Pablo Larraín: en la mira de Hollywood
Juliana Uscátegui
Pablo Larraín nació hace 39 años en Santiago de Chile y es una de las promesas actuales del cine mundial. Con solo una década en este oficio, sus películas se distinguen por remover los sentimientos e incomodar al espectador de una manera singular. Atmósferas pesadas, personajes oscuros e historias difíciles de digerir han sido la constante en su carrera cinematográfica.
Su reconocimiento empezó con su segundo largometraje, Tony Manero, que se estrenó en el Festival de Cannes en 2008. La película, ambientada en 1979, en medio de la dictadura militar de Augusto Pinochet, cuenta la historia de un hombre obsesionado con el personaje de Tony Manero, que interpreta John Travolta en Fiebre de sábado por la noche.
Pero fue con su cuarto largometraje, llamado NO, que generó la atención de la prensa mundial, pues se convirtió en la primera cinta chilena en ser nominada a mejor película extranjera en los premios Óscar de 2013. Protagonizada por Gael García, está centrada en el plebiscito de 1998 en el que Pinochet fue derrotado. Fue rodada con una cámara U-matic, un formato en completo desuso, pero que fue clave para darle esa textura de realismo de finales de los ochenta.
Su más reciente película, El club, recibió el premio del jurado en el pasado Festival de Berlín y también está dando que hablar. En esta cinta explora la historia de unos sacerdotes que están cumpliendo una condena imputada por su propia Iglesia tras haber cometido crímenes sexuales. Viven en una casa, aislados, pero la vida les muestra los horrores de su culpa. El director deja que el espectador viaje sobre la delgada línea que existe entre la justicia y la compasión. Para esta película, Larraín utilizó unos lentes que compró en Los Ángeles y que provienen de una maleta soviética de mediados de los años sesenta, que usaron las generaciones pre y post Tarkovski. Son difusos, pero él busca ese tipo de efectos. “Mi lápiz es la óptica”, ha repetido en varias ocasiones. Y en El club, justamente, su agudeza está ahí: poca luz, ambientes cerrados y mucha luz natural, un espacio que produce ambigüedad y que genera muchas sensaciones entre el público. Lo cierto es que Larraín quiere que sus películas sean heterogéneas, que no sean imitables. Trabaja de la mano de su hermano, el productor Juan de Dios Larraín. Juntos tienen la compañía productora Fábula, desde donde también se han producido exitosas películas como Gloria, del joven director Pablo Lelio, y dos temporadas de Prófugos, una serie en español para HBO.
Siempre trabaja con el mismo equipo, al que considera como su familia. Asegura que le interesan mucho más las personas que las ideas y por eso ha puesto su fe en otros directores. Fiel a su identidad chilena, no ha dejado en silencio la dictadura militar que vivió su país, tema que está presente en tres de sus producciones.
Literatura y Hollywood
Trabajo no le falta a este director chileno. Su próximo proyecto, que espera estrenar en 2016, está centrado en la persecución del gobierno de Gabriel González Videla al premio nobel de literatura Pablo Neruda, en 1948, cuando tuvo que escapar de Chile hacia Argentina y luego a Europa. Aquí repite fórmula con Gael García, quien interpreta a un policía, y Luis Gnecco, encargado de representar a Neruda.
Pero aún hay más. Según la revista Variety, el reconocido director Darren Aronofsky, presidente del jurado del Festival de Berlín de este año, quedó impresionado con la película El club. Así que invitó a Larraín a dirigir la cinta Jackie, que cuenta los cuatro días posteriores en la vida de Jackie Kennedy luego del asesinato de su esposo, el presidente John F. Kennedy. La película será protagonizada por la talentosa Natalie Portman y producida por Aronofsky. Otros medios estadounidenses han confi rmado, además, que Larraín dirigirá el remake de Scarface, la cinta protagonizada por Al Pacino y dirigida por Brian de Palma en 1983.
Sin embargo, este director va con calma, paso a paso y se abstuvo de comentar sobre estos dos nuevos proyectos que le abren las puertas de Hollywood. Desde Londres, y después de acabar la fi lmación de su próxima película, conversó telefónicamente con Diners.
¿Cómo fue la acogida de El club en un país tan conservador como Chile?
No creo que Chile sea tan conservador como ustedes piensan. Creo que, lamentablemente, eso es lo que se hace más notorio, pero en las encuestas sobre temas fuertes, como el aborto, no es tan conservador. La película ha tenido un gran impacto y ha producido mucho diálogo, pero nadie se escandaliza en Chile por algo así, más bien se ha generado una conversación sugestiva.
¿Cuál es la culpa real si, al final, entre estos personajes existe la certeza de que Dios los va a perdonar?
Aquí vemos varias cosas que tienen que ver con la naturaleza del perdón: la primera es que la Iglesia pareciera desconfi ar de los tribunales laicos y entonces, los miembros se perdonan entre ellos y ante Dios. Por otro lado, algo interesante y peligroso consiste en pensar que el perdón es solo algo que va a ver Dios y que Él te va a perdonar todo lo que hayas hecho. Y, finalmente, el perdón entre los hombres produce circunstancias dramáticas que son valiosas para el cine. Perdonar es un acto divino y sumamente abstracto, por lo tanto produce un imaginario de la culpa y un tono de compasión que resulta muy importante como sentimiento en la película.
¿Qué piensa del papa Francisco?
Tiene una gran misión por delante, que es enfrentar lo que él representa, una nueva Iglesia, más cercana, más humilde y no una que actúe tanto en cónclave que quiera tratar todo lo malo a puerta cerrada. Esta película es la pugna entre estas dos Iglesias. El papa tiene un desafío muy grande que es comprender que en la práctica uno de sus miembros debe enfrentar un tribunal de justicia laica, porque es la única manera que entendemos que todos somos iguales ante la ley.
¿Cuál es la fórmula para el éxito de una película algo local como NO o un tema universal como El Club?
Creo que es difícil defi nir una receta. Intento poner al personaje y a la historia en algo profundamente humano, para que no sea tan localista. Intento poner cosas que las personas disfruten, que no sean de su idiosincrasia. Y es ahí en donde empiezo a encontrar el conflicto humano. Entender que hay una universalidad en lo que nos pasa, para que pueda ser disfrutado y comprendido por audiencias de todos lados.