Luis Roldán: treinta años en retrospectiva

Diners conversó con el artista caleño Luis Roldán a propósito de Periplo. Una retrospectiva 1986-2016 que se muestra hasta el próximo 10 de octubre en el Museo de Arte del Banco de la República, en Bogotá.
 
Luis Roldán: treinta años en retrospectiva
Foto: Karim Estefan y Cortesía Banco de la República
POR: 
Gloria Susana Esquivel

Justo antes de irse a vivir a Nueva York a finales de la década de 1990, Luis Roldán (1955) recibió un gran consejo: comer siempre en el mismo restaurante para sentirse como en casa. El artista caleño –que para ese entonces ya había vivido en París, Milwaukee y Bogotá– se dispuso a seguir esta recomendación.

De esta manera, Roldán vivenció diariamente cómo las personas que trabajaban en ese restaurante, en su mayoría inmigrantes como él, tenían jornadas agotadoras: “La gente que me atendía tenía que levantarse temprano, montarse en un metro, trabajar turnos largos y llegar enmantecados a la casa. Al otro día, la misma madrugada, la misma manteca, el mismo olor a comida en la ropa”, recuerda. Al sentarse todos los días a compartir con ellos, Roldán dejó de ser un simple comensal y se convirtió en testigo familiar de su cotidianidad. Ya no eran trabajadores anónimos. Cada uno cargaba con una historia personal con la que él sentía gran empatía. Al sentarse a la misma hora en la misma mesa del mismo restaurante, Roldán dejó de ser un voyeur que espiaba las rutinas de otros y entabló una relación íntima con ellos.

Desde la distancia, la obra Strike Gently (2012), de Luis Roldán, se asemeja a una pintura abstracta: una superficie blanca y plana en la que resaltan manchas amarillentas y cortas líneas rojas que parecen agrietarla. Pero al acercarse a la obra, el espectador se da cuenta de que se trata de una composición hecha a partir de cajas de fósforos que el artista caleño fue encontrando por las calles de Nueva York.

Y aunque todas las cajas son iguales (blancas sin ninguna marca, pues generalmente son encimadas con cada paquete de cigarrillos), cada una cuenta una historia diferente. Una tiene la huella de un zapato todavía impreso, otra un número telefónico intercambiado entre extraños, otra más pareciera haber estado mucho tiempo bajo las llantas de un carro. Vestigios de relatos íntimos y cotidianos que Roldán fue recolectando a lo largo de la ciudad y que se transformaron en los elementos pictóricos que componen esta obra de gran formato.

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Strike Gently II. Detrito, cajas de fósforos y cartón, dimensiones variables

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Cuando el espectador descubre una obra como esta, también se ve obligado a dejar de ser un voyeur distante. Frente a las obras de Roldán, el espectador se convierte en testigo de los relatos íntimos que se esconden detrás de capas de pintura y material encontrado.

Con esto en mente, Ximena Gama y Nicolás Gómez, los curadores de Periplo. Una retrospectiva 1986-2016 –exposición que recoge treinta años de carrera artística del pintor caleño, y que estará abierta hasta el 10 de octubre en el Museo del Banco de la República–, se propusieron generar una experiencia distinta. Desde el mismo título se alude a los diferentes ejes que han orbitado la obra de Roldán durante estas tres décadas: un viaje muy largo en un tiempo muy personal que siempre vuelve al punto de origen. “Cuando se hace una exposición retrospectiva se ordena la carrera del artista de manera cronológica. Sin embargo, nosotros sabíamos que la obra de Luis era tan diversa, con tantas capas y con un pasado al que constantemente se vuelve en el presente, que quisimos jugar también con esa idea de tiempo. Para él, no está determinado de una manera lineal, sino que juega con la idea de otros tiempos: el de la literatura, la historia del arte, la poesía, los sueños y, por supuesto, el de la pintura”, afirma Gama.

Calendario (1996), obra insigne de Roldán y que se ganó un lugar en la historia del arte colombiano al ser merecedora del primer premio en el XXXVI Salón Nacional de Artistas, es una composición imponente hecha a partir de 365 paneles cuadrados rebosantes de color y textura. Esta obra no se queda solo en la reflexión por las maneras en las que medimos el tiempo, sino que también alude a otros registros como la memoria, el olvido y la cotidianidad, pues quien se acerca a cada uno de estos paneles encuentra el testimonio cifrado de la vivencia del día a día del artista. Durante un año, Roldán se propuso recolectar diariamente material que encontraba en su taller y hacer un cuadro que registrara lo que había sucedido en la jornada. Al igual que con las cajas de fósforos, en cada uno de estos pequeños cuadros se esconden capas y capas de experiencias personales, materiales encontrados y pintura. Secretos íntimos que el espectador solo puede descubrir cuando zanja la distancia del voyeur.

