Un paseo por La Naviera, Edificio Antioquia

Nuestra enviada especial al Salón (Inter)Nacional de Artistas hace un recorrido por el edificio Antioquia, más conocida como La Naviera. En la imagen una obra de Leyla Cárdenas
 
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Dominique Rodríguez

Me habían dicho que tenía que pasar por la mañana al edificio Antioquia, mejor conocida como La Naviera, cerquita al Nutibara, cruzando la Plaza Botero. Gran acierto. Con la luz del sol, el edificio moderno, con visos de déco, curvas acentuadas, lámparas colgantes maravillosas, brillaba. En efecto, la obra de Leyla Cárdenas, en el sexto piso, recibía un rayo de sol a lo largo de uno de sus muros intervenidos, que resultaba emocionante. Sus ruinas se iluminaban. Cada día, sus instalaciones se complejizan más y más y, aunque el paso del tiempo es su tema, la memoria y el olvido, logra encontrarle más ángulos, más maneras de asumirlos y entenderlos. La pieza presentada en el 43 S(I)NA es una continuación de aquella presentada en el marco de LARA (el trabajo que resultó de una residencia artística en Honda y que fue expuesta en NC Arte hace unos meses), pero cobra mayor densidad. Su idea de la memoria del Río Magdalena, que veníamos en ese proyecto, se completa de una manera casi natural en la propuesta actual ya que el edificio, en ruinas antes del uso que se le está dando como albergue de arte, pertenecía a la Naviera Colombiana, idea de país que hace décadas se ahogó. Recrea, así, sueños perdidos, oxidados por la desidia.

Casi que podía sentirse ese pesado sentimiento al entrar en la sala de al lado, a ver la obra de Carlos Uribe, donde hedía el aguardiente, mareaba. Se escurría de las paredes. En este mismo edificio operó también la oficina de licores departamentales y allí se incautó el ilegal. De nuevo, una referencia directa al uso del edificio, a la memoria de lo que ya no es.

Este sexto piso, compacto, remite al paso del tiempo. Al olvido, al final. A la ilusión. Como la que expone Raimond Chaves en su video, en el cual nos hace un paseo por el exotismo, por el imaginario de la selva y lo salvaje, narrado tan histriónicamente que se burla de estos discursos inventados, construidos por el hombre para el hombre. Quizá también por eso se ve tan bien la obra de Mateo López; es su fantasía, y la de todos los que nos imaginamos qué habría dentro de su casa flotante en el Jardín Botánico. Es su propio universo, riguroso y expuesto. Como el de Gabriel Sierra, sus nidos, unos cubos de henos compactos de diferentes dimensiones, depositados sobre las ventanas abiertas.

A su lado, un video de Donna Conlon y Jonathan Harker, que alude al deterioro del casco antiguo del Canal de Panamá, en donde ladrillos con los cuales ha sido construida esta ciudad están siendo reemplazados por materiales nuevos y efímeros. Pero no lo enuncian de una manera literal, lo hacen por medio del juego, un dominó que va empujando una ficha tras otra, recorriendo un larguísimo trayecto, hasta caer al mar el último de sus ladrillos. Se pierde y olvida.

         

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septiembre
26 / 2013