Recorrido intenso por el Salón Nacional de Artistas, segunda parte

El recorrido del viernes tuvo varias etapas. Y el regreso una y otra vez al Museo de Antioquia para completar su gigantesco recorrido. En la foto: Suave Chapina, de Benvenuto Chavajay, obra presente en el Salón.
 
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Dominique Rodríguez

1. Había empezado la tarde anterior en la visita a las salas del primer piso. La sensación que provocaban las piezas de la sala norte eran como de estar fuera de lugar, retando a la materia, a la lógica, al ritmo, a la tradición. Eran, justamente, ese oxímoron, esa contradicción del Saber/Desconocer de las curadurías.

Así, Sandra Monterroso recrea una columna vertebral de textiles doblados y apilados unos sobre otros, produciendo la doble lectura de las mujeres indígenas que venden sus productos artesanales en las calles de nuestras ciudades, desplazando a estos lugares pasajeros el fruto del trabajo de sus comunidades, comerciándolo a cual mejor oferta se le haga, pero también jugando con el significado de ser la columna vertebral del hogar, su sostén. Muy cerca suyo, hay también una pieza formalmente preciosa, de Benvenuto Chavajay, Piedras del Río Medellín, Suave chapina, una instalación con piedras intervenidas con plástico, semejando una chancleta barata, pero que para él significan la construcción de su propio jardín, uno un poco más urbano, más atiborrado de plástico, de consumo.

Y si de consumo hablamos, está a su lado una pieza de José Castrellón que nos presenta dos rarezas, un hombre albino como portador del saber del punk en el caribe. Tan extraño como ver a los indígenas de Macchu Picchu medirle el cráneo al más blanco de todos: Alberto Baraya, invirtiendo el sentido del ‘europeo’ midiendo a los nativos y poniéndose como el sujeto de estudio de otros. Y si seguimos con ese tipo de construcciones antropológicas (de hecho durante varios de los recorridos se cuestionan las ideas preconcebidas que cargamos en nuestro inconsciente), hay una pieza excepcional de Annika Dahlsen y Markku Laakso. Se trata de un viaje a los orígenes de esta familia finlandesa, el rastreo de una foto del álbum familiar y el hallazgo de que esa foto que se sentía tan ‘posada’ en efecto respondía a una práctica perversa que perduró en ese país hasta 1940: llevar a los zoológicos a familias completas aborígenes para que la gente los observara.

Muy cerca, cruzando el pasillo, hay otra pieza que responde un poco a esta idea del querer imponer modelos. Juan Carlos Calderón hace una secuencia fotográfica de una comunidad indígena del Vaupés, ataviada con sus plumas y con sus pieles pintadas, visitando la capital; la gente no puede más que quedarse mirándolos, no podemos dejar de hacerlo, al sentirlos del todo ajenos a nosotros mismos. Los indígenas, sin embargo, van acomodándose a la ciudad y sus costumbres. Les es más fácil hacerlo a ellos que a nosotros que los seguimos encontrando extraños.

2. Sala sur. La sensación era distinta en esta sala. Era como entrar en una especie de no-lugar. La bienvenida la da una enorme instalación de Jean Francois Boclé, que simula un mar construido con miles de bolsas plásticas azules. Impacta, por supuesto, por la potencia que contiene la obra, pero también conmueve al saber lo que espera el artista de nosotros, que llenemos con la mirada esas miles de bolsas que se irán desinflando con los días, para evitar que como el nombre de la pieza lo indica Todo va(ya) a desaparecer.

Otra sensación, pero igual de poderosa, es la que se siente dentro de la instalación de Mario Opazo, a la que hay que entrar agachado. Es oscura, hay que irse acostumbrando a estar en tamaño encierro. Y de repente, vemos nuestra situación, lo único que nos acompaña son unas paredes de ladrillos grises, de esos que se usan en las cárceles; es angustioso ese encierro. Claustrofóbico, un poco. El único consuelo, que estamos de paso.

Y eso mismo sucede al mirar el video de María Isabel Rueda, una toma estática al muelle de Puerto Colombia, devorado por el mar y por el olvido. No pasa nada allí. Y es verdad que no pasa nada. El color de la imagen casi invoca a una fotografía sepiada de un tiempo pasado. Y no lo es, es pura nostalgia. Como las fotos de Vivianne Sassen, que recuerdan dos orígenes distintos de una pareja holandesa que vivió su infancia en África; recogen sus pasos, y visitan los lugares que los vieron crecer, tan distintos el uno del otro. La pobreza frente al bienestar.
Continuará.

         

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septiembre
7 / 2013