“Me interesa la imperfección”: Isabel Coixet, homenajeada en el FICCI 2024
Enrique Patiño
Cuando hizo la primera comunión, Isabel Coixet recibió de regalo una cámara de 8 milímetros que la acercó para siempre al cine. Era un gusto que ya había heredado de su abuela Trini, una valiente mujer analfabeta criada en una familia con 18 hermanos a principios de siglo cerca de Gandía, Valencia, e hija de un abuelo agricultor que cultivaba arroz.
Su abuela Trini trabajó a los 13 años en Barcelona, y allí encontró trabajo en la taquilla del cine Texas. Ese oficio hizo que desde muy pequeña Isabel pudiera acceder al cine y viera muchas cintas que amó y otras más que no entendió, pero que la formaron. Uno de los momentos cruciales de su vida fue cuando junto con su abuela entró a ver la sala de proyección y conoció las cintas de celuloide y cómo la película se hacía visible con la luz. “Pensé que siempre querría hacer eso, crear con luz para que quedara grabada en el celuloide”.
Hoy, con sus grandes gafas —que le dan profundidad de campo—, Isabel Coixet (Barcelona, 1960), es una de las directoras y guionistas de cine españolas más internacionales y reconocidas, ganadora de 8 premios Goya. Dejamos que ella, en Cartagena, donde fue invitada especial del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI) nos relate su mirada particular del cine.
¿Cuál fue la primera cinta que vio?
Pinocho, de Walt Disney. Recuerdo que cuando a Pinocho se lo come la ballena empecé a gritar y a pedir que no se lo comiera, y que por eso me sacaron del cine.
Y ¿cuál fue la primera que la marcó?
El séptimo sello de Ingmar Bergman, en un cine club, cuando en España empezaban a estrenarse pelis que no se habían estrenado. La vi con 14 años y me abrió la puerta para entender que el cine, además de generar espectáculo y transmitir emociones, podía tocar el alma. La escena de la muerte jugando al ajedrez en una playa es sublime. De hecho, mi primer corto en Súper8 fue una reproducción de eso. Pero, en un momento, la muerte, interpretada por un amigo, y la ajedrecista, que era una amiga, se levantaban y se ponían a bailar flamenco. No quería copiar tan descaradamente a Bergman.
Usted también hace la cámara de sus películas…
No ha estudiado cine. Soy licenciada en historia contemporánea. Por eso, al inicio consulté a profesionales. En mi primer corto tuve un director de fotografía que siempre me hacía un encuadre distinto al que yo quería. Me cabreé y le dije “trae la cámara” y yo hice el enfoque. Desde entonces hago los encuadres que quiero. El único miedo que tengo ahora es a cometer los errores de los otros. Los profesionales también se equivocan. Si hay que equivocarse, que sea en algo en lo que tú creas.
¿De dónde surgen sus ideas?
Hay gente que viene y me cuenta cosas, que mezclo con otras, y de eso salen cosas que entonces ya tienen que ver conmigo. He hecho bastantes adaptaciones literarias, pero no leo para hacer pelis, solo leo. Sin embargo, hay historias que cuando las lees, como el cuento que dio origen a Una vida sin mí, o la novela que originó Un amor, me dan ganas de hacerlas cine. Sin embargo, me la paso bien haciendo guiones originales. Si quieren una recomendación, hagan adaptaciones de autores muertos sin herederos. Es más fácil.
¿Es feliz en el set?
Yo no soy feliz fuera de allí. En el set soy amable, tranquila, porque todo puede funcionar, aunque no funcione. Siento que hay un mecanismo que hará que todo sea posible. En un rascacielos en Benidorm, por ejemplo, en el piso 30 con una vista increíble, pasé tres días de niebla totales que no me dejaron ver nada. Todo era blanco, así que, bueno, como no podíamos ver nada, pues quise que el personaje viviera eso. Si hay unos buitres en una montaña, los usas. Y así: el set tiene que estar vivo y adaptarse. Hay veces que te aferras a lo que has escrito, pero hay que soltarlo.
¿Qué le interesa transmitir?
Me interesa alguien que sea humano, o sea, alguien que sienta tres emociones distintas al mismo tiempo, que tenga matices, sienta dudas, contradicciones, muchas emociones. Los diálogos perfectos me generan incomodidad, a menos que sea Pedro Páramo o Shakespeare.
¿Qué quieren transmitir las mujeres en sus películas?
Me interesa la imperfección. Por muchísimas razones seguimos buscando referentes de perfección, sobre todo en el mundo femenino. Yo soy de las que no reivindico muchas cosas, como ser héroe, heroína, diosa o divina. No busco la perfección ni me sumo a las que hablan de la palabra empoderada. Yo lo que quiero es que nos dejen ser como somos, imperfectas, contradictorias, y que nos dejen cometer los mismos errores que los hombres y no nos castiguen por ello.
