¿Por qué se embellecen los hombres?

Un cirujano, un maquillador, un peinador, una manicurista y un gimnasta le cuentan a Diners las secretas razones que alimentan la poderosa vanidad masculina.
 
¿Por qué se embellecen los hombres?
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Antonio Morales Riveira

Publicado originalmente en Revista Diners de septiembre de 1980. Edición número 126

Son los descendientes de los peinadores de Luis XIV, de los maquilladores de Amenhotep I, de los untadores de achiote del gran jefe Sioux, de los embellecedores de Manco Cápac, del personaje que le depilaba las cejas a Napoleón y de los cosmetólogos de los mandarines chinos.

Su oficio se ha dedicado aparentemente a la cara y el cuerpo femeninos pero a través de los siglos se han cumplido ciclos en los cuales, sin saberse por qué, los varones han decidido echar mano del rimmel, las pestañas postizas, la base, los rulos, el esmalte de uñas, los baños turcos, los masajes, los ejercicios abdominales y la ciencia del cirujano plástico.

Era importantísimo, en las rumbas antes de la primera Guerra Mundial, en la vieja Europa, aparecer con enormes ojeras, la piel blancuzca y entalcada y la cara absolutamente afeitada. A partir de los años setenta, debido al surgimiento de la cultura subterránea, los hombres comenzaron de nuevo a pintarse la cara, aunque desde muchos años antes acudían al peinador, la manicurista y las flexiones para adelgazar. Actualmente esto no basta: hay que ir a cambiarse la nariz, mandarse recortar la barriga, quitarse las arrugas, eliminar las patas de gallo de la esquina de los párpados y aceptar el sudor de las saunas y el levantamiento de enormes pesos para acabar con las “llantas”.

Desde luego en los hombres el embellecimiento obedece a factores diferente que en el caso de las mujeres. No solamente está de por medio la estética sino una necesidad económica. El ejecutivo quiere una margen para salir airoso en sus negocios, el modelo debe embellecerse para su profesión, el Casanova… bueno, es evidente. Aunque para muchísimos hombres el maquillaje y las demás posibilidades de “embellecimiento” son antinaturales, para los otros son la única garantía de seducción y seguridad en sí mismo. Por eso la ciencia de la belleza ha dejado de ser patrimonio de las damas y de las secciones femeninas de los diarios. El hombre también se ha convertido en un consumidor de belleza fabricada.

Para conocer de cerca estas posibilidades del cambio del cuerpo, la cara y hasta el espíritu de los varones, Diners decidió entrevistar a los profesionales que hacen posible la belleza masculina. Cinco de ellos-cirujano, maquillador, peinador, manicurista, gimnasta- contaron cómo se embellece a los hombres, qué tipo de hombres lo hacen y cuál es el objeto de su trabajo.

Axel Vargas: un escultor de la piel

Ya se había graduado antes de que le saliera la enorme barba que hoy tiene. Desde hace 20 años se dedicó a la cirugía plástica y logró convertirse en uno de los más importantes especialistas del continente. Hace 15 años fundó el instituto Saint Michel de Cirugía Estética. Desde entonces los hombres, en igual número que las mujeres, se entregan a la manos del doctor Vargas para las más sofisticadas, impredecibles y a veces alucinante operaciones. Todos ellos están descontentos de su cara o de las características de su cuerpo. “El hombre quiere lucir mejor, pero no cambiar”, afirma el doctor Vargas.

Y evidentemente, los pacientes que él trata generalmente pretenden arreglar lo que el tiempo ha desarreglado y no cambiar de aspecto. “La mayoría de los hombres que vienen al Instituto son ejecutivos de cierta edad que quieren regresar. El caso de todos es similar. Arrugas en la cara, párpados envejecidos. Después de un día de hospitalización salen operados y a la semana siguiente en la oficina les preguntarán qué les ha pasado. De esta operación no queda rastro y prácticamente lo que se hace es regresarles a su antigua cara pero con ciertas proporciones. Sería ridículo volver la cara de un hombre de 60 años similar a la de un joven de 25”, comenta Axel Vargas.

El cirujano asegura que son los jóvenes los que quieren cambiar completamente de apariencia. “Los que se cambian la nariz son muchachos que se encuentran entre quinto de bachillerato y tercer año de universidad”. En plena etapa de seducción, al mirarse al espejo, empiezan a detestar su nariz y, en un momento dado, si tienen dinero no lo dudan. Un pequeño corte, un enderezamiento y listos. Otra operación corriente es la del abdomen en los adultos, Los seño­res barrigones saldrán del Instituto, necesariamente, con nuevos pantalones acordes con su nueva condición.
Axel Vargas es un escultor que trabaja la piel humana. Para ello ha necesitado no sólo saber anatomía, cirugía y anestesiología. En sus horas libres en casa, pinta, esculpe y cada día se adentra más en las complicadas formas de la ex­presión humana.

