Tras los pasos de Pablo Neruda en Chile
Juan Gustavo Cobo Borda
En el aeropuerto de Santiago de Chile, cerca de la puerta número 15, hay un negocio llamado Neruda Shop. En la librería del mismo aeropuerto se pueden comprar libros como el de de Volodia Teitelboim: Neruda 100, multiuso, todo terreno, y una novela policíaca de Roberto Ampuero: El caso Neruda. Si se abre el periódico se verá la información sobre el Premio Pablo Neruda, de 40 mil dólares.. También podrá saberse que los herederos del poeta han emprendido acciones judiciales contra un hotel que usurpó el nombre del poeta. Pero lo que nadie sabe es que Pablo Neruda en Chile está más vivo que nunca.
El poeta que le pertenece a todo un país
Neruda está en todas partes. La figura del poeta es también pasto de la industria académica que desmenuza todas sus líneas (“Publicaron mis calcetines”, dijo en un verso premonitorio), y lugar obligado de peregrinación turística en las tres casas que administra la Fundación Neruda: la mítica de Isla Negra, la de Valparaíso y la de Santiago llamada La Chascona.
Allí, no hay duda, late el espíritu del poeta. Está poblada de cachivaches y chirimbolos, copas de vidrio de colores, escaleras de caracol, puertas secretas y escotillas de barco.
Allí podemos asomarnos a nuevas y añadidas prolongaciones que según el humor y los recursos monetarios iba él añadiendo, en empinados recovecos. Las tres casas tienen bar, biblioteca (donde conservaba, bibliófilo, cartas de la hermana de Rimbaud, el prólogo manuscrito de Víctor Hugo a los trabajadores del mar, y más de treinta volúmenes en francés del poeta Nerval), y curiosos juguetes: caballos de carrusel, muñecas…
Pablo Neruda en Chile con poesía
Como su poesía, la casa parece dar vueltas sobre sí misma mientras que allá en el fondo se escuchan los rugidos de los leones del zoológico de Santiago. Sobre una cama, tan requerida por el poeta para sus sagradas fiestas, reposa un inmenso león de peluche.
En esa estenografía, entre circense y marinera, con máscaras y relojes, botellas colosales, brújulas y astrolabios, platos pintados, esculturas africanas e inmensos zapatos de payaso, de pronto se ahonda en fotos de Víctor Hugo, Walt Whitman, Baudelaire y Rubén Darío. Estamos dentro de la mente de quien saturó su mirada con todas las cosas de este mundo y extrajo de allí la esencia depurada de sus miles de versos.
Casa Museo La Chascona, en Santiago de Chile. Foto: Archivo Diners.
El chileno que nunca dejó de soñar
Empiezo a verlo, con su incómoda flebitis, ascendiendo por esos escalones, refugiándose entre sus cuadros de Diego Rivera y Fernand Leger, y volviendo a redactar, en tinta verde, los prohibidos versos que escribió hasta el final a la sobrina, precisamente, de su legítima mujer Matilde Urrutia quien los sorprendió en la cama de Isla Negra cuando un pálpito la trajo de repente de vuelta desde Buenos Aires donde según el poeta argentino Jorge Boccanera había ido a hacerse un lifting.
(A propósito: Boccanera armó un bien logrado libro en el que se cuenta la historia que hay detrás de los grandes poemas, de Lugones a Gabriela Mistral, de César Vallejo a Vicente Huidobro, sin olvidar, obviamente, El tango del viudo, del infaltable Neruda. El libro se titula La pasión de los poetas).
Casa Museo Isla Negra. Foto: Archivo Diners.
Pero lo que queda, como siempre, son los versos. Los versos de ese Cuaderno negro que un obsesivo coleccionista atesora y que dio a conocer en el diario El Mercurio. La literatura parece alimentarse, además, de una veta de rumores y chismes que saca a luz los tardíos amores homosexuales de José Donoso y la docena de poemas de Neruda a esa joven amada cuyo escandaloso descubrimiento implicó incluso al presidente Salvador Allende que lo nombró embajador en Francia para aplacar un tanto las furias desatadas de Matilde.
Patético y a la vez conmovedor el Neruda que recibirá el Nobel y que pide a su chofer en París que se detenga en Galerías Lafayette para comprarle algún perfume a la joven que de seguro lo recordaba al otro lado del océano.
En el terrible septiembre chileno de 1973, Pablo Neruda en Chile, escribió su último poema, Hastaciel, que como un enigma y una adivinanza dice así:
Poema Hastaciel
Hastaciel dijo labla en la tille palille
cuadokan cacareo de repente
en la turriamapola
y de plano se viste la luna del piano
cuando sale a barrer con su pérfido párpado
la plateada planicie del pálido plinto.
Broma o rabia, la estudiosa Selena Millares lo considera un diálogo del poeta con la muerte, despidiéndose de ella hasta encontrarse en el cielo. También allí encuentra el recuerdo de los libros de la infancia cuando leía a Salgari y su célebre corsario Sandokan.
Enigmas que cada cual podrá intentar descifrar. Del mismo modo que su gran contradictor poético, Nicanor Parra, nacido en 1914, continúa vivo y de sarcástico humor escribiendo el poema que faltaba, el Poema XXI, que comienza así:
Nada más grande que el Poema XX.
Poco se gana con escupir para arriba.
Es que tú no conoces el XXI.
Como se ve, todo Chile es ahora Pablo Neruda. Y el continente americano también parece avanzar hacia allí.
Tres los pasos de Pablo Neruda en Chile fue publicado originalmente en Revista Diners Ed. 471 de junio 2009
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