Casas de moda: del lujo al arte
Sandra Martínez
Las casas de moda son los nuevos mecenas del siglo XXI. Aunque para algunos expertos la frase puede parecer un poco exagerada, lo cierto es que la alianza que se teje entre moda y arte resulta cada vez más fuerte y poderosa. Exhibiciones, colaboraciones de los artistas en las boutiques y ahora museos propios para exhibir sus colecciones son una realidad que se vive día a día.
Todo comenzó hace algunas décadas, cuando multimillonarios como Bernard Arnault, François Pinault o Miuccia Prada empezaron a comprar arte. Inversión, estatus, prestigio, amor por lo estético, interés cultural son algunas de las razones que seguramente los motivaron. Ellos, asesorados por expertos, fueron armando unas sustanciosas colecciones, en la mayoría de los casos de arte moderno y contemporáneo. Pero luego se les ocurrió que una buena idea sería tener un lugar propio para exhibirlas.
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La fundación de arte de Cartier tiene un edificio diseñado por el arquitecto Jean Nouvel en el centro de París. Foto: Luc Boegly, cortesía Fundación Cartier
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Al igual que toda decisión, ha generado una avalancha de reacciones a favor y en contra. Cuando la fundación Louis Vuitton abrió sus puertas en 2014, un grupo de intelectuales franceses, encabezado por el filósofo Jean-Luc Nancy y el historiador Georges Didi-Huberman, publicó una extensa carta en la que cuestionaban el papel que tiene la industria del lujo en el arte contemporáneo. “La esencia del verdadero mecenazgo es la dádiva, el gasto ineficiente o, para hablar como Georges Bataille, ‘improductivo’. Los verdaderos mecenas pierden dinero, es solo por ello que merecen un reconocimiento colectivo. Ni el señor Pinault ni el señor Arnault pierden un céntimo en las artes. No solo desgravan una parte de las ganancias que no se encuentran ya en algún paraíso fiscal y adquieren para sí mismos –con mayor ganancia– salas de subastas, sino que desvían fondos públicos para eventos que solo aspiran a elevar la cotización de los artistas en los que temporalmente han decidido apostar”, afirma un fragmento de la carta.
Otros, por el contrario, consideran que es una ayuda para los artistas emergentes, y que en tiempos de crisis se han convertido en un gran apoyo para la cultura. El curador Ashok Adicéam, que trabajó para Pinault, afirmó en una entrevista en el periódico El País, de España, que hay que saludar el riesgo que representa la adquisición y el apoyo a una obra de arte y más aún cuando el beneficio obtenido suele ser de orden simbólico. Además, asegura que las fundaciones son plataformas serias y comprometidas.
Estas son solo tres historias de tres casas de moda y cómo sus dueños decidieron apostarle al arte. Cartier es pionera en esta tendencia. Su fundación se creó en 1984 gracias a la labor del presidente de ese momento, Alain Dominique Perrein; luego Bernard Arnault, presidente del grupo LVHM (Louis Vuitton Möet Henessy), se demoró varios años en construir un espacio cultural diseñado por Frank Gehry en París y, por último, Miuccia Prada renovó una destilería en Milán para crear una fundación que ocupa 19.000 metros cuadrados.
LA PIONERA
Una extensa conversación con el escultor francés Cesar fue lo que llevó a Alain Dominique Perrin, presidente de Cartier, a crear una fundación de arte contemporáneo a comienzos de la década de 1980. Cesar le hizo ver a Perrin la necesidad que había en el ambiente artístico de tener un espacio donde pudieran experimentar y crear proyectos diferentes, en libertad, sin limitaciones.
Perrin, que actualmente se desempeña como presidente del grupo Richemont, se aventuró al reto. Hasta ese momento no existía esa figura de mecenazgo privado con las marcas de lujo. Se miraba con cierta suspicacia. “Contrario a lo que todo el mundo pensaba, no estaba tratando de crear una nueva manera de vender joyas y relojes a la elite. De hecho, prohibí cualquier relación entre los productos de la marca, la publicidad y la fundación”, explica Perrin en una entrevista publicada cuando cumplieron sus primeros veinte años.
