Carta entre José Asunción Silva y Gustave Moreau

Nohora Parra
Publicado originalmente en Revista Diners Ed. 323 de febrero 1997
En el Museo Gustave Moreau de París, que está cumpliendo cien años, hay una carta dirigida en 1890 al célebre pintor, por el poeta José Asunción Silva de su puño y letra, en francés y con su monograma.
La directora del Museo, Genevieve Lacambre, conservadora del Museo de Orsay, al ser entrevistada para La Revista Diners hizo esta referencia específica sobre Colombia y mostró su interés por saber si había grabados o misivas de Moreau en la Casa de Poesía Silva de Bogotá, y habló acerca de dos colombianos contemporáneos, Ricardo Cano Gaviria y Luis Alfredo Sánchez, quienes le vienen siguiendo el rastro al poeta durante su estancia en París en 1884 y 1885.
Muy poco se conoce de la amistad entre Moreau y Silva. La carta, remilgada y almibarada, no da mayores pistas a excepción de la admiración que el joven poeta bogotano (1865-1896) le expresa a ese genio del simbolismo y el modernismo que por entonces tenía 64 años.
Lo que sí se sabe es que Silva vivió en su mismo barrio, y que frecuentó contertulios literarios, artísticos y musicales que también admiraban a Moreau, quien ya era célebre por su obra magistral en el trazo y su libertad de color, a pesar de las duras y severas críticas que le hacían a su concepción tradicionalista, mítica, poética y romántica tardía, heredada de sus maestros Delacroix y Chassériau y de los primitivos y renacentistas italianos, tan ajena a las corrientes del realismo y del impresionismo reinantes en la segunda mitad del siglo XIX.
Gustave Moreau, Cleopatra, 1883.
Si hubo o no respuesta del pintor, es una incógnita que difícilmente se podrá despejar: en su testamento, Moreau ordenó destruir toda su correspondencia, y así lo hizo su albacea y amigo, Henri Rupp, al morir el artista en París el 18 de abril de 1898 (había nacido el 26 de abril de 1826).
Por otra parte, en Bogotá poco o nada se guardó de Silva, mucho menos una carta de un pintor francés desconocido por entonces en estas latitudes. O, quizás, Moreau nunca le respondió, porque precisamente en 1890 falleció Alexandrine Dureux, su “amiga íntima” de 25 años, cuya pena lo sumió en el dolor y la melancolía, sentimientos plasmados en una de sus más bellas y admiradas obras, Orfeo en la tumba de Eurídice, vinculada a su autobiografía espiritual.
Pero aun cuando es relevante lo de la correspondencia, lo más importante son las similitudes que se encuentran en las dos personalidades, expresadas en su genio creativo del arte plástico y del poético.
Predestinados, sublimes y sensuales, sus obras están en el mundo espiritual más que en el real: en Silva, desde Intimidades, pasando por De sobremesa, hasta los Nocturnos; en Moreau, en toda su obra bíblica, religiosa y heroica (en lo masculino y lo femenino), plasmada en más de siete mil dibujos, trescientas cincuenta acuarelas y ochocientos óleos.
Claro está que en la vida real las diferencias fueron enormes: Moreau no murió joven, ni se suicidó, ni padeció penurias económicas, y hace cien años, cuando se vio gravemente enfermo, se dio el lujo de convertir su casa en museo: el “Pequeño Museo Sentimental”, como homenaje a sus padres, a Alexandrine, a sus amigos pintores y a sí mismo, con sus mejores cuadros y sus dos enormes talleres en exposición permanente.
Si grandes personalidades como Proust, Flaubert, Wilde, Glück, Bizet, Degas, se inspiraron en la obra de Moreau o fueron sus amigos, si sus discípulos de la Escuela de Bellas Artes – Marquet Matisse Rouault – lo glorificaron, y Redon, con profunda admiración se nutrió de muchas de sus composiciones, ¿por qué José Asunción Silva, poeta de los símbolos y de la muerte, no se iba a cobijar con los mensajes de su arte de sueños, dolor y muerte?