La sexualidad de los animales según Isabella Rossellini
Enrique Patiño
Hay vidas predestinadas. Quizás la de Isabella Rossellini haya sido la de la fama. Su primera infancia, distinta a casi todas, le agregó conceptos de libertad, irreverencia, glamour y humor, que han definido sus casi 72 años de vida.
Para entender su destino, es necesario empezar desde su misma concepción, fruto de un amor voraz y mediático que unió a dos leyendas del cine: Ingrid Bergman —la estrella sueca ganadora de tres premios Óscar— y el reverenciado director Roberto Rossellini, uno de los revolucionarios del neorrealismo italiano.
Aún sin nacer, Isabella ya era noticia. Sus padres se encontraban en la cima de su carrera cuando decidieron convertirse en amantes, pese a estar aún casados con sus respectivas parejas, y dieron a luz a su hermano Roberto. El mundo del cine y los fieles católicos les volvieron la espalda a ambos, hasta el punto de que a la actriz la consideraron persona non grata en Estados Unidos. Bergman se radicó en Italia. Luego de que el director y la actriz se casaran, Isabella y su gemela Isotta nacieron en 1952.
El nacimiento de gemelas por parte de la actriz más célebre del momento fue una noticia global. Los paparazzi buscaron a Isabella desde su misma cuna. Pia, la hija del primer matrimonio, llegaría más adelante a vivir con sus tres hermanos en Italia, y recordaría ver a la prensa rosa lanzarse encima del auto para detenerlo y a la gente queriendo tocarlas.
Isabella vio poco a sus padres en ese entonces, dedicados a rodar cinco películas, una tras otra, casi siempre en medio de viajes, hasta que decidieron separarse cuando la niña tenía cinco años. Ante su ausencia y la falta de presencia de sus progenitores, su infancia transcurrió en medio de un caos natural y atípico: Argenide Pascolini fue el ama de llaves que se hizo cargo de los hermanos. Los chicos vivían entre Roma y París, en el apartamento ubicado al lado del de su padre, regentado por niñeras que se turnaban para cuidarlos.
Esos primeros años definieron su sentido del glamour y también le permitieron entender la posibilidad de una vida en la que eran comunes los romances y cambios de pareja de los adultos, así como cotidianas las jugarretas que el amor causaba en los humanos.
Ante la evidencia de la comedia humana y la libertad del enamoramiento, su personalidad se enriqueció con el sentido del humor. Cuando se sumaron los dos hijos de su padre con su nueva esposa, la convivencia de siete niños hizo de su vida una fiesta permanente.
Otros primos y sobrinos entraron a su hogar en un ambiente festivo, exótico y cambiante, con una exultante actividad de juegos y risa. Su madre le dijo un día en que se detuvo que “los niños son apenas hombres y mujeres que no se han rendido aún a la civilización”. En medio de ese caos creativo, se sembró en Isabella un gusto supremo que definiría su vida: los animales. Porque donde cabían tantos niños, también había espacio para perros y gatos.
El camino natural de la fama de Isabella Rossellini
Isabella Rossellini tomó esos elementos de los primeros años de su vida y los llevó a su nivel personal de éxito. Aunque había crecido en un mundo de estrellas, la intimidaba acercarse a las cámaras. La reputación de sus padres le abría puertas, pero también la llevaba a ser juzgada con severidad. Cuando viajó con su hermana a Nueva York y se acercó al periodismo, aceptó la propuesta de un fotógrafo para hacer modelaje. El mundo comercial le parecía menos arriesgado que el de la actuación.
El estrellato la esperaba. Una sesión de fotos la llevó a ser portada de la revista Vogue y en cuestión de meses pasó a ser una de las modelos más cotizadas del mundo. Con el cabello corto y miles de personas buscando en su rostro el legado de la belleza de su madre, firmó un contrato con una exclusiva marca de cosméticos francesa con la que estuvo desde 1982 hasta 1996, contrato que la llevó a convertirse en la modelo mejor paga del mundo.
No dejaban de decirle que era hermosa. Y con su habitual sentido del humor, no terminaba de creérselo. En su infancia sufrió de escoliosis y tuvo que pasar dos años inmovilizada. “Con que pudiera caminar ya me sentía feliz”, recuerda.
Libre de presiones, se dedicó de lleno al modelaje. Aprendió allí cómo su imagen construía la idea de un producto. Recuerda esos días como una sumatoria de esfuerzos de peluqueros y maquilladores, luminotécnicos y profesionales del diseño y de la cámara para lograr una imagen sublime. “Te componían como una escultura. Una vez en posición, era el momento de concentrarse y darle vida a la persona que querían. Dios está en los detalles”, dijo en 1994.
El cine y la madurez de Isabella Rossellini
Igual, terminaría llegando al cine porque era casi inevitable para ella por el universo en el que se movía. A punto de cumplir treinta años, Isabella decidió actuar y la crítica la apabulló. Pero siguió haciéndolo. Su madre había ganado tres premios Óscar y ella no alcanzó jamás ninguna nominación significativa, pero ya entonces dejó de importarle. Ahora le importa poco y nada. “En vez de un Óscar tengo ovejas, perros y dos hijos”. Su sentido del humor es constante.
