Cuatro voces femeninas y colombianas que debería conocer
Zamira Caro Grau
En la tenue luz del escenario se ve la silueta de una mujer. Manos en la guitarra. Manos en el piano. La voz fuerte, cálida y segura suena y abraza a un público que atiende y recibe la melodía como quien escucha su canción favorita por primera vez. No se trata de una sino de cuatro jóvenes cantautoras colombianas que de forma individual han experimentado subirse a una tarima sin saber qué esperar, pero con la fe en un proyecto construido a punta de amor al arte, a la música.
Ellas son Pilar Cabrera, de treinta y dos años, una artista que les escribe a la tristeza, a la resiliencia y a la juntanza; Briela Ojeda, de veintisiete, una cantautora que les compone al territorio y a las energías; la bogotana Lalo Cortés, de veinticinco, cuya búsqueda por su identidad racial atraviesa sus canciones y sus ritmos, y Laura Pérez, de veintitrés, que escribe profundamente desde el amor, el desamor y las emociones.
Juntas, pero independientes, comparten vivencias colectivas frente a la industria y la posición que las mujeres ocupan en esta. Ellas son la cara de una nueva etapa de la escena local en Colombia, que aunque podría enmarcarse en lo alternativo, termina yendo mucho más allá.
Pilar Cabrera y lo que resulta de cantarle a la tristeza
A los dieciocho años, Pilar Cabrera volvió a tocar la guitarra, aquel instrumento que había abandonado tras creer que la música no era para ella. Esa vez la tocó para Julieta, su primogénita, a la que aún tenía en el vientre, porque había escuchado que los bebés siempre recuerdan las canciones después de nacer. Interpretó un par de temas del músico español el Kanka, uno de sus artistas favoritos, el mismo al que acompañó en un escenario en Bogotá trece años después. “Es que la vida es una cosa hermosa”, dice con una sonrisa.
Esta bogotana jamás fue ajena a la música. Su padre era un cantante aficionado que llenaba las habitaciones de su hogar con su poderosa voz, y ella tocó en las bandas que formó cuando aún estaba en el colegio o incluso en el bar en el que trabajó y donde le permitían presentarse ante el público. De hecho, gracias al jefe de ese mismo lugar consiguió en 2012 la audición para el programa La voz Colombia, una oportunidad que le abrió las puertas de la industria musical.
Así fue que, poco a poco, Cabrera construyó una carrera con canciones como Tu amor no vale un bolero (2018) o Volcanes (2020), ambas colaboraciones con otras mujeres de la industria, como Lorena Jiménez, Juliana Velásquez y Ceci Juno. De hecho, construir de la mano de mujeres es algo que la caracteriza; de allí resultó en 2022 el Colectivo de Fuego, una unión de siete mujeres cantautoras que le ha permitido encontrar compañía en medio de la incertidumbre que genera esta industria. “Hubo una conexión muy fuerte, y escucharlas a todas contar su historia fue muy poderoso, pues me hizo darme cuenta de que no estoy sola en esto, donde a veces nos exigen tanta competencia”, explica.
Rodeada de mujeres y apostándole a encontrar un sonido propio, la artista llegó a componer 29:56 (2023), un álbum que es el resultado de aceptar que desde la tristeza se pueden escribir excelentes canciones y que no hay que vivir ese sentimiento en silencio. “Comencé a escribir lo que sentía que tenía que hacer por mí, y entendí que muchas veces uno no puede llegar a la luz si no pasa por la oscuridad, porque todo es parte de tu historia”, reflexiona.
Así surgió este álbum que ha significado tanto para ella. “Todo está mejor”, el último tema de 29:56, en colaboración con el artista colombiano Juan Pablo Vega, es una composición que jamás imaginó escribir. Sin embargo, después de dejar atrás personas e historias que no le permitían estar en un lugar de plenitud, sentada en la cama de un nuevo hogar que comparte únicamente con Julieta y una vez más con su guitarra al lado, Cabrera se dio cuenta de que todo estaría mejor, y acabó esta canción con la que concluye también una etapa de su vida.
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Briela Ojeda y el cantar de la naturaleza
Hace unos años, a Gabriela Ojeda Castañeda, más conocida como Briela, la detuvo un gitano en un parque de Medellín y le advirtió que tenía manos de bruja, pero también le dijo que en sus raíces poseía conocimientos ancestrales sobre la música y la escritura, además de un linaje femenino fuerte.
Entender eso es entender cómo compone esta artista, nacida en Londres pero criada en Pasto. Desde pequeña estuvo rodeada por la música, pues su abuelo tocaba guitarra, y el canto llegó a ella como una manera de expresarse, de sentir, de fluir y conectarse. Así comenzó un camino que la llevaría a experimentar las subidas y bajadas de una vida marcada por el arte. “Esos fracasos son errores generosos que solamente han redireccionado el camino por donde mi alma encontrará felicidad”, cuenta.
Briela, quien estudió Diseño Industrial en la Universidad Javeriana, aprendió desde entonces a no guiarse por metas tradicionales, como hacer un sonido comercial, sino a enfocarse en un camino que le diera tranquilidad y le permitiera conocer territorios diversos por medio de viajes. En 2021 sacó Templo Komodo, su primer álbum, en el cual le canta al mundo que la rodea, la naturaleza que fluye en el planeta y la energía femenina. En sus letras manifiesta, además, lo que necesita para el futuro. “Les pongo una carga que tiene que ver con manejar energías para abrir caminos, porque si yo tengo que estar cantando esos temas cada tanto, entonces estoy manifestando mi realidad”, asegura.
