Fernando Botero expone por primera vez en China
Juan Gustavo Cobo Borda
En Mónaco, el sábado 31 de octubre de 2015, Fernando Botero estaba pintando una pareja de recién casados de 1,20 metros. Lo hace como siempre, de pie, “hasta que las rodillas aguanten”, al disfrutar de ese placer incomparable que es ser fiel a una pasión de toda una vida. Como Marco Polo, ahora se halla dispuesto a conquistar el Oriente, lo cual ya comenzó con una gran exposición en Seúl, en el Museo Nacional, de mayo a fines de agosto. Pero ahora se trata de palabras mayores pues Pekín y Shanghái le abren las puertas del Museo Nacional y luego del China Art Museum donde la exposición se verá reforzada por 10 esculturas monumentales. Le confieso mi sorprendida admiración por ser él mismo quien se encarga de toda esa, supongo, compleja preparación. Pero él, antioqueño al fin, me desilusiona con su eficacia práctica. Todas las obras están en Suiza, en el depósito adecuado, y él, que las tiene fotografiadas y catalogadas, solo manda el número de referencia y así ordenadas pueden ser estudiadas por los curadores y recibir la aprobación final suya, pues se trata de su colección particular que le permite planear retrospectivas sin recurrir al engorro de pedir permisos y seguros a diestra y siniestra.
Nunca ha estado en China, pero cuando la curadora y el funcionario diplomático lo visitaron para concretar el evento le dieron la sorpresa de dos libros sobre su obra aparecidos en este país que él no conocía y el fervor entusiasta de jóvenes artistas por su trabajo. Así que también visitará algunos de sus talleres y recordará la elocuente poesía silenciosa, temple sobre seda, de esas escenas domésticas, de “esos relatos pintados” que admiró en el Metropolitan o en el Museo Guimet de París, junto con los bronces y cerámicas que hacen inconfundible esa cultura de tantos siglos.
Así que el 20 de noviembre, 96 óleos, los primeros de los años setenta, recibirán la visita de un público que encontrará en ese artista del otro lado del mundo, imágenes de algún modo cercanas: el circo, las naturalezas muertas, sus versiones de grandes maestros del arte occidental (la Monalisa de Da Vinci, Velázquez y Rubens). Y la vida popular, con sus bailes y músicos pero también con sus sombríos episodios de dolor y violencia. Otras temáticas serán quizás más exóticas, como las corridas, pero sobre la cual confiesa, con nostalgias de viejo aficionado, ya no asiste tanto, pues la espalda se resiente en esos bancos de piedra pero su solidaridad con toreros y aficionados, que consideran con razón el toreo como un arte y un motivo de satisfacción estética no ha decaído.
Los cuadros no están para la venta pero el artista que ha sido pionero en colonizar territorios tan insospechados como Park Avenue, Campos Eliseos o la plaza de la Signoria en Florencia, con sus esculturas monumentales sigue llevando su intransferible imagen de Colombia por el mundo. Sigue siendo nuestro mejor vocero. En el museo Würth d’Erstein, en Estrasburgo, el Boterosutra sigue ofreciendo el contorno sensual y táctil de esas masas opulentas que rinden homenaje al placer y al deseo y sobre todo al arte incomparable del dibujo, sobre tela y papel. Pero en Botero el diablo y la culpa no se hallan nunca disociados de la religión y la ceremonia. Para compensar, hace poco en Italia pintó seis ángeles, entre ellos un muy antioqueño Ángel de la Guarda.
Quizás las imágenes que China le ofrezca le permitirán nutrir algunos de sus futuros “mensajes pintados” que con tanto gusto nos sorprenden y deleitan. Él volverá a trajinar con su paleta y nosotros a esperar el renovado milagro.
Porque Fernando Botero ha obtenido la aleación más sorprendente. El nutriente de una cultura popular provinciana, con sus pueblos entre montañas, sus ferias y fiestas, con raíces religiosas (que los chinos prefirieron omitir, en crucifixiones y viacrucis), con sus rutilantes y veintejulieras apoteosis y sus burdeles de ron y aguardiente vistos con el rigor que aprendió en Piero della Francesca y Alberto Durero: lo más eximio de la tradición occidental. Algo que solo brota, memoria y epidermis, pinte en Rionegro, Nueva York o París. Cuando hace que todo ello acuda e impregne óleos, carboncillos y acuarelas. Ese mundo que llevará entusiasmado a China. El arte, lo sabe bien, da placer a niños y viejos, mujeres y hombres sin limitarlo ni la lengua, ni la geografía, ni los regímenes políticos. El arte es universal. Buen viaje, maestro.
Datos clave
- La primera exposición se llevará a cabo del 19 de noviembre al 4 de enero del 2016 en Pekín y del 21 de enero al 20 de abril en Shanghái
- Las obras que estarán en China pertenecen a seis categorías temáticas: vida cotidiana en América Latina, naturaleza muerta, el circo, la corrida, versiones de grandes maestros y dibujos de gran formato.
- La obra más grande es El Baño, de 1989 (249×205) y la más pequeña es el dibujo Cardenal, un obsequio de Botero al crítico de arte chino Xing Xiaosheng.
- Naturaleza muerta con paisaje colombiano de 1973 es la obra más antigua y la más reciente es My room in Medellin, after Van Gogh, de 2011.
- Las exposiciones serán gratuitas por decisión del artista y se estima que vayan siete millones de personas a verlas.