Rodrigo Santoro, protagonista de Westworld: “la relación con la tecnología es algo muy peligroso”

Revista Diners
Los creadores de Westworld han hablado de cómo cada temporada es más ambiciosa que la anterior. ¿Cómo ve usted que se transmite esa ambición?
En líneas generales, al final de la segunda temporada ustedes van a mirar la primera temporada y verán que simplemente era la punta del iceberg. Westworld es mucho más grande de lo que se imaginan, y en ese sentido creo que es bien ambiciosa.
En la segunda temporada se explora una cuestión muy interesante: los ‘hosts’ ahora tienen libertad, no están presos con la narrativa que tenían en la primera temporada, y la pregunta es “¿Qué van a hacer con esa libertad?”.
Los ‘hosts’ están comenzando una jornada de autorreconocimiento, buscando su propia identidad. Entonces es una especie de crisis existencial para ellos, y se viene una especie de revolución.
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¿A usted le ha causado algún cuestionamiento sobre la condición humana interpretar a un ‘host’?
Muchos. Desde que empecé a trabajar en este show, empecé a cuestionarme. Ese es un tema que me interesa personalmente, el tema de la relación del hombre con la tecnología; lo que el hombre ha creado, y los límites: quién controla a quién. Creo que vivimos eso en este momento, y siempre me ha interesado mucho pues creo que estamos en un punto muy delicado en ese sentido.
El hecho de que mi personaje sea un host, y me acuerdo que en el principio yo les pregunté a los creadores por la historia del personaje, les pedí cualquier información que pudieran darme, de dónde viene, etc., y me dijeron que no había historia. Es un trabajo muy distinto porque partimos de un punto neutro.
Desde el principio he intentado vivir el momento, estar presente, y el hecho de que nos llegan los guiones con poco tiempo de anticipación funciona, de una manera rara, a nuestro favor. Nos pone en una condición de presencia: tenemos que estar muy alerta, muy conectados con cada escena, con cada línea, con los demás actores… ha generado una forma específica de trabajar, y para mí ha sido un aprendizaje muy grande.
Westworld es una serie muy compleja que tiene muchas sorpresas. ¿Cómo le gustaría que siguiera la historia de Hector, su personaje?
Lo que está pasando con Hector es exactamente lo que quería que le pasara. En la primera temporada él era un producto de la imaginación de alguien: hablaba de una forma específica, caminaba de una cierta forma… era un personaje diseñado por un programador. Y yo sentía un desafío para darle vida a un personaje que no tenía su propia vida. Y ahora lo que pasa es que como están prácticamente libres de las narrativas que se crearon para ellos, ellos están en control, entre comillas. Están entrando en contacto con su conciencia y reconociéndose. Es una jornada de humanización de un ‘host’, y hay una infinidad de posibilidades. He tenido la oportunidad de trabajar distintos matices que antes no podía hacer. Me encantó trabajar todo eso. Hay un arco desde el episodio 1 hasta el final.
Esta serie tiene una relación bastante particular con los fans que no se da en cualquier programa de televisión. ¿Cómo enganchan la parte creativa con la respuesta de los fans como las teorías y todo lo que se habla en internet?
Yo creo que a la gente le gustan los rompecabezas. Hay que buscar explicaciones, inventar, entender lo que está pasando. Eso es una característica que tiene Westworld, y con eso genera una conexión inmediata con los espectadores.
Pero el tema de la serie es lo más importante: la naturaleza humana, la relación del hombre con su propia creación, una especie de Frankenstein, poniendo la tecnología, la máquina como una invención humana con un límite: ¿Dónde está la línea que los separa? ¿Quién controla a quién? Todos los seres humanos que vivimos en 2018 tenemos que hacernos esa pregunta, porque estamos completamente asombrados con nuestros teléfonos, con nuestras computadoras, etc., son extensiones de nuestros cuerpos y de nuestras vidas.
El otro día vi una escena que me dejó sin palabras: la hija de un amigo tenía su celular, y nos fuimos a pescar. Estábamos en el muelle de pesca, y la niña, una adolescente, dejó caer el teléfono al océano. El ataque de llanto y ansiedad de la niña fue como si hubiera perdido a su madre, como si el mundo se hubiera acabado. Me quedé sin palabras. Esta relación es algo muy peligroso.