Las series favoritas de Martín Caparrós
Margarita Posada
El escritor argentino Martín Caparrós, autor de más de dos docenas de libros (entre novelas y otros géneros) y merecedor de varios premios periodísticos y literarios, entre ellos el Herralde, el Planeta y el Rey de España, habló con Diners sobre la narrativa de la televisión hoy en día, así como de las similitudes y diferencias que encuentra con el lenguaje de la literatura y el de las series que lo han atrapado y las que no.
Las series de televisión marcaron un giro absoluto en la narrativa que usualmente veíamos en televisión. ¿Podría decir en qué momento o con qué series se produjo ese giro?
El padrino, al fin y al cabo, con sus tres partes, es algo así como una serie avant la lettre pero, si nos atenemos a mi biografía, yo por primera vez me percaté de que había algo distinto dando vueltas hace unos 12 años cuando una amiga me puso a mirar Sex & The City. Aunque allí el cambio era más temático que formal, ya empezaba a pasar lo que definiría el modelo serie: la extensión. Lo que más me impresiona de la irrupción de las series es que me ha cambiado la forma de pensar el cine: hasta ellas, yo creía que una película era una novela puesta en pantalla, pero las series me hicieron entender que una película es un cuento y en cambio las series ocupan el lugar de la gran novela decimonónica, llena de esos personajes, giros, matices, idas y vueltas que una novela ofrece.
Aparte de la extensión, ¿en qué radica la fuerza narrativa de las series hoy en día?
En que tienen el espacio y el tiempo para inventar: se permiten buscar, variar, encontrar maneras nuevas de contar, como en Sorkin, en West Wing (el ejemplo clásico)… el diálogo tiene un valor inmenso. En estos días estuve reviendo The Wire y me impresionaron las variaciones de lenguaje oral que se veían, lo coloquial que es cada personaje…
¿Al verlas siente el mismo placer que al leer una novela decimonónica?
No sé si sea el mismo placer. Salvo en la mejor novela decimonónica del siglo XX, Vida y destino, siempre hay algo de “alta cultura” que hace un ruidito imperceptible. En cambio las series cuentan el mundo sin esa pretensión y eso las vuelve mucho más eficaces, supongo.
¿El fenómeno de las series de televisión se podrá considerar como alta cultura en un futuro? O mejor, ¿las series pueden llegar a ser tan importantes para definir nuestro tiempo como otrora una novela decimonónica?
Eso no me importa mucho. Creo que lo interesante de las series es precisamente lo contrario: son rabiosamente contemporáneas, son la forma de contar este momento que inventó este momento –en los varios sentidos que esta frase puede tener–. Es raro encontrarse con una forma de contar que corresponda tan exactamente a una época. Las series son otra cosa.
¿Qué son entonces?
Son una forma distinta, bien propia. Además, si fueran literatura serían antigüedades clásicas: novela decimonónica, decíamos. Pero no son. Son otra cosa. Cuando se hablan merecidas maravillas de The Wire se dice que es dickensiana… ¡Si dijeran eso de una novela mía me pegaría un tiro! Ese tal Dickens se murió hace 150 años, ¿no?, entretanto, algo debería haber cambiado –y cambió− en la literatura, por más que ahora tantos simulen que no se enteraron. Pero dicho de una serie de ese aparato despreciado, la tevé, es un gran elogio.
¿No cree que algunas series trascenderán en el tiempo y vendrán a ser lo que hoy en día son las obras de Shakespeare, El Quijote o Ana Karenina, es decir, cánones universales resistentes al paso del tiempo?
No lo sé, pero por suerte no me importa. Un clásico es algo que debemos leer o ver por esa sanción del tiempo. Con las series eso no te pasa, y, en última instancia, me sorprendería que alguien las mirara dentro de 200 años. ¿Televisión, en 2222?
Es una gran paradoja que el éxito de las series de TV no implique más consumo. Lo digo por la tendencia de las series a pasar a Internet, como House of Cards, de Netflix… ¿Cómo ve las series, usa su TV o su computador, ve los capítulos según van saliendo o se ve temporadas completas de una sola pasada?
Es muy raro que mire capítulos según van saliendo: justamente contradice ese placer de la “lectura de novela” en la que uno se sume cuando tiene por delante una o más temporadas de una serie. Así que en general las bajo de Internet, con perdón, y las miro en la tele o el proyector vía Apple TV. Y sí, lo mejor de las series de televisión es que nos permitieron liberarnos de la tiranía de la televisión
¿Con qué serie se inició en este “vicio”?
La primera que realmente me enganchó fue The West Wing. Ahora, vista con diez años de distancia –y revista alguna vez– me parece que es demasiado astuta y patriotera. Y, sin embargo, su astucia –¡esos diálogos!– y su patriotismo siguen haciéndome efecto. Es un gran relato, tan consistentemente falso que, sin embargo, te hace creer por un rato que el poder podría ser realmente así.
¿Qué cree que diferencia el oficio de un escritor de literatura de un guionista o un escritor de televisión?
El guion es un trabajo de equipo, mucha gente tomando café y haciendo chistes para ver cuáles son mejores, darwinismo de la acción y la palabra. En cambio la literatura, gracias a Dios, es el oficio más solitario del mundo. Además, millones esperamos lo que sale de esas reuniones darwinistas; casi nadie, lo que sale de nuestras soledades.
David Chase escribió Los Soprano para cine, pero desafortunadamente (o para fortuna de los que ahora adoramos las series) se la rechazaron como película en esa onda en la que lo menor o menos importante se relegaba a la tele por no ser digna del cine. ¿La televisión sigue siendo un lenguaje despreciado a pesar del fenómeno de las series?
No, ya no. Habrá que empezar a despreciarlo, supongo –buscar los truquitos para despreciarlo–, porque ya mirar series y alabar la potencia de las series se ha transformado en un lugar tan común de la corrección cultural contemporánea que empieza a dar vergüencita –o pena, como dicen ustedes–. Dentro de poco voy a empezar a mirarlas clandestinamente y diré, a quien quiera saberlo, que lo que hago en realidad es mirar cine laosiano en versión casi original.
¿Entonces usted admira las series de televisión como un chef del Cordon Bleu podría admirar al señor del carrito que vende perros calientes en la esquina, o cree que es un lenguaje tan robusto como el de la literatura?
No importa qué es más alto o más bajo, más perro caliente o más foie gras, más duradero o más efímero. Es solo que empiezo a desconfiar cuando la alabanza se vuelve lugar común. De hecho me parece que hace tiempo no veo ninguna serie que me parezca realmente innovadora. Creo que se imponen ciertos manierismos, y que incluso los más grandes caen en sus propias imitaciones. Pero con tanta demanda, tantas posibilidades, seguramente aparecerán cosas interesantes. Ojalá.
Si existiera tal cosa como el canon Caparrós, ¿cuáles serán esos cinco libros obligados y, de la otra mano, cuáles serían esas cinco series obligadas?
Los cinco libros te los debo, precisamente porque la literatura es un corpus demasiado amplio como para reducirlo a cinco libros. En cambio, las series son lo suficientemente recientes como para poder pensarlo en esos términos. Son The West Wing porque sentó, muy en general, las bases del género; The Wire, porque lo llevó a su cumbre decimonónica. Va a ser difícil que se haga mejor realismo; 24, porque inventó varias cosas, entre ellas, que los buenos podían ser muy malos –y después lo imitaron todos–; Roma, porque sí, porque nada de lo romano me es ajeno, perche mi piace. Y una actual: Rectify, porque se permite seguir otras formas literarias, lentas, turbias, pegajosas, relatos del deep south americano.