Con esos mismos parámetros de manifestación y energías es que la artista se ha rodeado de mujeres cantautoras y feministas de la industria que, juntas, se consideran un avispero que arrasa y se toma espacios. “Me cansa un poco quedarme en esa situación de ‘pobrecitas nosotras las mujeres porque la tenemos difícil’. Sabemos que ha sido muy injusto y que hay muchos espacios en los que todavía no podemos hablar, pero lo que necesitamos es tener fuerza y aprender a valorarnos, porque el talento es lo que habla”, reflexiona.
En cuanto a su sonido, tan diferente y aun así tan reconfortante, Ojeda solo puede definirlo como una consecuencia de los caminos que ha recorrido. “Habitar la música también es descubrirse en la samba, el mambo… En fin, yo quiero conocerme en todos los ritmos”. Y quizás a eso mismo se deba su éxito, a que su música suena ajena a lo que ya hemos escuchado, pero en sus letras se encuentra una calma que refleja la conexión tan grande que tiene con el cosmos, la naturaleza que la rodea y el territorio.
La artista lanzó recientemente su sencillo Calma (2023) junto a Andrés Guerrero y Anamaría Oramas, y ya está de nuevo componiendo, retándose cada vez más en sus letras, para jamás encerrarse en una sola cosa. “Soy una viajera que toma fotos acústicas mediante la composición”, finaliza.
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Lalo Cortés, la afrobogotana del neosoul
Laura Cortés Villarreal, más conocida como Lalo Cortés, recuerda que a los quince años se subió a su primer escenario. Cantó Valerie, tema que hizo famoso Amy Winehouse, en una presentación de la academia Cristancho. Aún no tenía mucho conocimiento en la música, pero sí la pasión que la había llevado a formar parte de coros y cualquier otro tipo de expresión artística que encontrara cerca. Ahora, una década después, ya graduada de Música de la Universidad Javeriana y con un álbum apenas listo para ser escuchado por el mundo, la artista compone canciones que retratan la realidad de su vida.
Nacida en Bogotá, Lalo es hija de madre blanca y padre negro, y la búsqueda de quién es en cuanto a su color de piel, su historia y su ser se toman varias de sus canciones. Cuenta que una vez, hace ya varios años, en una celebración de la afrocolombianidad, vio rostros de personas orgullosas de sus raíces. Rostros que en sus ojos no se parecían al de ella, que estaban muy lejos de encontrarse bajo una misma descripción.
Este suceso, y muchos más, la llevaron a preguntarse a dónde pertenecía, e incluso si podía identificarse como una mujer negra dentro de una comunidad que en otras zonas del país la veía como un ser distante. Finalmente, lo decidió: “Soy una mujer negra que existe en la ciudad, que creció acá y cuya identidad es pertenecer a la capital. Soy una mujer afrobogotana, y hay que reivindicar que sí somos personas negras, pero en un contexto distinto”, explica.
Y cuando se encontró a ella misma, encontró también su sonido en las tonadas del neosoul, una mezcla entre jazz, hip hop y más ritmos que, como ella, son el resultado de uniones, historias y culturas que, además, no siempre son bien vistas por la academia. Así que, con la idea de “reivindicar los sonidos de la calle”, la artista estrenó Re-Encuentro (2023), su primer álbum de estudio, que también presentó como tesis de grado.
“Yo hablo desde mi vida, desde las cosas que me atraviesan. Hago mis catarsis por medio de mis canciones”, asegura. Escuchar a esta artista es escuchar sus luchas, el racismo estructural con el que creció y que la llevó a aguantar burlas y comentarios en el colegio donde se graduó como la única estudiante afro; el cuerpo que habita, que no entra en las descripciones normativas de la sociedad; las mujeres que la han acompañado, artistas que, como ella, pisan fuerte en espacios y escenarios en los que antes no eran bienvenidas; en fin, sus canciones son ella en su expresión más clara.
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Laura Pérez, la bogotana de la voz dulce
La bogotana Laura Pérez compone como quien escribe en su diario los dolores, amores y verdades que se le cruzan por la mente. Sus emociones se deslizan por sus letras como sus dedos en las cuerdas de su guitarra, y el sonido de su voz es tan honesto como solo los sentimientos pueden serlo.
Recuerda que a los once años le regalaron su primera guitarra, y desde ese momento comenzó a sentir un amor desbordado por la música, que la llevó posteriormente a entender ese nuevo instrumento. Tanto así que, finalmente, después de memorizar todos los cancioneros que había en su casa llenos de rock en español, tomó la decisión de estudiar Formación Musical en la Universidad El Bosque, carrera que ya está por terminar. “La universidad me mantiene con los pies en la tierra, porque un día puedo estar tocando en una tarima y al siguiente tener clase a las diez de la mañana; soy una estudiante más”, comenta.
Así, todavía con mucho que aprender pero con la certeza de que está haciendo lo que más ama, la artista explora sus emociones de una manera tan profunda en sus letras, que incluso llegó a convertirse en un problema: “Algunas veces, hacer canciones desde la estabilidad es más difícil. En un punto, sentí que necesitaba algo de drama para poder sentir”, explica, y eso se puede notar en Canciones chiquitas (2021), un álbum escrito con el corazón en la mano.
Sin embargo, su más reciente EP, Tristes, pero no tanto (2023), es el resultado de un trabajo arduo por poder imaginar tristezas que no le pertenecen. Pérez sigue cantándoles al amor y a los corazones rotos, pero ya dejó de buscar que la tristeza necesariamente fuera suya, y al permitirse soltar eso encontró también un sonido más propio.
Más allá de la suavidad de su voz y la compañía de su guitarra, la artista describe su sonido como “pop mezclado con algo que me guste, que puede depender del día”. Por eso su música suena a baladas, a un poco de rock, incluso, y hasta a jazz en una que otra canción.
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