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Actualmente la fundación Cartier realiza la exposición Cali-Clair-Obscur del colombiano Fernell Franco. Foto cortesía Fundación Cartier
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La fundación abrió sus puertas el 20 de octubre de 1984 en un castillo del siglo XVIII, en Jouy-en-Josas, cerca de Versalles, y desde el comienzo se enfocaron en realizar exposiciones monográficas de artistas destacados. Por sus salas han pasado nombres como Murakami, Matthew Barney y Raymond Depardon, sin dejar de lado a los artistas de países emergentes. Esta, justamente, ha sido una de sus principales características. No en vano, en una de sus salas se expone en la actualidad Cali-Clair-Obscur, una retrospectiva del fotógrafo colombiano Fernell Franco, que se exhibe hasta el próximo 5 de junio y que reúne 140 imágenes producidas entre 1970 y 1996, inspiradas en la vida urbana de Cali. Es la primera vez que se ve en Europa una exposición de tal magnitud sobre este fotógrafo.
Una década después decidieron mudarse al centro de París. El arquitecto Jean Nouvel diseñó un edificio transparente de acero y vidrio en el boulevard Raspail, en Montparnasse, que supo capturar la esencia de la fundación. En 2014, cuando conmemoraron sus treinta años de apertura, una exposición llamada Vivid Memories reunió algunos de los trabajos más emblemáticos que han pasado por allí y que dan cuenta de la gran diversidad de formatos, técnicas e ideas expuestas: desde una escultura gigante hiperrealista de una mujer acostada en una cama, del artista australiano Ron Mueck, pasando por las pinturas del congolés Chéri Samba, hasta las obras del cineasta norteamericano David Lynch. Actualmente, con más de 100 exposiciones y 800 trabajos comisionados, siguen dando que hablar.
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El arquitecto Frank Gehry fue el encargado de diseñar la fundación Louis Vuitton
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UN BARCO CULTURAL
Un inmenso barco de metal, vidrio y concreto se ancló en el Jardín d’Aclimatation del bosque de Boulogne, al oeste de París. Aunque algunos lo ven como una nube, otros como una nave espacial y otros más como una crisálida, lo cierto es que para nadie pasa desapercibido el diseño del arquitecto canadiense Frank Gehry, encargado de darle vida al museo de la Fundación Louis Vuitton, de 11.000 metros cuadrados, que abrió sus puertas el 27 de octubre de 2014.
La idea del proyecto comenzó trece años atrás cuando Bernard Arnault, el segundo hombre más rico de Francia, dueño del grupo Louis Vuitton Möet Henessy (LVHM), y amante del arte, visitó el museo Guggenheim, en Bilbao. Luego se reunió en Nueva York con el arquitecto de este edificio, Frank Gehry, y la idea de hacer un museo juntos quedó sobre la mesa.
Tomó tiempo, dinero –cerca de cien millones de euros– y esfuerzo. En 2006 la fundación se creó oficialmente con el objetivo de promover el arte moderno y contemporáneo y hacerlo accesible al público. “Alejarse de los números y el crecimiento, para abrazar la creación”, dijo Arnault, de 67 años, en una entrevista cuando se le preguntó por el objetivo de esta construcción.
Luego de muchos inconvenientes jurídicos, el edificio por fin vio la luz –y en medio siglo pasará a titularidad pública–. Cuenta con once salas y un auditorio, porque en su programación cultural la música también desempeña un papel importante. Susan Pagé, exdirectora del Museo de Arte de París, fue nombrada directora artística de la fundación y bajo su liderazgo se han expuesto en sus salas parte de la jugosa colección privada de Arnault, que incluye obras de Andy Warhol, Jeff Koons y Olafur Eliasson, piezas de la fundación, así como trabajos comisionados a nuevos artistas, algunos no tan reconocidos, pero que han generado la atención de los círculos del arte.
