrada cofradía. Eran días de compras guiadas más por la intuición que por la razón. No como ahora, que consultan tratados tan densos como los libros de medicina. Y todo para saber qué comprar y por cuánto tiempo guardar. Tiempos aquellos… Pero los de ahora son mejores.

         

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julio
6 / 2012