Muchas veces llegan casos extraños a su Instituto. Hace poco apareció en su consulta un ejecutivo que sufría ginecomastia. Esta peculiar enfermedad consiste en el desarrollo de senos en un cuerpo absolutamente masculino. Después de 37 años de ocultar su problema en la playa con largos camisones y de templarse el pecho con fajas, el ejecutivo no aguantó más. En pocas horas Vargas, le quitó lo que sobraba y con las carnes perdidas desapareció el complejo.

Pero 105 hombres que acuden a la cirugía plástica no sólo tienen motivos estéticos. Las determinaciones socioeconómicas son fundamentales. Un hombre que lleva cierto tipo de vida de clubes, cocteles, agitación social relacionada con su trabajo, necesita esa imagen joven y vigorosa que Vargas le da. Al Instituto Saint Michel llegan políticos y “hasta un importantísimo general activo del ejército”.

Armado de un instrumental muy fino, aparatos de control en la operación para verificar los signos vitales, anestesia, sentido artístico y pulso firme, Axel Vargas, un pintor con el pincel entre el tintero, diseña sobre un lienzo delicadísimo: la piel.

JOHN JAIRO RANGEL: “Los novios también se maquillan”

No solamente 105 actores de televisión y los modelos de publicidad se entregan a la brocha, el pincel y el pomo de John Jairo Rangel, maquillador. Parece que ese recurso desaforadamente femenino, símbolo de vanidad durante milenios, ha regresado a las caras barbadas. Desde que 105 nobles renacentistas se empolvaban la cara y se colocaban lunares en la comisura de los labios o entre las cejas, el maquillaje había estado ausente del sexo masculino. Se necesitaron tres siglos para que 105 hombres retornaran al colorete, la sombra, la pestañina y la base.

John Jairo Rangel es el más conocido maquillador de Bogotá. Frente a su espejo diaria­mente se sientan actores, empresarios, bailarines y gente de la calle. Generalmente 105 novios aparecen en la iglesia para desposar a su amada con las mejores ropas, la loción más cara y la imagen peculiar de quien soportará ceremonia, besos, regalos y bendiciones. Pero lo que la gente no conoce es que muchos de ellos han pasado por las manos de John Jairo. Él les ha aplicado brillo en 105 labios; con pinturas les ha sacado la mandíbula; les ha puesto gotas en 105 ojos, gelatina transparente para limpiar la cara, base bronceadora, sombra en los ojos, lápiz delineador, esponjillas con brillos en los párpados o la barbilla, crema para disminuir a la vista el tamaño de la nariz y otra cantidad de trucos que dejan la cara del novio como una especie de fotografía súper expuesta.

Para la noche de bodas-si el matrimonio es por la tarde- el maquillaje todavía permanecerá antes de ser absorbido por la piel. Todo ello por mil pesos, con la garantía de una feliz ceremonia matrimonial.

Los jóvenes que los viernes acuden a las discotecas para bailar la música monotemática de los Bee Gees, con las zancadas basquetboleras de John Travolta, también utilizan los servicios de John Jairo. En este caso el maquillaje es más extravagante, con colores fuertes, arco iris en 105 ojos, colorete por toneladas en 105 pómulos y brillos aquí y allá como las plumas de una guaca­maya.
Otros que se maquillan son los políticos. Por ética profesional John Jairo evita dar sus nombres, pero asegura que quieren “una imagen gris, varonilmente seria y rasgos poco marcados”. Para el maquillaje el único requisito es soportar los olores confabulados de las diferentes sombras y bases y tener una piel fuerte. Naturalmente el maquillador se adecua a la cara de cada persona y durante ocho horas garantiza la resistencia del maquillaje. Pero como la ley entra por casa, lo primero que hace John Jairo al levantarse y mirarse al espejo, es coger su caja de colores y como un acuarelista, aplicarse sus propios trucos.

EMIRO GONZALEZ: “Este es un país de cabezas conservadoras”
La parte del cuerpo que mayores atenciones recibe de parte de los hombres es la cabellera. En la calle, el 99 por ciento de los varones invariablemente mira el reflejo de su pe­lo en la vitrina del almacén y pasa la mano por sobre la cabeza para acomodar la cabellera.

Emiro González nació en Sincelejo y desde pequeño se interesó por el asunto de la peluquería. Se fue a estudiar al London School of Fashion. Después trabajó siete años e Inglaterra y finalmente regresó al país.

Emiro está muy orgulloso de su clientela masculina, que cuenta entre otros al periodista Juan Guillermo Ríos (corte estrictamente tradicional); al guitarrista Jacques Mosseri; al industrial Gabriel Echavarría; Felipe López Caballero, Fernando Botero Zea y Daniel Lipton, director de la Orquesta Sinfónica.

