Faya Dayi: la película en MUBI que teje un tapiz de historias íntimas alrededor de la planta del Khat

Simón Granja Matias
La leyenda etiope cuenta que cuando los imanes sufíes buscaban la eternidad encontraron khat, una hoja estimulante que los llevaba a un viaje espiritual. Inspirada en esa leyenda, la directora mexicano-etiope Jessica Beshir emprendió un viaje a su tierra, las tierras altas de Harar, al oriente de Etiopía, en el Cuerno de África. El resultado es la película Faya Dayi, que se acaba de estrenar en la plataforma de streaming MUBI.
Con el pasar del tiempo, la planta del khat se ha convertido en un producto de comercio y consumo en esta región del África. Es a través del prisma del comercio que Jessica teje un tapiz de historias íntimas de personas atrapadas entre la violenta represión del gobierno, las fantasías inducidas por el khat y los traicioneros viajes más allá de sus fronteras, para a su vez contar cómo se rompe la ventana de los sueños de los jóvenes que anhelan una vida mejor.
Una película en blanco y negro que a través de una fotografía detallada, cuidada y pausada transporta a estas historias profundas.
Diners conversó con Jessica Beshir.
Esta película es un regreso suyo a su tierra, ¿cómo fue?
Me demoré casi 10 años en terminarla desde que me decidí en hacer la película, pero fue un proceso hermoso. La primera vez que que regresé a Etiopía tenía el anhelo de ver a mi abuelita, a mis familiares, a mis amigos. Teníamos muchos años sin vernos. Fue hermoso. Hacía más o menos 15 o 20 años que no había regresado. Entonces me di cuenta de tantos cambios que habían ocurrido, algunos que son muy evidentes. Yo llegué a la ciudad de Adis, a mi me gusta manejar para i viendo, para ir sintiendo. Es un viaje como de 13 horas hasta Harar y ves todo tipo de cambios. Tampoco estaba el Tef, que es un alimento etiope que es con el que se hace la tortilla etiope. Era una sabana de Khat, todo verde a tu alrededor. Y no, porque el khat sea un tabú para mí. Creciendo en Harar estás muy acostumbrado a ver el Khat porque es un ritual cultural, así tal cual como en México te vas a tomar un cafecito. En Etiopía te invitan a la sesión de Bercha, cuando te juntas con tus amigos.
No es algo ajeno para usted…
Exacto, no es algo ajeno a mí. Pero el hecho de que el khat haya llegado a ser una fuente única de ingresos me llenó de muchas preguntas, ¿qué está pasando? La economía evolucionó alrededor del Khat, y empecé a indagar con mis amigos sobre lo que estaba pasando allá. Luego empecé a hablar con profesores de la Universidad de agricultura, que tienen unos estudios sobre el Khat. A partir de eso es cuando surgió la idea de embarcarme en este proyecto de hacer esta película.
Faya Dayi empezó durante el viaje o en qué momento…
Es en la segunda vez cuando volví, cuando ya no era la novedad del primer día. Era algo más asentado, con un poco más de tiempo. Tenía tanta curiosidad pero a la ves una indignación profunda porque empecé a ver que muchos amigos que viven allá me contaron sobre la migración que hay de niños, niños chiquitos desde los 10 años que se van en caravana por Somalia hacia Yemen. Entonces ahí es cuando surgió la idea de indagar más y poder hacer una película. ¿Qué tipo de película iba a ser? No sabía. Pero no estaban solo esas experiencias y vivencias, sino la intensión era también reflejar el dolor de estar en un lugar tan hermoso y no poder darle un legado a los hijos, darles una estabilidad por toda la historia opresiva que ha tenido que vivir el Oromo. Mi abuela habla el Oromo, ella es oromo. Pero yo nunca supe a hablar ese idioma. Ahora regresando me doy cuenta que una de las razones es porque este idioma estaba prohibido desde 1974 hasta 1991.
Ver eso y entenderlo fue lo que la impulsó a hacer Faya Dayi…
Sí, y además porque aunque hay muchas películas etipoes, donde tenemos como 80 grupos étnicos, pero esta parte de Etiopía donde yo nací, en donde yo crecí nunca la había visto en cine. Los hijos de los campesinos oromos no tiene otra opción más que migrar. Entonces fue una mezcla de mucha indignación que me llevó a hacer esta película.
¿Cómo fue el proceso de grabar sin conocer el idioma?
La gente que vive en Harar, casi todos hablan cuatro idiomas: el oromo, el amarico (que es el que yo hablo porque es el lenguaje del gobierno), el somalí y el hararí, que esta última es la lengua que habla la gente que vive en ese laberinto que se llama Jugol. Yo me comunicaba con la gente en amárico. La única cosa que yo les decía es que ellos no necesitaban dirigirse a mí. Que cuando yo filmara que, por favor, se mantuviera la integridad del lenguaje. Esa era la manera de como reivindicar que este lenguaje hubiera sido prohibido por tanto tiempo. Entonces sí, yo no entendía cuando estaba filmando, las entendí cuando le pusimos las traducciones. Pero cuando estás filmando, no importa si en realidad entiendes exactamente lo que la gente está diciendo, uno tiene el sentido de lo que está pasando.
Jessica, en Faya Dayi el Khat es un protagonista, ¿qué es?
Donde yo crecí, en Harer le llamamos el chat. Es una planta que se ha usado por siglos. La gente de Harar ha tenido una relación estrecha con esta planta. Era la planta sagrada del lugar. La usaban mucho en centros religiosos donde se practica el sufismo, lo mastican porque quita el sueño. El humano siempre ha tenido una relación especial con las plantas, como la coca, el peyote, o de los hongos. No tiene ese efecto tan fuerte porque es algo que se practica a diario. Pero esta relación con el chat después se fue abriendo porque salió de los círculos religiosos para entrar ahora al mainstream. Mi pregunta era: qué es lo que pasó, qué está pasando, por qué tenemos esa necesidad de medicarnos tanto… y una de las cosas obvias es que no hay trabajo, hay desempleo. Hablamos de un país de 110 millones de personas. Y ahora estamos viendo las consecuencias. Ya son dos años de una guerra civil.
Mohamed Arif es un personaje muy importante en la película, ¿cómo lo conociste? ¿qué ha pasado con él?
A Mohamed lo conocí porque durante los años en los que estuve filmando Faya Dayi siempre estuve rodeada de muchos niños. Y Mohamed fue uno de ellos. Fue una cosa hermosa conocerlo porque llegaba como a las 7 de la mañana y no se iba sino hasta las ocho. Lo tenía casi que echar porque le decía que sus padres se iban a preocupar. Pero me decía que es no había nadie en su casa. Me contó que su mamá se había ido y que su papá, bueno… entonces desde ese entonces formo casi que parte del equipo. Fue mucho después cuando decidimos que lo íbamos a filmar a él. Empecé a conocer a todos sus amigos y ahí es donde me di cuenta del fenómeno tan grande que es la migración de niños. Casi todos tenían las mismas preguntas: ¿quién te da de comer si nos vamos?, ¿por dónde nos vamos? Entonces Mohamed llegó a ser esa persona de la cual he oído hablar tanto, ya sea por mis amigos, por todos lados. Llegó Mohamed a manifestar precisamente eso. Hoy en día sigue en Etiopía, lo cachó su papá cuando intentó irse. Hoy en día maneja un tuktuk, trata de it a la escuela y sigue viviendo allá.