Más de 70 años pintando: una entrevista con Freda Sargent

Diners conversó Freda Sargent, radicada en Colombia desde hace seis décadas, a propósito del lanzamiento del libro producido y publicado por Ediciones Gamma y Davivienda, que explora su vida y trayectoria artística.
 
Más de 70 años pintando: una entrevista con Freda Sargent
Foto: Cortesía Freda Sargent, Ediciones Gamma
POR: 
Sandra Martínez

Un estudio de paredes blancas. Óleos, pinceles, algunos lienzos. Una foto en blanco y negro del pintor Alejandro Obregón y su hijo Mateo cuando era niño. Un jarrón con flores frescas. La ventana hacia un jardín. Y un profundo silencio.

Detrás de una mesa de madera está sentada Freda Sargent (Londres, 1928). Levanta su mirada, sonríe y con una voz suave y delicada advierte que le duele la garganta, que no le gustan mucho las entrevistas y que espera que sea “muy cortito”.

Freda Sargent

De la serie Temas del ermitaño, 1982. Óleo sobre tela.

Toma té de jengibre. Piensa cada respuesta. Es de largos silencios. Pronuncia frases en inglés y luego regresa al español. Pero la memoria, los recuerdos, los instantes perdidos están presentes en ella como en su obra, una obra difícil de encasillar o clasificar, que mezcla lo abstracto y lo figurativo, y que se puede apreciar en el libro de la colección de arte de Davivienda, editado por Ediciones Gamma, que acaba de publicarse.

“No sé cómo definir mi estilo artístico. No lo sé –dice y continúa–, nunca fui del grupo de los expresionistas abstractos estadounidenses; podría decir que hago una mezcla entre figurativo, pero no realístico, y lo abstracto. Nunca he partido de un movimiento con manifiestos ni ese tipo de cosas. Dejé Europa antes de la muerte de la pintura y he pintado toda mi vida”, confiesa.

Naturaleza, paisajes, objetos de la vida cotidiana, personas con rostros borrosos… Freda asegura que “pinta la vida, pinta lo que ve”. Con un magistral manejo del color y la luz, e influenciada por Henri Matisse y Pierre Bonnard, su trabajo también tiene un profundo peso de poesía, emoción y memoria. “La memoria es todo, uno no vive sin memoria”, dice.

Freda Sargent

Portada del libro Pozo con libélula, 1998. Óleo sobre tela.

Suele pintar al óleo, con varias capas, que retoca cuantas veces sea necesario. “Siempre comienzo pensando en algo, con una idea en la cabeza, luego dibujo cosas, después pinto, cambio y vuelvo a cambiar”, asegura con su tenue voz.

Es un proceso difícil, “horrible” de algún modo, porque es poco satisfactorio, como lo aseguró hace treinta años en la portada de esta misma revista. “Sí, sigo pensando lo mismo, es verdad, aunque cuando uno encuentra el flow, el ritmo, es una maravilla. Y cuando pintas así es un placer, es como si el espíritu se elevara. Pero no siempre llegas a sentir que el cuadro va bien”.

En el libro, con textos de la curadora e historiadora Cecilia Fajardo-Hill y del poeta Ramón Cote Baraibar, también se recopila una serie de grabados, dibujos y terracotas elaborados por esta artista que llegó a finales de la década del cincuenta a Colombia, luego de graduarse del Royal College of Art y ganar becas en Francia e Italia.

“Este año queríamos destacar a una artista –es la tercera mujer en los diez años que lleva la colección–. Y Freda es una gran maestra del arte, tiene 91 años, lleva más de setenta pintando. Queríamos rendirle un homenaje en vida y reivindicar su lugar en la historia del arte nacional”, asegura Carolina Zuluaga, directora editorial de la colección de libros de arte de Davivienda.

Ediciones Gamma

Florero, 2002. Pastel, carboncillo, grafito y collage sobre papel.

La “creación interna”

Un grupo de personas, lideradas por el curador Camilo Chico y la artista Ana Mosseri, había trabajado en la ubicación y organización de la prolífica obra de la artista. “Esto facilitó mucho las cosas. Freda es supremamente tímida y reservada, y pudimos hacer el libro a través de ellos, que tenían toda su confianza”, explica Zuluaga.

Fue un trabajo arduo de más de dos años, en el cual la artista supervisó cada detalle. Al no poder seleccionar en un computador las obras que incluiría en el libro, tuvieron que sacar alrededor de 500 postales impresas para que ella las clasificara en temáticas, luego hiciera una selección, y después las ordenara con los textos. “Existía una gran cantidad de obras. Diría que para ella fue casi como un proceso de psicoanálisis, mirarse en retrospectiva, le generó mucha angustia elegir. Se involucró muchísimo en el proceso. Decidió todo, absolutamente todo. Y la belleza del libro, tal como quedó, tiene que ver justamente con eso”, explica la directora editorial.