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¿Cómo elige trabajar con mujeres?
Las mujeres que trabajan conmigo no son diosas, sino gente buena y responsable, relajada y, sobre todo, que se deja el ego y la vanidad en casa. Desmitificamos la historia del director como un ser todopoderoso que todo lo sabe y hay que permitirle todo. Eso ha llevado a cosas espantosas que estamos viendo en el mundo del Me Too. La historia de mi cinta Un amor, por ejemplo, es la de una mujer que se enfrenta a un mundo hostil. Para que Laia se sintiera cómoda decidí trabajar con gente que nos hiciera la vida fácil y por casualidad todas fuimos mujeres. Pero en la peli una de las más malas es una mujer, que es el demonio.
¿Qué tipos de historias de mujeres le gustan?
Me gustan las historias de mujeres solas. Estar solo en un ambiente desconocido te lleva si saber si puedes estar solo o qué le falta a tu vida.
¿Por qué rueda películas en lugares como Japón, Irlanda, Noruega, Estados Unidos, entre otros?
Diría que a los españoles en general les cuesta cruzar el mar y vivir en otro país. A mí, por alguna razón, me pasó que escribí un guion que pasaba en Estados Unidos y la gente me decía, ¿cómo vas a hacer eso fuera de España? Pero es que tengo el gen de la contradicción, así que entre más me lo decían, más quería hacerla allá. Y esa ha sido mi vida, voy por ella sin mucho plan, salvo el de contar historias que, pienso, si a mí me conmueven, en otros lados también van a conmover.
¿Qué la conecta con otros destinos?
He viajado mucho por distintos países. A mí me tiras en Medellín y me siento de allí. No tengo un nacionalismo identitario. Mi identidad no está construida desde un sitio, sino que la alimentan autores de todo pelaje. Yo escribí una historia que pasaba en Japón y lo hice porque amo Japón, había vivido con un japonés y estaba muy compenetrada con él. La primera vez que fui con dos amigos a Japón no había viajes baratos, y era una odisea. Tuvimos que parar en la india, y a mis amigos todos les parecía espantoso y estaban horrorizados, pero yo no. En el mercado de Bazurto, en Cartagena, los carteles y la comida puede ser distinta, pero no es tan distinto al mercado de Tokio o a cualquiera de España. A todo lo conecta algo más allá de lo identitario y de lo nacionalista.
¿Algún destino al que no volvería?
En Noruega no volvería a rodar. La temperatura estaba fresquita, pero se comía muy mal. A mí allí que no me lleven. Visto un fiordo, visto todos. Lo que me conecta es la señora que se hace la ceja, el que vende agua, el que lava los pisos, esa gente. Esa es la vida, no lo prolijo, que es aburrido. La vida tiene que ser como el sexo, un poco sucio.
¿Cómo elige sus locaciones?
Yo voy sola al lugar para entender cómo se mueve el lugar, cómo es y también, para anticipar cómo se moverá allí la gente. Es mi manera de entender cómo se moverá la cámara, qué pasará. Una parte de la película la hace el guion, otra los actores, y otra parte la construye el escenario.
¿Qué ha cambiado del cine que hacía al inicio a hoy?
Hay una pérdida de la inocencia. No la he perdido en cuanto a dirigir, porque sigo pensando que el cine es un arma muy poderosa para llegar a determinados resquicios del alma humana. Entre un personaje y otro hay una conexión, y siempre se siembra una esperanza. Quizás tengo más consciencia de que necesito que mis personajes aprendan algo. No como cuando dijimos que la pandemia nos iba a cambiar… y no cambiamos nada. Yo, como narradora, necesito que al final de túnel haya una grieta a través de la cual se genere un cambio.
¿Cuál es su aporte a los diálogos?
Mis diálogos están construidos con silencios. Para mí, los silencios son la horma del zapato del diálogo.
¿Cómo hace para dejar ir a los personajes en los que ha trabajado por años?
Hay un momento en que la película no te pertenece, les pertenece a otros. Quedan las cosas, que son de las últimas cosas que desaparecen. Más bien diría que los guiones que no se han hecho son los más difíciles, porque allí habitan personajes que nunca han existido, almas en pena en el purgatorio.
¿Qué proyectos vienen?
Trabajo en el proyecto de una serie sobre unos jóvenes que odian los domingos y que cada domingo se reúnen para beber y ver una peli. Habla de una nostalgia por el peso del cine.
¿Qué es el cine?
Es mi país.
(Para saber más: Cinco películas más una que vimos en el FICCI 2024 y que puntuamos de uno a cinco)