En esos acercamientos al cine, y ya en una de sus primeras entrevistas como periodista, conoció a Martin Scorsese, con quien se casaría y de quien se divorciaría cuatro años más tarde en condiciones similares a las de su madre y su padre: embarazada de otro hombre, cuando todavía estaba con el director. Se casaría entonces con el modelo Jonathan Wiedemann, también por cuatro años, y luego tendría una relación de seis años con el director David Lynch, con quien rodaría la película más importante de su carrera, Terciopelo azul. También tendría un romance con Gary Oldman, hasta que decidió quedarse sola por más de 20 años y dedicarse a sus hijos. “Los maridos consumen tiempo”, diría.
Aprendió a reenfocar su vida. Porque cuando todo parecía ir viento en popa con el cine y el modelaje, la reconocida marca francesa decidió suspenderle su contrato, a sus 43 años. Isabella los entendió: el modelaje era un ideal que se vendía, regido por una tiranía de belleza perfecta, y ella había entrado en una etapa en la que ya no la acompañaba la juventud y no expresaba, como antes, el deseo ni la actitud distante que la marca quería generar y ella transmitía.
Decidió ir a la universidad a estudiar el comportamiento animal y aprovechó para invertir en una granja en Brookhaven, a dos horas de Nueva York, donde creó un espacio llamado Mama Farm, en el cual convive con gallinas, patos y perros, cabras y ovejas. Su amor por los animales se había fortalecido a los catorce años, cuando su padre le compró un libro de Konrad Lorenz, uno de los fundadores de los estudios sobre animales. Entendió lo que quería.
Lo sorpresivo en ese proceso fue que Isabella volvió al modelaje 35 años después de haber sido el rostro de marcas cosméticas. Lancôme la contactó una vez más, le ofreció excusas y le pidió que retornara a la marca. Ahora siente que simboliza algo diferente: “No represento la belleza, sino un sueño diferente que puedo llamar ‘alegría’”.
Isabella Rossellini y el porno de los animales
Isabella había llegado a un momento de la vida en que podía exigir que, al ser portada de Vogue, no le retocaran las arrugas; escribir guiones como el del corto surrealista sobre su padre, Mi papá tiene 100 años, en el que bordea la comedia; estudiar una maestría en comportamiento animal; fundar su granja con un noventa por ciento de hembras entre sus animales, y optar por crear cortometrajes para cine, como los que le propuso su amigo, el actor y director Robert Redford, para su canal Sundance TV.
Hoy, Isabella Rossellini es, una vez más, noticia. El ciclo integral de sus cortos llega a la plataforma MUBI a través de las series Green Porno (2008-2009, trece episodios), Seduce Me (2010, diez capítulos) y Mammas (2013, once episodios). “La idea fue de Robert. Cuando vio el éxito de YouTube, entendió que era la oportunidad de relanzar los formatos de los filmes cortos, un éxito en los primeros días del cine que la industrialización llevó a que perdiera impacto. Decidí hacer temas ambientales de dos minutos que hablaran de animales. Completé la idea con mis guiones”, explica durante una entrevista virtual con varios medios internacionales.
El tema la apasionó, y continuó profundizando en él durante la pandemia y ahora, con un tour actual sobre el sexo en los animales. A través de ellos, habla de lo que cree y piensa. “En la naturaleza nada es antinatural. No todo comportamiento humano se refleja en ella: tener mamá, papá y bebés es algo que pocas especies hacen. Ahora mismo veo una garza macho y muchas hembras frente a mí, por ejemplo. Hay hermafroditas, gays, otros teniendo mucho sexo, y todo es natural”, añade.
Lo hace con desfachatez e irreverencia: baila, se disfraza de animales, y usa aparatajes de reproducción en algunas escenas para ilustrar y, además, hacer reír. Habla de gallinas que eyectan esperma, de delfines que buscan orificios, de mantis religiosas que devoran a su pareja en el acto de reproducción, de lombrices hermafroditas o de serpientes con dos penes.
El proyecto sacó a relucir su irreverencia y su humor, así como su conocimiento de los animales. Retomó su glamour, pero esta vez para dejarlo de lado y experimentar. “Siempre quise hacer cosas de animales, pero no sabía cómo. Al final, se me ocurrió pensar qué haría si yo fuera una mosca. Pensé que podría transformarme. Hice tres pilotos de Green Porno, y como les gustó, pidieron más. Se volvió viral y terminamos generando 40 cortos”.
Isabella Rossellini o se cree una cineasta consumada sino experimental, como su papá o David Lynch, cada uno a su manera. “Mi idea de experimentar está en mi naturaleza. No es que mis películas sean como las de papá, pero la idea de intentarlo viene de él. Cada película busca el conocimiento. Incluso la más comercial intenta hallar respuestas”.
No cree que sus cintas cambien la sociedad. “No soy militante, solo quiero ilustrar la biología y transmitir lo que existe en la naturaleza”.
Para una mujer como Isabella Rossellini, a la que muchos relacionaron con la belleza, sus cortos son una forma de transmitir la belleza de lo no obvio. “Muchas mujeres en la industria tuvieron el rol de ser hermosas, pero sin una voz. Las nuevas voces ahora hablan. En mi caso, hice películas que amé, pero mi interés por los animales me ha llevado a expresar algo que es mío”.
Sabe lo que es no ser querida porque ha perdido su belleza, y lo ha visto también en muchas amigas suyas. “La belleza es más que seducción y elegancia. La belleza no se sostiene sola si se limita a la forma en que otros nos perciben y nos desean. Debe ser más profunda. La belleza debe ser una expresión de la elegancia, y la elegancia, una expresión del pensamiento”, concluye.
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