La artista lo corrobora. “¡Fue dificilísimo! Porque uno quisiera que todas sus obras estuvieran en el libro. Fue un proceso largo, igual que con los dibujos, tuve que descartar y descartar”, dice.

 

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Freda Sargent 1962. Photo by Hernán Díaz. #fredasargent #incrediblelife

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Ana Mosseri, además, tuvo la fortuna de que la curadora e historiadora de arte, Cecilia Fajardo-Hill, se interesara en la obra de Sargent y escribiera uno de los textos centrales desde una óptica feminista. La curadora venezolano-británica, especializada en arte latinoamericano, asegura en el texto que uno de los factores que más oscurecieron su obra fue que Freda llegó a Colombia como esposa de Alejandro Obregón. “Su matrimonio con el artista determinó dos factores cruciales en el desdibujamiento inicial de la figura de Freda Sargent y constituyó un freno en su carrera. Primero, que Obregón exigió –influenciado por Marta Traba– que no hubiera dos artistas bajo un mismo techo –o una esposa que pintara– y, por lo tanto, él debía ser el único artista en la familia. Esto hizo que Freda dejara de pintar formalmente por casi diez años, y de exhibir hasta 1970. Segundo, el nacimiento de Mateo Obregón en 1959, a quien tuvo la responsabilidad completa de criar”, asegura en el texto.

“Cecilia es una famosísima crítica de arte y escritora. Estoy muy feliz de que ella estuviera interesada en escribir sobre mi obra –también es muy feminista–. Pero ella habla de la pintura no únicamente sobre el punto de vista de una mujer. Además, yo no pinto como feminista. Sin embargo, mis circunstancias, al llegar a Barranquilla desde París, fueron especiales y me enfrenté a una realidad compleja (La Cueva de Barranquilla es un regalo para las feministas porque allá sí que había machismo). Cuando yo era adolescente, había leído El segundo sexo de Simone de Beauvoir, y crecí con esas mismas ideas, era mi educación”, dice.

Reflexiona, bebe un sorbo de té, mira hacia arriba y continúa: “Yo estaba cuidando a Alejandro, a mi hogar, viajaba mucho a Europa. En Londres, mi hermana gemela estaba casada con el compositor Cornelius Cardew, asociado con el movimiento artístico Fluxus. Era la época de los happenings, hicimos muchos de esos”.

El poeta Ramón Cote, cercano a la artista, escribió el otro texto, destacando la influencia de la poesía y la memoria en la obra de la artista. “Freda pinta para recordar lo suyo, para ahondar en su propia materia, en sus asuntos más personales. Así como Proust recuperó el tiempo gracias al sabor de una magdalena hundida en una taza de té, Freda hace lo mismo con la pintura”.

“Es hora de volver a pintar y empezar de nuevo –reconoce Freda–. Con el libro tuve que dejar de hacerlo. Pero ya tengo muchas ideas en la cabeza. Siempre el último cuadro es el más significativo”. El atardecer ha llegado. La luz ha cambiado. Y el silencio profundo vuelve a quedar en el estudio.

Girl from the North Country (Bob Dylan song), 1989. Óleo sobre tela.

De Inglaterra al trópico

Freda Sargent nació en Londres en 1928. Su padre construía pianos de tubo. Su madre era estricta pero amorosa. Tiene una hermana gemela, Stella, que también es artista. “Siempre hemos sido muy independientes. Admiro su pintura. Aunque somos idénticas, tenemos temperamentos muy distintos”, dice. Su infancia y adolescencia estuvo marcada por la Segunda Guerra Mundial. A los 18 entró a estudiar en la Beckenham School of Art. Luego estudió una maestría en el Royal College of Art y después se ganó una beca del gobierno francés para ir a Francia, época en la cual conoció al pintor Alejandro Obregó, que no era aún famoso.

Luego se gana la beca Abbey del Prix de Rome. Después, Freda expone en Londres y tres años más tarde se va a vivir con Obregón a Alba, un pueblo ubicado al sur de Francia, durante un año.

Deciden viajar a Colombia. Nace su hijo Mateo. Viaja mucho a Europa. Se separa de Alejandro y decide irse a vivir a Bogotá. Freda vuelve activamente a la pintura, hace exposiciones en galerías como Belarca, Alonso Garcés, Diners y El Museo. Dicta clases y empieza a hacer terracotas, en su mayoría figuras femeninas, pintadas con acuarela después de horneadas. “Me encanta hacerlas. Tengo que cocer la tierra, manipularla con las manos. Me gusta el barro. Todo el proceso, el fuego, todo es lindo”. A sus 91 años sigue pintando en su estudio del barrio El Polo, al norte de Bogotá.

         

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enero
3 / 2020