“Me daré por bien servida si este libro le salva la vida a otro depresivo”

Las muertes chiquitas es el primer libro de no ficción de la periodista y escritora colombiana Margarita Posada, en el que cuenta con una honestidad brutal la depresión que ha padecido. Para Diners decidió escribir esta entrevista consigo misma.
 
“Me daré por bien servida si este libro le salva la vida a otro depresivo”
Foto: Jorge Ávila / @jorgetukan
POR: 
Margarita Posada

Soy Margarita Posada, periodista y escritora, la menor de tres hermanos, tía desde los diez y novia desde los 12. Todo parece haber llegado a mi vida antes de tiempo, razón por la cual pensé que hacerme fuerte era no ser débil, disfrazarme de femme fatale y salir a conquistar el mundo a pesar de mi pobre madurez emocional y con el arma letal de mi madurez intelectual. Así, mis grandes y brillantes ideas me han llevado a darme de cabeza contra un mundo en el que me cuesta encajar y gracias a la depresión he podido conocerme mejor. No sé a ciencia cierta quién soy. Supongo que se trata de ir descubriéndolo poco a poco a lo largo del camino. Esta autoentrevista podrá darle pistas al lector y a mí misma. Por favor, guárdenla para recordármelo si vuelve y se me olvida.

¿Cuánto tiempo le tomó escribir este libro?

Empecé a escribir este libro hace más de seis años, pero realmente tuve que dejarlo abandonado muchas veces y durante un tiempo considerable para poder darle el tono que quería que tuviera.

¿Por qué se demoró tanto si no es tan largo?

Creo que lo dejaba porque la depresión volvía y yo de cierta manera creía, cada vez que me sobreponía a uno de esos episodios que duraban meses y de los que me costaba otro par de meses volver a retomar, que ese iba a ser el último y que solo si era el último podría darle final a mi narración. Debo decir que por eso los editores son tan importantes a la hora de escribir un libro. En esta oportunidad mi editor hizo por el libro lo que yo no podía hacer: darle una estructura y ponerle punto final.

Es su primer libro de no ficción. ¿Se aburrió de la ficción?

Adoro la ficción, de hecho he empezado varias cosas en el ínterin de estos años en los que no publiqué. Pero con el tema de la depresión me di cuenta de que la ficción iba a ser una manera más de esconderme, de enmascararlo, de no enfrentarlo. Por la época en la que escribía una novela sobre un tipo que intenta suicidarse y siempre sobrevive aunque no quiera, leí un libro que se llama Nada se opone a la noche, de la escritora francesa Delphine de Vigan. Es un relato descarnado del suicidio de su madre y a partir de ese evento ella revisita todas las crisis mentales que presenció desde chiquita. Eso me hizo entender que para hablar de esto no podía esconderme o velarlo todo dentro de la ficción, y que si quería que alguien que padece esta enfermedad se sintiera menos solo, me tocaba poner el pellejo.

¿Cree usted que, de cierta forma, es un libro de autoayuda?

Todos los libros son de autoayuda, excepto los de autoayuda. Pero sin duda, para mí fue una terapia escribirlo y me daré por bien servida si, como a mí, le salva la vida a otro depresivo y le permite salir del clóset de esta enfermedad que tantos padecemos y de la que muy pocos se atreven a hablar.

¿Dentro de qué género lo pondría?

No sé mucho de géneros, pero diría que es un relato literario de no ficción.

¿No le da cierto pudor contar cosas tan íntimas como las que cuenta en el libro?

Me parece que la mejor manera de hablar de esas cosas tan íntimas es escribiéndolas. Siempre he creído que soy una exhibicionista, pero antes era una exhibicionista que se las daba de no tener pudor, aunque escondía lo más difícil de mi vida. Y no es que a alguien le importe particularmente lo que yo haya hecho o deshecho, pero sí me parece que hablar en detalle de los eventos hace que una historia tenga verdadera profundidad, incluso para hablar de una enfermedad mental, y pasé de ser un libro como esos de autoayuda a los que tanto les he huido, a ser un verdadero testimonio para quien sufre de depresión. Muchos me preguntan si será bueno poner a leer esas páginas a alguien que está pasando por un episodio de depresión y mi respuesta es que, por lo menos, le va a dar la satisfacción de sentirse comprendido desde la empatía de otra persona que ha pasado por lo que él está pasando. Leer libros de autoayuda cuando uno está enfermo solo da mal genio (en mi caso).