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La fundación Louis Vuitton ofrece actualmente una muestra de 12 artistas chinos. En la foto, una obra de Zhang Xiaogang. Cortesía Fundación Louis Vuitton
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En la actualidad se exhibe una muestra de doce artistas chinos contemporáneos que revelan, a través de diversas técnicas y medios, la compleja sociedad en la que viven. Adicionalmente, hay una muestra paralela con obras de artistas de este país asiático, pertenecientes a la colección de la fundación, en la que sobresalen nombres como Ai Weiwei y Cao Fei.
PRADA SE VISTE DE ARTE
La fundación Prada comenzó a funcionar en 1993. Desde ese entonces realizaba exposiciones temporales en lugares vacíos, como iglesias y almacenes, y eventos sobre filosofía, arquitectura y cine. Miuccia Prada, la gran heredera de este emporio de moda, confesó en una entrevista al diario británico The Guardian que solo cuando abrió la fundación comenzó a comprar arte. “Tuvimos que aprender rápido. Hasta ese momento, mi conocimiento cultural estaba en literatura, política, cine, teatro y danza. ¿Arte? Nunca había estado interesada en eso”, dice y también asegura que detesta que la llamen coleccionista. “Soy y quiero ser parte activa en moldear la cultura. Pero no patrocino a nadie. Odio todo eso. No quiero ser percibida así”.
Sin embargo, Miuccia y su esposo, Patrizio Bertolli, decidieron apostarle primero a una sala de exposiciones en Venecia, en 2011, y ahora a una construcción mucho más ambiciosa en Milán, sin ningún apoyo estatal e invirtiendo una pequeña fortuna. “El costo es un asunto secundario”, afirmó Bertolli el día de la inauguración.
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Por estos días la fundación Prada exhibe la obra de Goshka Macuga, una artista polaca que reflexiona sobre el tiempo. Foto, Delfino Sisto Legnani Studio, Cortesía Fundación Prada
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El arquitecto holandés Rem Koolhas se valió de una vieja destilería ubicada al sur de la ciudad, para transformarla por completo y crear un lugar, literalmente, fuera de serie de 19.000 metros cuadrados. El edificio abrió sus puertas el 9 de mayo de 2015 y está dividido en siete espacios. Su peculiar distribución permite que se exhiba en lugares poco convencionales que sorprenden al espectador. También tiene una torre recubierta de pan de oro de 24 quilates –la cual no ha estado exenta de polémica–, que ha sido bautizada como “la casa encantada” y está dispuesta para los artistas internacionales.
La colección permanente ocupa dos áreas y también está enfocada en arte contemporáneo, con muchas obras que nunca han sido vistas antes por el público. Sobresalen nombres de artistas como como Damien Hirst, Louis Bourgois, Yves Klein y Robert Rauschenberg.
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La fundación Prada inauguró en 2015 su segunda casa de arte, en Milán. Tiene una torre recubierta con oro de 24 kilates. Foto Bass Princen, cortesía Fundación Prada
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Actualmente se pueden ver dos muestras. Una de la artista polaca Goshka Macuga, que vive en Londres, trabaja en diversos formatos, que incluyen instalación, fotografía y escultura, y reflexiona sobre el tiempo, los comienzos y finales, los colapsos y las renovaciones. La otra exposición incluye 90 trabajos de más de 60 artistas, producidos desde 1820, curada por el artista Thomas Devand, quien se cuestiona por los límites de la originalidad, la inventiva conceptual y la copia.
Pero no todo termina allí. El edificio cuenta con Luce, un bar diseñado por el mismísimo Wes Anderson, director de El Gran Hotel Budapest, inspirado en los cafés italianos de los cincuenta y los sesenta del siglo pasado, que parece sacado de algún escenario de sus películas y que también ha sido objeto de la atención del público.