Andi Baiz, el director caleño con el lente en Colombia
Alejandro Aguirre
Vi a Andi Baiz el pasado 8 de noviembre en el teatro Cinépolis cuando se inauguraba el IV Festival de Cine de Cali. Andaba feliz. Se estrenaba Sonido bestial, el documental que Sandro Romero y Sylvia Vargas realizaron durante diez años y que retrata la vida personal y musical de la pareja más célebre de la salsa: Richie Ray & Bobby Cruz.
Viajó de Bogotá a Cali para verlo. Andrés, como prefiere que lo llamen ahora, brincaba de un lado a otro. Se tomaba fotos. Comentaba los planos y la música. Saludaba y reía. Los ojos le brillaban luego del estreno. La razón: la pareja de músicos estaba presente en el teatro.
La actriz Vicky Hernández, mientras posaba con él para una foto, le preguntó: “Estuvo bueno, ¿no?”. En su desparpajo, le contestó: “¿Que si bueno? Buenísimo. ¡No ves que esto es Cali!”. Vicky, también caleña, sonrió. Baiz vivía la mezcla perfecta de su gusto por la salsa con el oficio de su vida: el cine.
¿Quién es Andi Baiz?
A Andrés Baiz (Cali, 1975) se le atraviesa, a veces, ese “ve, mirá” al momento de hablar rápido, y eso que lleva casi veinte años fuera de Cali: “Yo soy caleño. Cuando nací llegué a vivir cerca de la Plaza de Caicedo. Yo no sé si soy más caleño que todos los caleños, pero nací en el centro”, recuerda y ríe. B
aiz lleva el pelo caído a los hombros, siempre tiene barba y su cara es alargada. No es alto; es delgado sin ir al extremo; se viste como un adolescente que le gustan los colores, y las mujeres dicen que tiene la sonrisa perfecta. Su éxito con ellas se debe –dice su hermana Viviana, dos años menor que él– a que sabe bailar bien.
Usa zapatos blancos casi siempre y a él no le importa. Baiz creció escuchando salsa: “Mis primeros tragos fueron con esa música. Yo iba a las discotecas Changó y Don José a bailar”. Ha querido tocar piano, bongó y clarinete, pero dice no tener disciplina para ello. “Si no me hubiera dedicado al cine, de seguro que era músico”.
Entre carros de lujo y sangre
Creció en la época más dura de Cali, cuando el lujo, la muerte y la droga eran asunto diario. Lo dice sin anestesia: “Era el final de los ochenta y comienzo de los noventa. Me acuerdo que yo veía oro en cada esquina: carros lujosos y vida solvente.
Crecí en esa violencia de muerte, en el cuidado de lo que decías y hablabas. Uno de adolescente le aterraba; los valores cambiaban de un momento a otro. Los caleños lo teníamos todo, o eso era lo que creíamos, hasta que eso se derrumbó”.
Muchos creen –amigos y familiares– que Baiz es un provocador, mientras que él confiesa que solo es una persona que duda. “Me gusta mucho la ciencia, pues esta cuestiona, trata de responder preguntas.
Al borde del abismo con Andi Baiz
Lo opuesto sería la religión, que trata de entregar una respuesta para mitigar los miedos que tenemos de la mortalidad. A mí me gusta destapar, estar al borde del abismo.
Tal vez de allí viene mi provocación, de estar cuestionando las normas”.
Es buzo e hizo apnea en el Club Barracudas de Cali. Allí consiguió tener disciplina y dedicación. “Tenía una obsesión casi militar por estar bajo el agua y practicar buceo”.
Su familia tiene una casa en la isla de Providencia y eso amplió su pasión por el agua y la naturaleza. Es hincha del América de Cali. “Para mí esa Cali que aún no se quita de mi memoria, es esa de narcotráfico, buceo, baile, salsa y cine”.
Entre amigos y lentes
Rodrigo Guerrero es el mejor amigo de Andrés Baiz. Se conocen desde los tres años. “Andi es perseverante, fiel a sus principios, apasionado y consagrado en lo que hace. Tiene una dedicación extrema cuando trabaja. Él dice que es ateo, pero no lo creo: su religión es el cine”.
Guerrero, productor de Satanás, la ópera prima de Baiz, agrega que nadie como él conoce las calles, los habitantes y los íconos de Cali. “Íbamos tanto al cine –recuerda– que los porteros del teatro en Unicali (Unicentro) nos dejaban pasar por un lado y de tanto ir a bailar salsa Andi se volvió buen bailarín”.
Por su parte, Margarita Cuéllar –otra de sus compañeras entrañables con las que conserva un vínculo en su profesión– recuerda que conoció a Baiz a los 16 años, por Guerrero. “Siempre amigo de la gente, tiene carisma y es muy alegre.
En busca de historias y salsa
Es hiperactivo y sigue siendo el mismo cuando uno se lo encuentra”, dice al contar que se volvió a topar con él en Nueva York cuando este cursaba estudios de cine y ella hacía un posgrado también en el campo.
Margarita dice que a Andrés siempre le brillan los ojos y evoca las caminatas junto a Baiz y Rodrigo por el Museo La Tertulia, el río Cali en el oeste y la avenida Sexta. “Andábamos la calle o tomábamos buses para ir de un lugar a otro. Teníamos el mismo gusto por el cine y la salsa. Nos encontrábamos en las discotecas Agapito (Juanchito) o El Habanero (barrio Alameda) para bailar y escuchar música. Uno si se preguntaba cómo un tipo del Colegio Bolívar andaba en bus y caminaba la calle, pero a él no parecía importarle”.