Emiro, antes de tratar a uno de sus clientes, realiza una pequeña investigación. Averigua quién es, cuál es su trabajo, su condición social, habla un poco con el nuevo cliente, le mira el vestido y finalmente le pregunta si quiere conservar el estilo que tiene o por el contrario, cambiar.

Después de aplicar el shampoo y de hacer el corte, Emiro le pregunta al cliente: “¿Quiere que le tiña el pelo?”. La mayoría se asust, pero hay quienes se arriesgan no solo con colores tradicionales, rubio y negro, sino que muchos hombres salen del salón de la calle 93, color fucsia, verde intenso o rojo encarnado, como el aviso luminoso que enmarca la cara de los jóvenes que acuden a las discotecas.

Emiro sostiene que los hombres no se salen de dos imágenes: la respetable o la absolutamente extravagante. Emiro se ha especializado en cosas raras, y por eso no es extraño ver salir de su salón un hombre con sombrero, hecho de su propio pelo. Los políticos se hacen peinados convencionales y él piensa que finalmente el país es lo suficientemente prejuiciado como para que la imagen del ideólogo sea la más conservadora. El peinador afirma que las mujeres son más fáciles de peinar: les duelen menos los tirones mientras que los hombres molestan por una puntica diminuta de pelo al lado de la oreja.

Emiro viaja todos los años a Inglaterra para conocer nuevos estilos y nuevas modas en los peinados, pero asegura que los hombres colombianos son tan conservadores que apenas un 20% de esos estilos se pueden aplicar en las cabezas nacionales.

Edgar Ariza: Un rebanador de barrigas
Indudablemente lo que más preocupa y desata la vanidad masculina es su constitución física. Centenares de hombres de todas las edades acuden tres veces a la semana durante varias horas a los gimnasios e instituciones especializadas en el fortalecimiento muscular.

Edgar Ariza es el gerente del Mao´s Club de la calle 74 entre carreras 14 y 15. A su club llegan diariamente pilotos y auxiliares de vuelo, pues las empresas y la Aerocivil, por motivos de seguridad les exigen un peso proporcional a la estatura. Los políticos frecuentan el lugar, así como los actores del teatro y la televisión. Este es el caso de Pepe Sánchez, quien todas las semanas alza pesas, se pega a un rodillo para abrir los poros e introduce su cuerpo en saunas y baños turcos.

Ariza recuerda el caso de un magistrado de la Corte Suprema quien llegó al gimnasio porque no podía caminar de su casa a la oficina una distancia de seis cuadras. Ahora se va y regresa trotando y hace los ejercicios al lado de otro cliente, Rocky Valdés.

Con la colaboración de médicos especialistas, los directores del gimnasio hacen un programa para cada persona, el cual comprende sauna y baño turco que no adelgaza pero embellece la piel y obliga a las toxinas a salir con el sudor. Luego vienen baños en piscinas hela­das para recobrar la temperatura natural del cuerpo después de aguantar 70 grados centígrados en el sauna. Inmediatamente pasan por un rodillo eléctrico que distribuye la grasa del cuerpo y finalmente el ejercicio con pesas, tensores y flexiones para quemar grasa.

PETRY GALEANO: Una mujer que toma a los hombres de pies y manos
Cada quince días, ejecutivos, gerentes, militares, políticos, entregan pies y manos a la ciencia de la barranquillera Petry Galeano.

Petry, en voz baja y sonriendo un poco, les va quitando la cutícula de las uñas de la mano que luego serán cortadas, lima­das, pulidas y pintadas con brillo natural en la mayoría de los casos. Después amablemente le pedirá al cliente que se despoje de zapatos y medias e introducirá sus pies entre agua tibia para ablandar las uñas. El proceso de las manos se repetirá y después de media hora, eI hombre saldrá con las 20 uñas resplandecientes y con ese tono plástico, inconfundible del manicure y el pedicure.

Pero en esto del arreglo de las uñas masculinas, ciencia aceptada desde hace muchos años por todo tipo de caballeros, hay novedades. Hasta hace poco se usaba la uña redonda y corta, pero ahora la última moda es la uña más bien larga y ostentosamente cuadrada. Petry asegura que la verde costumbre de los caballeros de “hacerse las uñas”, por el solo placer de dejarse tomar manos y pies de la manicurista, ha desaparecido. Los caballeros han aceptado con seriedad y responsabilidad la necesidad de unas uñas que reluzcan al firmar el documento, oprimir el botón del piso deseado en el ascensor, alzar el dedo para llamar un taxi o al tomar la mano de la novia o la esposa.

Aunque el manicure ya es una forma tradicional de embellecimiento masculino, Petry no deja de extrañarse cuando un hombre se le acerca y le pide que le arregle las uñas y se las pinte de morado o amarillo y que ubique en el centro una estrella.

         

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junio
14 / 2016