La idea de que la pintura podría ser un lugar para archivar las memorias personales le llegó a Roldán desde que era muy pequeño: “Estaba como en cuarto de primaria cuando descubrí ese líquido que me permitía expresarme. La pintura era un medio de expresión que guardaba mis secretos y que no iba a revelarlos. Nunca fue un elemento de ilustración, sino de comunicación entre dos personas que están dentro de mí: mi yo de afuera y mi yo de adentro”, recuerda el artista caleño.

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Parque de la Independencia, el eterno femenino, 1994. Óleo sobre tela, 249×380 cm.

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Roldán comenzó su carrera a mediados de la década de 1980 y se destacó como parte de una generación de artistas colombianos como Carlos Rojas y Manuel Hernández, que se interesaron por la pintura y sus múltiples posibilidades. Una decisión que parecía ir en contravía de las discusiones críticas del momento que declaraban al lenguaje pictórico como obsoleto. Sin embargo, Roldán encontró en ese medio una manera de experimentación y de exploración del quehacer artístico que comenzaba desde el mismo proceso de preparar la pintura y la tela que iba en el bastidor: “La mayoría de la obra que hice hasta el año 2000 fue con pintura preparada, hecha y molida por mí. Ahí hay una relación con el material, con la economía y con la alquimia que marca ese primer encuentro”, concluye.

Este también fue el medio por el cual se acercó a la historia del arte. Una instancia que sirvió como inspiración para su serie Parque de la Independencia (1994), compuesta por 32 cuadros, en donde las manchas de óleo crean un juego luminoso con las pinturas del artista bogotano Andrés de Santa María, o Variaciones sobre Morandi (2010) en la que el color y la forma son vehículos para dialogar con la obra del pintor italiano. Pero en la pintura, para Roldán, también se esconde una reflexión fundamental que el artista plantea casi en términos biológicos: “No hay nada más humano, nada más animal, que querer ver la totalidad de un objeto. Ya sea un tigre que está intentando cazar la presa o un tipo que tú ves por la calle y le ves la cara y luego le quieres ver las nalgas. Pero la pintura es algo que es completamente frontal. Tu intención, tu cerebro, van a querer ver lo que hay detrás. Pero encuentras que la pintura está negando esa posibilidad. Tú no eres pintor cuando estás en frente, sino cuando tratas de ver por detrás y no puedes. Lo máximo que vas a ver es un bastidor, no le vas a ver las nalgas a nadie, y en ese detrás aparecen las preguntas, ahí es donde está lo que se esconde detrás de la superficie, ahí es donde la pintura existe”.

Eidola (2015) podría entenderse como una metáfora que expresa estos cuestionamientos. Se trata de una serie de hormas de cabeza de madera que Roldán encontró en una fábrica abandonada de sombreros y que intervino, convirtiéndolas en pinturas escultóricas que, dependiendo del ángulo desde el que se miren, revelan u ocultan una imagen llena de color. El nombre de la obra hace referencia a la mitología griega que llamaba Eidola a los fantasmas que nunca lograban ver la totalidad de su figura. En el caso de esta obra, se convierte en un juego de ocultamiento y visibilidad que hace que el espectador se pregunte por los límites de la pintura y por todo lo que no se nos devela a simple vista.

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Eidola, 2015

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Para el curador Nicolás Gómez, la obra de Roldán marca una gran diferencia en esa tensión entre tiempos, distancias y secretos: “Lo que a mí me gusta de la obra de Luis es que no es obvia, no es literal. En el arte colombiano reciente se apela a la literalidad y esto es lo que el público exige. Lo que nosotros queríamos proponer con esta exposición es la existencia de otra sensibilidad artística muy rica y muy diversa que invita a hacerse preguntas. Es una obra que invita a eliminar el discurso y a entrar al goce y al juego”. Por esta razón, las salas del museo están llenas con sillas hechas por el propio artista para que los espectadores puedan sentarse a pasar el rato. “Queríamos que el espectador se sintiera partícipe del espacio de la exposición, como si estuviera en un parque o plaza púbica. La idea detrás de las sillas es sentarse y vivir frente a las obras una experiencia propia, gozar de los colores y descubrir las relaciones que cada una propone. Se trata de una invitación a habitar el espacio y experimentar las obras de una manera distinta”, explica Gómez.

Una invitación a habitar las geografías y los tiempos entre los que crea y reflexiona Roldán. A convertirse en testigo y exégeta de esos secretos íntimos que sus obras susurran y ocultan, como quien se acerca con timidez a un grupo de extraños con el firme propósito de conocer su cotidianidad y así acortar distancias.

         

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agosto
22 / 2016