El limoncello de sor Luccy, el secreto mejor guardado en el barrio Las Cruces

Simón Granja Matias
Toca a la puerta con la aldaba una vez. Mientras tanto, cae el día, y las sombras de las casas antiguas de La Candelaria se extienden por la calle 12 con carrera 2. Juan Alejandro Noguera vuelve a tocar a la puerta vieja de madera, pintada de verde. Se escuchan voces. Detrás de esa puerta, hay un secreto: es el secreto escrito por una familia veneciana en un papel que una monja colombiana trajo desde Italia.
—¿Quién es? —pregunta una voz suave desde el otro lado de la puerta.
—Hermana, soy Alejandro, vecino de ustedes, del restaurante mexicano Inquebrantable. Vengo por el limoncello.
—Dígame cuánto quiere y nosotros se lo mandamos.
—No, no… Bueno, sí: yo le voy a comprar, pero es que tengo unos amigos periodistas que quieren conocer la historia del limoncello —le responde Noguera.
Se abre la mirilla de la puerta y entre la reja de hierro solo se ve la cabeza de una monjita. Aparecen unos ojos enormes detrás de unas gafas, nos miran, y a continuación, se escuchan chirridos de cerraduras y el peso de la puerta que se abre lentamente, dando entrada a un mundo silencioso, espiritual y casi anclado en el pasado: la Casa General de las Siervas de Cristo Sacerdote.
—Sigan, sigan —dice la monja, y luego señala a una de sus hermanas, a la que le explica—: estos son periodistas que vienen a conocer la historia del limoncello.
Sin más, la hermana Clarita nos invita a sentarnos y manifiesta:
—Quien les debería contar esta historia es sor Luccy, pero ella está en Las Cruces porque la acaban de operar y no creo que pueda hablar por ahora. Ella es quien prepara el limoncello. Pero no hay problema, sigan y lo prueban.
En Las Cruces
Son las nueve de la mañana de un día soleado. Un hombre camina zigzagueante por la calle. En las paredes de las casas se ven las sombras de las hogueras de la noche y, al frente, la plaza central Simón Bolívar cubierta de basura. Estamos en el barrio Las Cruces, en el centro de la capital, al sur de La Candelaria.

En la entrada de la casa, que tiene una de las fachadas mejor cuidadas de toda la plaza, está sor Luccy, que nos espera para que no nos pase nada. Ella sabe que es un barrio difícil, donde reinan el consumo de drogas, la delincuencia y la prostitución; sin embargo, también es un lugar donde vive gente buena y trabajadora. Con las monjitas, nadie se mete; puede ser porque, como ella sostiene, “Dios las cuida”, o quizás porque hasta los bandidos tienen un código ético y no les hacen daño a quienes ayudan a la comunidad. Y es que en esta casa, Hogar Sagrada Familia, de la comunidad de las Siervas de Cristo Sacerdote, se encuentran casi cien niñas entre los siete y los dieciocho años, rescatadas de “los pisos más profundos del infierno”.
Al caminar, se van abriendo puertas y más puertas; hay varias cocinas, varios comedores, cada uno con una función distinta. Patios y jardines. Casas dentro de la casa. Así, hasta llegar a una capilla de tres naves. “Es para albergar por lo menos a cien niñas y a todas las hermanas que vivimos acá”, cuenta sor Luccy.
Por toda la casa se ven imágenes o citas de la madre Margarita Fonseca, nacida el 2 de mayo de 1884 en el seno de una prestigiosa familia bogotana, fundadora de la congregación y quien en 1918 construyó el hogar para niñas desamparadas y dormitorios para mujeres. Sin embargo, solo fue hasta mayo de 1928, luego de treinta años de dedicar su vida a los demás como laica, cuando la madre Margarita creó la Congregación de Siervas de Cristo Sacerdote y al año siguiente tomó los hábitos dentro de esta misma comunidad. La motivación de su iniciativa se debió a la tremenda orfandad, desesperanza y abandono de miles de niñas, generados después de la guerra de los Mil Días.
