“El arte hay que experimentarlo”, Ana Sokoloff
Ana Sokoloff
Herb Vogel era un empleado de correos y su esposa Dorothy, una sencilla bibliotecaria. Ambos amaban el arte, pero el sueldo les daba para poco. Así que se pusieron dos condiciones para poder acceder a esa pasión: comprar obras que fueran lo suficientemente pequeñas para que cupieran en su apartamento de una sola habitación en Nueva York, y además que fueran económicas para alcanzar a pagarlas con sus ahorros. Invirtieron en artistas de arte minimalista y conceptual en un momento en que todavía eran ignorados, y les compraron a personas desconocidas entonces como el ahora célebre director Julian Schnabel (La escafandra y la mariposa) o Andy Warhol. Cuando habían amasado una de las colecciones más importantes de arte del mundo, decidieron entregarla por completo a la Galería Nacional de Arte en Washington DC y a museos de cincuenta estados en Estados Unidos. Su consejo es uno y único: “Compren lo que aman”.
Así es. El coleccionismo arranca con una pasión. Y, naturalmente, con dinero. Pero no necesita ser mucho. Cuando se pueden suplir las necesidades básicas, la pasión crece porque el ingreso adicional permite pensar en esta especie de rubro del lujo que muchos ponen a la par de los carros o los yates, pero que en realidad está motivado en la busqueda de conocimiento y belleza. En Colombia, al tema siempre se le vio con el rótulo de que era una pasión arribista. En realidad, es altruista. Porque ese dinero invertido y ese conocimiento que se gana contribuyen al fomento de nuevos artistas.
A veces es difícil tener en claro qué comprar ante tantas opciones que da el mercado. Por eso se considera importante que un asesor acompañe al cliente y se le una a su sueño. Yo soy consultora y no lo digo por mí, sino porque estoy convencida de que es necesario contar con un norte para que la colección sea exitosa y de que hay que saber soñar para que una colección reúna lo mejor. Todo coleccionista es, antes que nada, un soñador. Una persona que busca arte para que le produzca placer emocional. Pero si quiere valorizar su colección, requiere ser un soñador con conocimiento.
Cualquiera puede serlo. Pero debe entender que hay que entrenar el ojo, leer, investigar, estudiar historia del arte, profundizar, visitar museos y aprender para poder definir el camino de lo que se quiere. Cuanto más se ahonde en el arte más se aprecia lo que se ve. En la medida en que se refina el interés se sabe qué y cómo se quiere coleccionar. Y se aprende a darle el justo valor a las cosas.
En el arte, el valor depende de muchos factores. Un jarrón de la dinastía Ming es más costoso si tiene azules que si lleva rojos y amarillos, porque el azul es más escaso. No es lo mismo que en las acciones de una empresa, porque dos cuadros de un mismo artista tienen precios distintos a partir del objeto, el material, el tamaño, las condiciones, la composición, el momento, el color, el año, el artista, lo que representa, la totalidad de su obra, la procedencia y otras variables como quién la tuvo antes, dónde ha sido exhibida o lo que se ha escrito sobre ella.
¿Cuál es el límite? Usualmente cuando la cantidad de obras excede la capacidad de depositarlas en algún lugar. Entonces nacen las galerías privadas, o las obras se venden o entregan a los museos, como ocurrió con Maraloto –la colecciòn que exhibió recientemente el Museo del Banco de la Republica– o la colección de Hernando Santos Calderón. Eso fue precisamente lo que hizo el pintor Fernando Botero con su colección privada: entregarla a un museo para que pudiera ser apreciada por el público. Gracias a ella experimentamos de primera mano en Colombia lo que antes sólo veíamos en libros: el alma del cuadro, que no puede apreciarse sino cuando tenemos la obra enfrente. El arte hay que experimentarlo, que sentirlo.
En Colombia, los coleccionistas se caracterizan por su extrema discreción. Hay muchos coleccionistas, pero casi todos prefieren permanecer anónimos. Es importante recalcar que hay colecciones rentables, pero no todas se valorizan. En el caso del arte contemporáneo, usualmente hay que jugársela y correr riesgos hacia el futuro, sin caer en comprar movidos por el impulso y la moda.
Uno se equivoca fácilmente y olvida que quien lo hizo primero o mejor no es tan importante como quien fue original. Ser coleccionista exige darle a las obras la oportunidad de hablar con uno, de comunicar lo que son y el espacio que requieren, y saber que cuando se elige una, se está haciendo futuro y construyendo historia.