Amor a 15 milímetros
Andrés Baiz tuvo contacto con lo audiovisual gracias a una cámara Sony Handycam Video 8 que su padre llevó una vez a casa. Para Guerrero, fue su papá el que puso la semilla para que Andrés fuera cineasta. Este lo confirma: “Me la confiscó. Fue amor a primera vista”.
El resto es la historia de siempre: que llegó a proponerle a una docente sustituir los trabajos convencionales por videos y que luego ganarían, al final de su año lectivo, el premio a la mejor película por el corto La rebelión de los girasoles, en el festival de cine de su colegio.
Pero antes de eso pasó por los teatros Calima, Bolívar, Unicali y San Fernando de Cali. Baiz veía Buscando a Susan, Volver al futuro o Los Gremlins y alquilaba películas sin editar que traían comerciales gringos.
Veía de todo y a pesar de todo. Porque, de niño, le corrigieron el estrabismo que padecía en su ojo derecho en varias operaciones y estas le hicieron perder la bifocalidad, así que se le dificulta ver de cerca. Hoy no puede ver películas en 3D. Ve plano.
Eso, sin embargo, no fue un impedimento para que supiera desde pequeño que quería hacer cine, aunque no supiera muy bien cómo era eso. Pero empezó a entenderlo, y a percibir la figura del director, al ver Goodfellas, de Martín Scorsese.
En la voz de Andi Baiz
Juan Carlos Romero, director del programa Comunicación y Cine en la Universidad Autónoma de Occidente de Cali, añade que Baiz cargó cables y fue asistente de escenarios en varias películas.
“Va camino a encontrar su propia voz en el cine y eso se hace rodando. Andi le apuesta a un cine de conexión con el espectador y sus dos cintas confirman ese interés. Antes de ser maestro hay que ser taquillero y esa es su apuesta, que tiene mucho talento”.
Entre tanto, José Urbano, cinéfilo, cineclubista y bloguero, dice que Baiz es uno de los cineastas de mayor proyección internacional porque no se queda en el tema local. “Una de sus fortalezas es que es un magnífico director de actores”.
Baiz en Nueva York
Baiz estudió cine en la Universidad de Nueva York. Pasó ocho años allí e hizo de todo para aprender el oficio del rodaje y del montaje: cargó cables, paró tráfico en películas, fue mensajero, pintó paredes y vio hasta cinco películas diarias.
Dice que tiene unas 400 cintas originales de esa época. Hoguera (2006), un mediometraje de 16 minutos, fue escogido para participar en la quincena de realizadores del Festival de Cannes 2007. Fue el espaldarazo –dice– del gremio del cine para llevar a cabo su ópera prima, Satanás (2007), que le generaría múltiples elogios por ser una “obra madura”.
Su segunda cinta, La cara oculta (2011), terminaría vendida a más de 25 países. Ahora viene Roa (2013), que muchos esperan que sea un thriller histórico.
Baiz quiso documentar la mítica fecha del 9 de abril de 1948, que originó “el Bogotazo”, a partir del anónimo y trágico Juan Roa Sierra, el supuesto asesino de Jorge Eliécer Gaitán. “Roa Sierra es un personaje con ínfulas de grandeza que va donde un quiromántico a que le lea la mano y que se cree la reencarnación de Santander.
Es un personaje cautivante, con aspectos tragicómicos que me interesaban y era una mirada diferente de esa tragedia”. El director agrega que hay mucha documentación sobre Gaitán, pero no de Roa Sierra:
“Fue esa mirada sui generis la que me fascinó de la novela El crimen del siglo, de Miguel Torres, en la cual basé Roa”. Y remata: “Hay algo en mi cine que incomoda de alguna manera. Satanás, La cara oculta y Roa son cintas que destapan en vez de ocultar. No hace sentir al público seguro, lo hace sentir incómodo, y eso crea cierta catarsis”.
El futuro de Andi Baiz
Baiz cree que “un buen director es el que tiene una obra irregular. Mi cine favorito es el que tenga imperfecciones”. Su película preferida es Todos los hombres del presidente, protagonizada por Robert Redford.
Lo último que le gustó fue Los motores sagrados, de Leos Carax, y nunca negará que sus fuentes de inspiración son Howard Hawks, Alfred Hitchcock, Roman Polansky, Francis Ford Coppola y Martín Scorsese. “No sé si pueda decir que tengo ya una miniobra, pero allí vamos. Mi meta consiste en filmar una película cada año y medio”.
Andi Baiz es caleño puro. Sencillo como el pan. Es de paseo de río. Su hermana Viviana, que es horticultora, recuerda que él sigue siendo el mismo: “sumergido en su mundo, un lector voraz que odia que lo interrumpan, el del humor ácido perfecto, el que llega a su entorno familiar y llama la atención porque siempre tiene algo que contar, el músico frustrado, el bailarín de salsa, el que usa zapatos blancos y el que ama a Cali”.
Ahora se entiende un poco cómo un tipo que estudió en el Colegio Bolívar –donde estudian los hijos de las élites de Cali– no tenía problema en llegar a su casa caminando o luego de tomar un bus. Su padre, Alberto, agrega que Andi tiene “su sencillez en el alma”. Como dice el director de la biblioteca de su colegio, Thomas D. Rompf, en un español regulado: “Andi es un tipo ‘re-la-ja-do’… ‘re-la-ja-do’. ¿Así se dice?”. Sí.