Ana Aponte, la paracaidista colombiana que va por su segundo récord
Enrique Patiño
Quién dice que no se puede pintar en el aire con el cuerpo en movimiento? ¿Quién dice que no se puede pintar el movimiento del aire con un pincel? Ana Aponte está entendiendo que arte y caída libre se trenzan en su vida diaria como las dobles hélices del ADN. La paracaidista colombiana, poseedora de un récord mundial y en busca de un nuevo registro el próximo julio, estudió Artes Plásticas y se dedicó al paracaidismo con la convicción de que son dos actividades distintas, cuya adrenalina pasa de la meditación interior a la exaltación suprema. Pero en el fondo, su búsqueda es la misma.
Nicolás rubio y Ana Aponte unieron su pasión por el paracaidismo para crear Xielo.
Los seres humanos construimos nuestras vidas estableciendo paralelos alrededor de un único tema, del que pocas veces somos conscientes. Para entender cómo el arte y el paracaidismo van de la mano, ella ilustra su propia historia.
Saltar al vacío
Quien busca el arte busca la trascendencia. O la conexión interior. Y en un mundo actual, basado en resultados mesurables, lo esencial parece secundario. Prioritario, sin embargo, es no dejar de lado el llamado del alma. Desde niña, Ana Aponte sintió esa claridad y decidió dar su primer salto al vacío.
Ana Aponte practica yoga y apnea para dominar mejor su cuerpo.
“Desde que tengo uso de razón, e impulsada por mis papás, tomé cursos de arte, manualidades o cerámica, al lado de maestros talentosos que influyeron en mi camino. Siempre quise ser artista”, recuerda. De eso jamás hubo duda.
De hecho, a sus 16 años, Ana Aponte entró a estudiar Artes Visuales con énfasis en Expresión Plástica en la Universidad Javeriana. Su pasión por la figura humana y el paisajismo la llevaron a retratar bailarinas y figuras femeninas en movimiento, además de bosques y océanos. Su entrada a la universidad la llevó a cambiar su paleta de colores y a experimentar con blancos, negros y rojos para captar la esencia de los contrastes. Pintó en grandes formatos de 3 a 4 metros, e indagó sobre la perspectiva, la geometría, los espacios abiertos e incluso la arquitectura, hasta el punto de pasar al arte abstracto para soltar su estilo y darse la libertad de fluir sin ataduras.
Xielo fue una de las primeras empresas de paracaidismo en Colombia.
A sus 16 años también saltó por primera vez de un avión, acompañada por sus padres. La adrenalina fue tal que no relacionó de inmediato que en el aire un artista tiene la libertad de pintar con su cuerpo, y que la perspectiva, la geometría, los espacios abiertos, la arquitectura y el paisajismo adquieren otra dimensión cuando se ven desde el cielo. O que el arte abstracto cobra sentido cuando el paisaje se transforma a 280 kilómetros en caída libre y toda realidad se modifica en cuestión de segundos.
Al tiempo, estudió joyería y cerámica, sus otras dos grandes pasiones, y la vida la llevó de frente a una historia tan inesperada como sorprendente, que aún hoy la acompaña.
Sucedió como casi todo en la vida, por casualidad, cuando encontró en la carreta de un habitante de la calle un par de esculturas que la sorprendieron por su belleza. Las negoció con él por un precio simbólico y las investigó para entender de dónde procedían. Eran de Villa Adelaida, la casona de la calle 69 con séptima que se convirtió en patrimonio arquitectónico de Bogotá y permaneció abandonada por más de tres décadas.
De las riquezas de muchos pecadores, una de sus obras.
Su descubrimiento la llevó a indagar en la biblioteca Luis Ángel Arango la historia de la casona. Descubrió que perteneció a Agustín Nieto, fundador del Gimnasio Moderno, y a su esposa Adelaida; que por sus pasillos desfilaron las personalidades de la época, y que su construcción adoptó los estilos más marcados de su tiempo, por lo que el eclecticismo forma parte de su encanto.
Encontró, también, los planos y fotos. Las esculturas que tenía en su poder eran las originales de la vivienda. Ese hallazgo la estremeció: allí estaban sus dos musas, Adelaida y Mitra, con los brazos levantados, a lado y lado de la escalera de acceso a la segunda planta, ambas sosteniendo sendas lámparas circulares.
“Creo en la magia de la vida y ese fue un momento de magia”. Llamó a su profesor de tesis, le tomó fotocopias al libro, a las esculturas y empezó a trabajar en su restauración durante seis meses de trabajo arduo. Ofreció donar las esculturas –del artista Domingo Rodríguez– al Museo Nacional e hizo con su trabajo una meritoria tesis de grado.
En ese camino se puso en contacto con el arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa, un hombre empecinado en revivir la casa y en hallar esas piezas que eran imprescindibles en la casona, con claras alusiones a la masonería y la numerología. Ante la imposibilidad de finalizar la restauración en ese 2009, su acercamiento con el arquitecto quedó en un romántico papel firmado, en el que ella daba cuenta de su decisión de entregar las esculturas a Villa Adelaida cuando fuera reconstruida. Pasaron diez años hasta cuando la mamá de Ana Aponte le avisó que la casa la reconstruirían finalmente.
