Oscar Villalobos: arte, contraste y guerra con ‘Selva en conflicto’

Revista Diners
El pintor colombiano Óscar Villalobos nació en uno de los tantos epicentros que ha tenido la violencia en el pais. El conflicto lo terminó por alcanzarlo en San José del Guaviare y él, sindo apenas un niño, debió huir por su vida y llegar a los subirbios de Bogotá.
“Yo vengo de un desplazamiento en donde tenían unos límites muy marcados, era una zona guerrillera y cuando llegaba el Ejército pasaban cosas, cuando llegaban los paramilitares, pasaban otra. Incluso, yo estuve muy cerca de la masacre de Mapiripán y pude ver todo lo que significaba la guerra”, dice al recordar sus inicios e inspiración.
“Cuando llegué a la ciudad esos límites también se replicaron, pues existían las fronteras invisibles , la división de los barrios por pandillas y fue así como me di cuenta que en Bogotá la violencia me rodeaba por todos lados, incluso en el colegio donde estudiaba”, explica.
Esta realidad llevó al artista a retratar todo lo que estaba presenciando día a día. Inicialmente, con
trabajos que eran simples ejercicios de la universidad, donde pintaba siguiendo las líneas del
impresionismo.
Actualmente, Villalobos es conocido por sus paisajes urbanos, en los que se explica su interés por la
movilidad de la capital, en especial por Transmilenio, pero es aún más reconocido por sus
representaciones de la vegetación libre.
Sin embargo, es importante entender que no se trata de una selva interpretada simplemente como
un lugar de naturaleza exuberante, sino de la selva como escenario de la vida nacional.
Sus pinturas son ante todo un llamado de alerta, no solo contra la utilización de la selva como
escenario de desacuerdos ideológicos y problemáticas económicas, sino en pro del cuidado del
planeta y de la protección de estos entornos . Esto le contestó a Diners.
¿De dónde nace su pasión por el arte y cuándo decide convertirse en pintor?
Creo que la pasión por el arte nace desde la infancia. El colorido de la selva, los animales, toda la exuberancia que estaba a mí alrededor, que solo descubrí tiempo después. Siendo muy pequeño, a un trabajador de la finca en la cual vivíamos le gustaba la pintura y el dibujo. Ya que yo era algo inquieto, una tarde me dio un cuaderno y un lápiz y allí empezó mi acercamiento al dibujo y sus técnicas.
En el colegio era el niño que dibujaba las flores, los mapas, etc. y eso me permitió un acercamiento al dibujo. Poco a poco me fui enamorando de la plástica, pero decidí dedicarme como tal a las artes. Sucedió que, al finalizar el colegio, entré a estudiar artes gráficas, pero me di cuenta que eso tenía que ver más con la prensa y la litografía. No era un campo que me hiciera muy feliz. Un compañero de estudio me dijo que me acercara a la Academia Superior de Artes, que lo que yo quería era ser artista y, efectivamente, así fue como me encontró mi destino.

¿Cómo ha sido para usted la experiencia de ser un artista fuera de las grandes ciudades?
Yo creo que la experiencia de venir de una región como el Guaviare en general ha sido muy fructífera dentro de mi carrera, porque me ha permitido analizar por medio de la pintura y, últimamente, de la escultura, cada una de esas vivencias que son muy diferentes a la cotidianidad en la ciudad.
Ha sido muy nutritiva está gama de experiencias que tuve en mi niñez. Haber vivido luego el desplazamiento me permite también desplazarme a lo largo de mi obra: por el conflicto armado, por las diferentes temáticas que encierra y como estas me han tocado de manera directa. Desde allí empiezo a analizar que no es solo ese lugar donde nací, sino la geopolítica de un país que siempre ha estado en guerra por la tierra. Venir de uno de esos territorios en conflicto me genera una gama de posibilidades muy diferentes, que tal vez si fuese del interior no habría tenido.
¿Cómo ha contribuido ese contraste a su obra?
Digamos que para entender cómo funciona el conflicto, la ciudad también ha sido muy importante, nunca terminé siendo ni de allá, ni de acá. Viví en Ibagué, en Villavicencio, en Bogotá y estuve en un par de internados en el Guaviare. Ese desplazarse por el país, con diferentes culturas y adaptándome cada vez a un lugar diferente, a unos compañeros nuevos, me creó esa necesidad de analizar los entornos en los que participo y de tratar de entender, por medio de la pintura y el arte, cómo funcionan estos ecosistemas. Venir de una región como el Guaviare me permite entender una Bogotá muy diferente, me permite ver estas fronteras invisibles, la estratificación y las diferencias socioeconómicas que generan nuevas problemáticas por el territorio pero a un nivel local.