Inspirada por esa misión, Luccy Raingosa Jiménez entró a la congregación cuando tenía quince años. En su familia paterna había más de dieciocho primas religiosas y treinta sacerdotes. Ese contacto directo la llevó a querer unirse a la comunidad y ya lleva casi medio siglo siguiendo el legado de la madre Margarita.
La hermana Luccy, una mujer nacida en Pereira y de contextura menuda, habla con la boca casi cerrada, murmura como si orara. Parece tímida, pero como luego me explica, le acaban de injertar un hueso en la boca. “Nunca había sentido tanto dolor en la vida, sobre todo porque la anestesia no me hizo efecto”, dice. Ella responde corto y sin detalles, pero a medida que pasa el tiempo y que el sol va calentando el patio donde conversamos en mitad de la casa, va contando más historias.
Ella es la poseedora de la receta secreta del famoso limoncello que han probado reconocidos políticos colombianos. Sobre una mesita con un mantel de cuadros verdes, reposan dos botellas: una de limoncello y otra de crema de limoncello. Al frente, dos copitas, cada una con esta bebida tradicional italiana.
—¿Cómo aprendió a hacer el limoncello? —le pregunto.
Sobre un verano en Italia
Sor Luccy recuerda ese verano cálido cuando recorrió Italia, en 2005, como si hubiera sido ayer. Conoció gran parte de la bota porque, “gracias a Dios”, le prestaron escoltas y un carro para que pudiera recorrer todo lo que quisiera. Sor Luccy, que en ese entonces trabajaba como encargada de los banquetes en la Nunciatura Apostólica en Bogotá, había viajado con obispos y sacerdotes diplomáticos al Vaticano, y se hospedaron en la embajada. “Nos atendieron muy bien, y la pasamos muy rico. ¡No se imagina la comida!”, exclama la hermana. En las noches, los invitaban a cenar con el entonces papa Benedicto XVI. “Era muy querido”, asegura.

Pero su vida dio un vuelco cuando llegó a Venecia y conoció a la familia de Beniamino Stella, en ese entonces nuncio apostólico en Colombia. Para su sorpresa, esta familia campesina italiana le entregó la receta tradicional y ancestral del limoncello, pero le hizo prometer que nunca jamás le entregaría a nadie ese secreto. Y ella, como buena religiosa que es, guarda hasta hoy en día esa receta como uno de sus más preciados tesoros, aunque nada supera el recuerdo de haber estado en el Vaticano. Ese es su mayor tesoro.
Una vez que regresó a Colombia, a la Nunciatura, sor Luccy empezó a poner en práctica la receta secreta de este digestivo. Ella no le echa nada más que los ingredientes que le dijeron. “Es puro, puro, puro”, cuenta la hermana en voz baja. Le toma unos 20 días preparar 17 kilos de limones. Aunque la receta original es de limones de la ciudad italiana de Sorrento, sor Luccy encontró unos chilenos que, según ella misma dice, son mejores.
La historia de sor Luccy y su limoncello podría fácilmente sumarse a las leyendas de esta bebida. Se dice que nació allá por 1900 en la isla de Capri, frente a Nápoles, en un hotelito que se llama Isola Azzurra, donde se cuenta que la señora María Antonia Farace cuidaba un jardín de limones. La leyenda dice que María Antonia recibía a los huéspedes con un destilado sin igual de limón, y que desde ahí empezó a expandirse por toda Italia este digestivo que adquiriría el nombre de limoncello.
Sin embargo, esta es solo una de las historias del origen de esta bebida. Otros aseguran que su origen se remonta a muchos años antes que la señora Farace existiera. Dicen que en el siglo IX, cuando se produjeron las incursiones sarracenas a la península italiana, las comunidades pescadoras y campesinas de Sorrento tomaban chupitos de un licor de limón por las mañanas para sobrevivir a la invasión de los piratas.
No obstante, más allá de la discusión histórica de su origen, el limoncello es sin duda una bebida que ha trascendido fronteras y que cada vez más se sirve en más y más restaurantes, principalmente como digestivo.
Sor Luccy sostiene con una sonrisa entre pícara y orgullosa que su limoncello no solo es “el mejor de Colombia”, sino también el de Italia.
