The Brutalist: una estructura hecha para que entre la luz

Tomás Vásquez
La apertura de The Brutalist es quizás uno de los logros más importantes del cine que se ha hecho alrededor del trauma judío en lo que va del siglo. La razón es sencilla: en un tiempo coyuntural tan delicado, que se ha prestado para muchas y muy diversas representaciones e interpretaciones del Holocausto, Brady Corbet ha recordado en unos pocos minutos iniciales que la forma más efectiva y ética de representar el terror es la que opta por lo opaco, por lo sugestivo.
La película se inaugura sumergiéndonos en el interior de ese espacio del cual ha hablado el pensador martinico Edouard Glissant: la oscuridad milenaria y confusa del barco, un útero y una matriz que expulsa, cubierta por olas y cielos vertiginosos, llenos de gritos y murmullos, susurros, órdenes y golpes, donde las comunidades que han sido arrancadas de su tierra comienzan a entender la naturaleza de su trauma, de su identidad y de su exilio.
Con la llegada de una embarcación llena de inmigrantes judíos, sobrevivientes, que lo primero que ve al llegar al puerto de Nueva York es la imagen invertida, dislocada, de la estatua de la libertad -ese monumento que vieron cientos de miles de inmigrantes que llegaron a Estados Unidos desde finales del siglo XIX, buscando un futuro mejor-, The Brutalist se resume magistralmente y nos da todas las pistas para entender muchas de sus intenciones.

Un judío en Philadelphia
Este es el retrato de László Tóth, un judío húngaro que luego de sobrevivir al Holocausto llega a Estados Unidos buscando oportunidades para construir una vida en medio del trauma que late en él durante sus primeros meses en Estados Unidos. La precariedad y las dificultades de los bajos mundos se reflejan en su rostro y en el rostro de miles de inmigrantes, judíos, negros y demás sujetos marginados que hacen filas en comedores comunitarios.
Con la ayuda de su primo, Atilla -quien además de convertirse al catolicismo, con su esposa norteamericana, deformó su apellido para que se ajustara al contexto de Estados Unidos y fuera más rentable (Miller)- László logra poner en práctica sus conocimientos y habilidades como arquitecto.

Luego de una comisión de los Van Buren, una familia de industriales multimillonarios, para remodelar la librería del Bucks County, László abandona la ciudad durante unos años en los que trabaja en construcciones, sumergiéndose en la heroína, el jazz y hogares y comedores regados en los márgenes de la ciudad, antes de que Harrison vuelva para un nuevo encargo, exaltando sus trabajos en Europa y su formación en la Bauhaus, la famosa escuela de diseño y arquitectura.
En medio de adicciones, visiones y un talento para esculpir el espacio que le valdrá un largo mecenazgo en cabeza de los Van Buren, László deberá asumir las presiones y abusos de un país que tan solo tolera a los judíos, logrando, mediante su trabajo, reencontrarse su esposa Erzsébet y su sobrina Zsófia, que tras ausentarse durante toda la primera parte de la película aparecen para acompañar la segunda parte, titulada The hard core of beauty (que podría traducirse como “el núcleo díficil, duro, de la belleza”).
Filmada en VistaVision, un formato de 70mm adecuado para abarcar los grandes espacios que vamos descubriendo y las emociones de los personajes, The Brutalist es una odisea que refleja las dificultades de una época y de una comunidad que lucha por adaptarse a una país y una cultura interesadas unicamente en extraer el talento o la grandeza de artistas o propuestas que en este caso son las estructuras brutalistas de Lászlo -un claro reflejo de la corriente arquitectónica que desde la década de 1950 priorizó los materiales desnudos (en general cemento o ladrillo) y las estructuras por encima del diseño interior.

Que László insista en que sus obras tendrán un potencial político que las comunidades futuras sabrán leer y utilizar es un claro síntoma de la esperanza y la intención detrás de su oficio. Para la gran comisión de los Van Buren, que le encargaron la construcción de un instituto que sea librería, teatro, gimnasio y capilla, este arquitecto originario de Budapest y adicto a la heroína vuelca todos sus esfuerzos y conocimientos.
Quizás algo de la amplitud de estas estructuras, la crudeza de sus materiales y la funcionalidad casi estoica que le imprime a cada lugar del instituto traduzcan ciertas de las experiencias que, como exiliado y como judío, se esforzaba en imaginar y asimilar. La oscuridad del barco -que también es la oscuridad de los campos de concentración y del trauma- son el correlato de una búsqueda de luz que, en ciertas horas del día, llena de significado y esperanza los grandes espacios vacíos.

Este quizás sea el núcleo difícil de la belleza que la película se esfuerza en reflejar: detrás del estilo brutalista está impresa una forma de habitar el espacio que László, como muchos de sus antepasados y de las generaciones venideras, entienden. Ya sea a partir de gigantescos muros sin decoración que la mirada recorre buscando las entradas de luz, ya sea a partir de túneles y hundimientos que se asemejan a esas partes subterráneas de la memoria, las construcciones del brutalista son en realidad un reflejo de su espíritu y de su tiempo.
Nominada a varios premios de la Academia -en las categorías de mejor actor, mejor director, mejor película, mejor guion y mejor fotografía- la obra maestra de Brady Corbet exige ser vista en salas de proyección, donde el espectador recordará las épocas de intermedios en el cine, en un intermedio de 15 minutos en los que podrá ir al baño, ver el celular o buscar alguna ventana.