El conflicto colombiano también lo ha marcado…
La guerra por el territorio que llevó a nuestra familia al desplazamiento tenía que ver con el enfrentamiento entre paramilitares, guerrilla y Ejército. Pero cuando uno llega a la periferia de una ciudad como Bogotá o cualquiera de las grandes urbes, ve cómo se replican estos fenómenos. Las fronteras invisibles que crean microtráfico, la guerra entre pandillas y demás problemáticas que se generan en una sociedad que se construye del residuo de una guerra sin fin, de la pobreza y la desigualdad.
El crecer en estos diversos ecosistemas me dio una visión muy amplia de lo que es nuestro país y el arte me da la posibilidad de aportar una visión poética o pictórica de esta misma. Este devenir por los diferentes aspectos del conflicto colombiano me ha nutrido como artista y me permiten hablar de algo que es muy personal, pero que a la vez se vuelve global para la mayoría de colombianos. Entonces creo que ha sido maravilloso este viaje porque me permite ser el artista que soy.
¿Cuál es el estilo de su trabajo artístico?
Creo que definir mi trabajo por una sola técnica limitaría esa visión. Lo importante en mi trabajo es hacer un acercamiento a las realidades que he habitado dentro del país y cómo es mi trasegar por esta urbe de cemento o por el Guaviare y su colorido. Lo hago a través de la representación pictórica en muchos casos, pero también de la escultura, o de la talla en madera, entre otras. Entonces si hubiese que definirme técnicamente yo creo que sería un artista figurativo. Pero eso se queda corto. Siento que la obra reflexiona sobre el conflicto, el desplazamiento y sobre el porqué de la violencia. De cómo se interactúa y cómo se crean nuevas realidades a partir del desplazamiento a otros territorios. Podría definirme como un pintor de realidades.

¿Qué sensación le genera ver sus creaciones y cuál espera que sientan los demás al verlas?
Siempre tengo una necesidad de estar creando, de entender cómo funciona la sociedad que habito y que me habita. Me parece importante que por medio de mi trabajo la gente se pare frente a una de mis obras y reflexione acerca de cómo estos diferentes lugares los han afectado a ellos y de como ellos han sido parte de este ecosistema.
Nunca he querido señalar nada desde la víctima o el agresor, sino más bien generar unos paisajes donde el espectador pueda encontrar la realidad que lo habitado a él, dicho espacio, o generar nuevos espacios para ser habitados por las diferentes experiencias. Creo que si lograra eso por medio de mi trabajo estaría muy feliz.
¿Cuál es el mensaje que quiere transmitir a través de su arte en la sociedad?
Un mensaje en específico es muy difícil de sintetizar, ya que cada una de las obras aborda problemáticas que si bien tienen una relación, también plantean temas muy diferentes. Pero digamos que a grandes rasgos y como una gran conclusión sería que somos parte de esos ecosistemas en los que habitamos y desde ahí podemos generar un cambio, ser parte de la solución.

Su última serie, Selva en conflicto, se expone en la galería Arte Alto. ¿De qué se trata este trabajo?
Selva en conflicto es la última serie que he desarrollado de tierra móvil. Surge de una visita que realice al Guaviare, a la finca donde crecí después de 20 años de haber sido desplazado. Me di cuenta de que ese territorio, que durante casi 50 años fue escenario del conflicto entre paramilitares, guerrilla y Ejército, ya no era el mismo después de que se firmaron los Acuerdos de paz.
Ahora la guerra se volvió contra el territorio: paradójicamente el conflicto protegió la fauna y la biodiversidad, pero después de que los grupos armados salen de esos lugares, y ante la falta de control gubernamental, se empieza a destruir selva y se acaba con un ecosistema, para cambiarlo por potreros y por sembradíos de coca.

Lo que plantea la serie, a grandes rasgos, es un juego metafórico entre el Tetris –este jueguito de ordenador creado en Rusia en el marco del conflicto geopolítico que había en ese momento– y la superposición de estos ladrillos que llenan y reemplazan el territorio de selva virgen. Quisiera hacer evidente que, en la medida en que acabamos con el ambiente, nos vamos encerrando y desapareciendo. Esta exposición está en la galería Arte Alto hasta el 15 de octubre y son 42 piezas entre esculturas y pinturas.
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