Ahora, más o menos para cuando emprenda su proyecto de saltar al vacío e intente otro récord mundial, el arte y su pasión se juntarán de nuevo: la casa abrirá las puertas al público y las esculturas que restauró volverán a iluminar el acceso a la segunda planta. Todo coincide.
Ana Aponte ha saltado más de 4900 veces.
Segundo salto al vacío
“Todo es un arte, todo tiene técnica. En lo que hacemos tiene que haber paciencia para aprender, y en todo puede haber pasión, conocimiento, y mente, cuerpo y alma conectados para desarrollar algo en profundidad. El arte que hago a través de la cerámica y de la joyería tiene que ver con la meditación y la concentración. El paracaidismo no es extremo, porque es un arte espiritual: es el único momento, aparte de cuando estoy en tierra haciendo arte, en el que estoy conectada con mi cuerpo y bailo. Soy movimiento”, dice Ana.
Confía en el aire. Se entrega a él. Los momentos en los que más cerca ha estado de la muerte han sido en tierra, en tres accidentes automovilísticos. “He sentido una felicidad inmensa por tener otra oportunidad”, anota. Es consciente, después de entregarse a la caída libre y a los obstáculos cotidianos de la vida que todo tiene una enseñanza. Por eso decidió saltar al vacío una segunda vez: sabe que solo así se aprende.
Las esculturas restauradas por Aponte regresarán a Villa Adelaida, casa donde vivió Agustin Nieto, fundador del Gimnasio Moderno.
Once años atrás comenzó en el paracaidismo. Su pasión despertó de lleno en Australia, donde saltó por primera vez en serio junto con una amiga francesa. Cuando volvió a Colombia en 2008 decidió vender sus cuadros para pagarse los cursos de paracaidismo cada semana en Flandes, Tolima. Un año más tarde viajó a California a entrenar dos meses, y luego se trasladó junto con su actual pareja, también paracaidista, a la Florida, donde vivieron entre la escasez y el ansia de certificarse para montar empresa, un salto en el vacío aún más grande que el mismo paracaidismo.
“Desde que empecé mi carrera quise formar parte de un récord mundial. Es más, desde que conocí el vuelo libre entrené para lograr esa meta. Fui, por mucho tiempo, la única suramericana en volar de cabeza y en dinámica de grupo”, dice, con orgullo. Su meta se cumplió cuando rompió el récord de 65 mujeres cayendo de cabeza al tiempo en Arizona, Estados Unidos.
Ahora se prepara con intensidad para un nuevo récord mundial, porque cada reto es más complejo que el anterior. Implica años de trabajo y saltos multiplicados por decenas, además de preparación en un túnel de viento, que solo existe en Argentina y Brasil en Suramérica. Su entrenamiento estricto se debe al hecho de que el récord mundial buscará lograr una formación de cien mujeres de todo el mundo, que intentarán sujetarse para elaborar en el cielo la figura de una flor, en menos de 70 segundos.
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Para que todo resulte perfecto, ella y el equipo que lo intentará simulan todo lo que puede suceder en ese momento: saltar, moverse pronto, caer de cabeza, tener la técnica clara, mantener los niveles, moverse adelante y atrás en los momentos justos y sujetarse de las manos con otras personas a más de 200 kilómetros por hora.
En el Skydive de Chicago, del 4 al 11 de julio, el equipo femenino le entregará al juez del récord la figura que establecerán en el cielo. El juez esperará en el suelo, mientras que camarógrafos saltarán con ellas para revisar el intento y filmar cada paso. Se trata de una flor con un centro establecido y decenas de subconjuntos de personas que harán las veces de pétalos. Cada círculo constará de cinco personas tomadas de la mano, conectadas al tiempo, que deberán mantener esa formación al menos por tres segundos. Algo extremadamente difícil porque implica un control de movimientos preciso para evitar generar olas en el aire y romper la sincronicidad y armonía del equipo en formación.
Las mujeres participantes saltarán de seis aviones a 18 mil pies de altura (5.500 metros) con oxígeno, por regulación. Ana será la única colombiana y la líder del continente, a la espera de la preselección de otras suramericanas. Seis minutos durará el descenso a un promedio de entre 280 y 320 kilómetros por hora. Habrá varios intentos hasta lograrlo.
“Arriba se ve el mundo desde una perspectiva poética”, resume Ana. Ahora practica el yoga y la apnea para dominar mejor su cuerpo, pero también lo hace con la misma finalidad por la que eligió el paracaidismo y el arte: para calmar la mente y conectarse consigo misma, una búsqueda que no cesa y que la lleva a admirar a su mamá y a su papá por dedicarse a lo que aman, o a las personas que se salen de la zona de confort y lo dan todo por los otros.
Su empresa, su pasión, sus joyas y cerámicas, la restauración de las esculturas rotas cuyas piezas pegó durante meses hasta devolverlas a su forma original, todo forma parte de un mismo propósito: vivir plenamente. Y danzar como lo hace en el aire, aunque esté sobre la tierra.