“Por qué dejé de ver televisión”

Productor de televisión y consultor en temas de comunicación, Darío Vargas decidió dejar de ver televisión a pesar de su relación con la industria.
 
POR: 
Darío Vargas

DarioVargas_ 720x1079Hace ya algunos años yo era un devoto televidente: me sabía la parrilla de la programación de memoria, conocía quién protagonizaba, quién dirigía y, sobre todo, quién escribía. Tenía ese conocimiento por razones profesionales pues me dedicaba a la producción de televisión por aquel entonces, pero lo hacía también porque me fascinaba la programación que allí veía. No es que fuera un asiduo de telenovelas mexicanas o venezolanas, pero sí era consumidor de nuestras producciones dramatizadas y periodísticas. Eran muy atractivas, bien realizadas, ágiles y hasta, algunas contadas veces, bien actuadas aun en el trajín de la fábrica de salchichas de la cual éramos frecuentes rellenadores. La preocupación por la fotografía, la dirección de arte, la edición y la musicalización comenzaban a hacerse presentes señalando una clara tendencia a la realización con tintes cinematográficos.

Es asombroso pensar que, al mismo tiempo que aquí relacionábamos el cine y la televisión con cierta pretensión esteticista, en México sucedía algo similar. Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu en la dirección, Guillermo Arriaga en la escritura y Gael García Bernal en la actuación cooperaban con la maquinaria productora de telenovelas del Canal de las Estrellas de Televisa. Hoy, ustedes lo saben, Del Toro, Cuarón y González Iñárritu se inventan, producen y dirigen películas de la calidad de El laberinto del fauno, Gravedad y Biutiful, muchas veces acompañados de García Bernal en los papeles protagónicos y Arriaga en los guiones. Mientras tanto, en Colombia hicimos el camino a la inversa. Con excepción de los variopintos éxitos taquilleros de Dago García, algo por ahí de Harold Trompetero y una afortunada Catalina Sandino, que poco actúa en Colombia, nada nuevo hay en nuestra televisión.

Perdón, sí hay algo (y eso que suena a historia patria), de los dos canales que teníamos hace 30 años, el 7 y el 9 por las frecuencias que se usaban en Bogotá, pasamos al Canal 1 y al Canal A. En realidad este último se iba a llamar Canal 2 pero, en astuta jugada publicitaria, sus programadores escogieron el nombre con la letra A y no con el cardinal que los ubicaba de segundos. A los pocos años nacieron los canales privados, Canal Caracol y Canal RCN que, en forma paulatina, desplazaron al 1 y al A. Paralelo a la aparición de esos canales asistimos al nacimiento de la televisión por cable, la denominada “perubólica” satelital pirateada y, enseguida, la satelital legal.

Todos estos nuevos servicios de televisión por suscripción trajeron a la pantalla canales internacionales de toda índole y en número creciente, además de los nacionales, con los que ya contábamos. Hoy, uno puede fácilmente contar con 200 señales analógicas y unas 20 en alta definición, una de las revoluciones de la televisión que prometía calidad cinematográfica en el origen y la transmisión de la señal. La posibilidad de dispersión abruma. Se puede escoger programación deportiva, noticias, películas, series, hogar, telenovelas, comedias, cocina, dibujos animados, infantiles, porno suave, porno más duro, y hasta al Congreso de la República. Y, para mí, ahí está la paradoja: como hay tanto de dónde escoger, hay muy poco para ver.

Ya hay muy pocas producciones que congreguen la audiencia. Quizás ya no se repitan La abuela, Don Chinche, En cuerpo ajeno, Café, con aroma de mujer –que ya tiene 20 años– o Betty La Fea, la más reciente.  En materia de recordación, algo han hecho los llamados realities, pero son mucho más efímeros. La verdad es que la televisión sigue congregando a una audiencia muy disímil, pero ahora en pantallas, canales y programas diferentes. Según las cifras, el consumo de televisión no ha disminuido a pesar de las descargas disponibles en Internet, pero ya los programas unificadores que eran vistos por la mayoría de la audiencia no existen. Y, consecuentemente, tampoco se producen esas grandes realizaciones. Por eso y por el exceso, he dejado de ver televisión.  

         

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noviembre
28 / 2013