¿En qué tipo de lector pensó mientras lo escribía?

Pensé, sobre todo, en mí, en lo mucho que me había liberado leer el libro de Delphine de Vigan sobre la enfermedad mental de su madre y en lo mucho que me liberó leer otro libro que escribió Catalina Gallo sobre su bipolaridad. Pero ahora que lo pienso, porque mientras escribo no pienso en ningún lector excepto yo, creo que puede ser una lectura muy importante para quienes han tenido que cuidar de alguien deprimido o han perdido incluso a un ser querido que se suicida. Para ellos debe ser muy frustrante tratar de comprender un estado enfermo de la voluntad, que también vuelve locas a las personas que están alrededor de uno. Ellos quisieran sacarte de donde estás pero no pueden. Como con cualquier enfermedad, somos responsables. No culpables, pero sí responsables. Y la responsabilidad de alguien con la cabeza funcionando mal es más bien poca.

¿Por qué cree que valía la pena hablar de esto?

Me gusta imaginar un mundo en el que decir que sufres de depresión sea lo mismo que decir que sufres de tensión alta. Me gusta imaginar un mundo en el que la gente vaya al psicólogo o al psiquiatra para prevenir, más que para curar, y no sea señalado como un loco porque lo haga. Al fin y al cabo, la línea que divide la cordura de la locura es muy endeble y delgadita.

¿Por qué decidió nombrarlo Las muertes chiquitas?

Los que me han conocido por mi trabajo periodístico siempre me asociaron con ser la columnista de sexo de SoHo y durante mucho tiempo de mi vida me vendí al mundo disfrazada de femme fatale. Ese es un disfraz que ya no me sirve, me quedó chiquito. La muerte chiquita es la manera en que se refieren en francés al orgasmo femenino (la petite morte). Me pareció un juego de palabras interesante para hablar de las otras muertes chiquitas que para mí son los episodios de depresión a los que he sobrevivido estando muerta en vida.

¿Cree usted que la depresión podría tener cura?

Dicen que cuando una persona experimenta más de un episodio de depresión en su vida, es muy probable que siga teniendo más episodios. Sé que no estoy curada y que es muy probable que la química de mi cerebro se altere de forma exagerada con algún evento doloroso que los demás enfrentan sin enfermarse. Pero también sé que la depresión pasa, y que lo que hacemos cuando estamos en remisión vale la pena tanto como estar quieta cuando vuelva. Cuando mi cabeza me dice que no quiere vivir es porque está acostumbrada a evadir el dolor. Creo que el mejor antídoto contra la depresión es aprender a sentir tristeza y a sentir alegría.

¿Qué opina de la medicación?

Es un tema bien delicado, pero creo que buscar ayuda profesional reviste suma importancia, si y solo si los psiquiatras también revisan la manera en que medican a la gente, porque no debería ser de buenas a primeras sin cerciorarse de que realmente lo necesitamos. La medicación es primordial para salir del hueco, es como prender un carro con la batería dañada, con cables. El punto es que si no revisamos la batería y la reponemos, el carro no se va arreglar. Así, la pastilla puede hacer muy poco por nosotros si no nos ponemos a hacer una verdadera terapia y buscamos algún tipo de conexión espiritual que nos saque de la idea de ser los protagonistas y el centro de todo lo que nos sucede.

¿Su conexión espiritual es el perro o haber dejado de tomar?

Ninguna de las dos, aunque ambas cosas han ayudado a que yo me conecte con la realidad sin querer distorsionarla. El perro me ha sanado una gran carencia maternal de la que hablo a fondo en el libro. Y el no tomar me ha ayudado a ver con más claridad la realidad, pero también es un tema de simple química y homeostasis o balance. El alcohol y otros estimulantes hacen que el centro del placer en el cerebro se sobreestimule y es ahí cuando el cuerpo, para nivelar, libera dinorfina, una sustancia depresora. No creo que haya que dibujarlo con plastilina. Me parece que si la depresión es un tema de desbalance químico en el cerebro, lo mejor que puedo hacer es dejar tranquilitas mis neuronas.

Pero entonces ¿cuál es esa conexión espiritual de la que habla?

El yoga, meditar, aceptar que uno no controla todo lo que le sucede, que forma parte de un plan divino que no es más que toda esa física y esa química que sucede en micro en nuestros cerebros y en macro en el universo. Al final no hay nada más espiritual que la química y la física. No hay nada más espiritual que el cuerpo que nos tocó en suerte.

         

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octubre
30 / 2019