“Ha encantado a presidentes, embajadores, nuncios, a la cúpula militar… Mejor dicho”, asegura la hermana. “¿Le cuento cuando atendí al papa?”.
Del Papa y presidentes
Quizá porque su abuela materna era la encargada de los banquetes en el pueblo donde vivía, sor Luccy heredó el mismo talento y placer por la buena cocina. Sea cual sea la razón, esta pasión es su forma de servir al otro, y también lo que le ha permitido atender a las personas más poderosas de este país, e incluso al mismísimo papa.



Para complementar esa pasión, Luccy realizó en Medellín un curso de alta cocina, con chefs que vinieron de Japón durante doce meses, hace unos 25 años. Posteriormente, la llamaron de la Nunciatura Apostólica para encargarse del servicio; fue en este periodo cuando sor Luccy pudo poner en práctica la receta del limoncello y empezar a encantar paladares del más alto nivel: miembros de la cúpula militar, embajadores, presidentes y grandes figuras de la Iglesia católica.
Sor Luccy recuerda que los presidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana fueron los que más disfrutaron de su limoncello y que incluso se llevaban varias botellas.
—Pero ¿se las pagaban? —le pregunto, y ella se ríe y me contesta:
—No, no, se las daba de regalo. Y a veces llamaban y pedían más.
“Yo atendí al papa Juan Pablo II cuando estuvo de visita en Colombia, en julio de 1986, y se hospedaba en la Nunciatura”, rememora conmovida. “Lo que más recuerdo es su sencillez; era como atender a un santo”. Para ese entonces aún no conocía la receta del limoncello, pero está segura de que si le hubiera servido le habría encantado, y que si hubiera podido le habría preparado de cena una buena pasta hecha por ella misma.
Más allá de encantar a estos grandes personajes, fue hasta hace poco menos de un año, ya mucho tiempo después de haber salido de la Nunciatura, que la hermana retomó la receta del limoncello para ayudar a la comunidad a construir una casa de encuentros en La Ceja (Antioquia).
“Hermana Raquelita, si quiere yo hago limoncello y lo vendemos para poder tener una entrada para la casa”, recuerda sor Luccy. “Yo le pedía al Señor que la hermana me diera el sí, hasta que un día me preguntó que qué necesitaba para prepararlo. Entonces fui, encontré los ingredientes y me dio el permiso para empezar”.
Sor Luccy ha vendido el limoncello gracias al voz a voz y a las hermanas de la comunidad, que la ayudan en esa labor, y como ella sabe que en diciembre hay mucho pedido, desde ya se está preparando. “La semana pasada me pidieron cuatro cajas para enviar a Medellín. Todo ese dinero es para la comunidad”, dice orgullosa.
La mejor forma de tomarlo, según sor Luccy, es bien frío. “Lo mejor es dejarlo en el congelador. No se congela, pero se vuelve espeso y delicioso”, asegura la monja. Y servirlo en un vaso pequeño después del almuerzo o de la cena, acompañado preferiblemente de un buen café, para que la digestión sea completa.
—Tómense esas copitas que ya están servidas —nos dice la hermana.
Aunque no está tan frío como debería, tiene un sabor cítrico, refrescante y dulce que deja un regusto perfecto para cerrar una buena comida.
—Está delicioso, hermana; ¿dónde se puede comprar?
—En la casa de La Candelaria; usted toca a la puerta y ahí lo puede conseguir a 70.000 pesos la botella.
—Bueno, hermana, y ¿usted toma limoncello?
—No, no, a mí no me gusta. Además, soy hipoglicémica.
—Y entonces, ¿cómo lo prueba para saber que está bien?
Sor Luccy me mira sonriente, levanta un dedo y dice:
—Tomo una pizquita y con eso es suficiente.
¿Dónde se puede comprar el limoncello?
Siervas de Cristo Sacerdote – Casa General
Calle 12 # 2 – 88
(Para seguir leyendo: La revelación de la montaña: la historia del Indio Nasa y su conexión con el Nevado del Huila)