María Luisa Calle, ciclista colombiana que no falta en unas olimpíadas
Paola Páez
Serán los cuartos Juegos Olímpicos para María Luisa Calle. La abanderada por Colombia, la que ganó un bronce en Atenas 2004 y ya disfrutó de la gloria de subirse a un podio con el bronce que se llevó en la carrera por puntos femenina, la empecinada paisa que cuando fue condenada por supuesto dopaje luchó con la bravura de una fiera enjaulada hasta que demostró su inocencia, la que llevó el estandarte en Beijing y compite seguramente por última vez tras ganarse hace pocos días la presea de oro en los 3.000 metros persecución individual en los Panamericanos de pista, esa aguerrida, fuerte y bella rubia ojiazul de rasgos marcados es, de nuevo, la gran carta nacional.
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Y ella lo sabe. Por eso, cuando uno le pregunta cuál es su mayor miedo, no sorprende que no tenga nada que ver con caer de la bicicleta o ver frustrados sus sueños olímpicos, cosas de las que se ha recuperado como una guerrera épica montada en cicla aerodinámica. A eso está acostumbrada.
“Mi mayor miedo –responde– es despertarme algún día y darme cuenta de que uno de mis animales está muerto. Perder alguna mascota de las que viven conmigo me daría mucha tristeza porque soy muy apegada a los animales”.
En cambio sí recuerda al ciclismo cuando la vida le depara sorpresas como sufrir una caída en el momento en que más preparada se encuentra, o lesionarse el codo y la muñeca como le ocurrió hace dos años en los Juegos Centroamericanos. Esas son sus frustraciones reales. Lo recuerda cuando aclara que tiene en la cabeza la obsesión y el sueño de conseguir otra medalla. Y de ascender al podio, quizás en la prueba contrarreloj. Y desde allí, cansada pero feliz, morder otra medalla olímpica.
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Por ahora, se prepara con juicio. “Muy bien, como para cualquier carrera, tratando de darlo todo y con la disciplina para lograr buenos resultados”, antes de viajar a Estados Unidos a foguearse al máximo en pruebas de ruta. Cuando se cansa, cuando siente que no da más, recuerda a su papá, su mayor inspiración. “Por él empecé a montar en bicicleta. Él monta y corre y lo admiro”. Y ella hace lo mismo para agradarlo a él. Y lo hace también por ella. Y por el país por el que ha cargado la bandera. Y porque está convencida de que lo puede lograr una vez más. Y que tiene con qué. Algo que nadie duda.