Game of Thrones, año 3: Valar Dohaeris
Gabriela Sáenz Laverde
Samwell Tarly es un cobarde. Lo sabemos desde la primera temporada, cuando Jon Snow tuvo que defenderlo de sus compañeros de entrenamiento en el Muro. Por eso llama la atención que sea precisamente él quien tiene el primer contacto con los guerreros blancos, esos zombies que todos temen en el mundo más allá del Muro, donde Jon Snow está de agente encubierto en el bando de los guerreros de Mance Rayder. Tanto la guardia del muro como los salvajes de Rayder, sin embargo, tiemblan ante la sola mención de los guerreros blancos.
En King’s Landing, Tyrion se recupera de las heridas adquiridas en la batalla de Blackwater. Tendrá una cicatriz para el resto de su vida y ni su familia ni el pueblo han reconocido su heroísmo en la batalla. De hecho, su padre ni siquiera lo fue a visitar, y Cersei, su hermana, es la única que ha golpeado su puerta. Cuando finalmente está en condiciones de salir al sol, Tyrion busca a su padre, Tywin, para reclamarle su herencia: Casterly Rock. Por su condición de enano, por haber matado a su madre en el parto, y por ser un vagabundo que anda con prostitutas, Tywin se ríe ante su petición. Sin embargo, le promete glorias, riquezas y su lugar en la familia una vez se recupere del todo.
Mientras tanto, Margaery Tyrell, la nueva prometida del rey Joffrey, se ha convertido en la Lady Di de King’s Landing. Junto a sus damas de compañía visita el orfanato de la ciudad, repartiendo regalos y asegurando comida y vestido para los niños en nombre del rey. Ella se encargará de hacerlo quedar bien ante la población, que actualmente lo ve como un niño déspota y cobarde.
En el norte, Robb Stark y su madre han llegado a Winterfell. Sabemos que Bran huyó de la hoguera junto a Osha, Hodor y su hermanito, Rickon, pero su familia aún no lo sabe. Encuentran un panorama deprimente de destrucción y muerte. La traición de Theon Greyjoy es profunda y dolorosa.
Finalmente, Daenerys Targaryen está lista para la batalla, con 8 mil soldados que son máquinas de matar, sin sentir dolor, sin conciencia. Y, por supuesto, siempre están los dragones.