Abel Azcona: artes vivas en el Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá

El artista español Abel Azcona es, a sus 26 años, uno de los creadores más prolíficos y polémicos de su país. Por eso, el Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá prepara una retrospectiva de su obra.
 
POR: 
Marc Caellas

“Si tiene que vomitar pues vomita de verdad, si tiene que sangrar pues se corta y sangra (jamás utilizará “kétchup” como sangre), si tiene que beber whisky hasta emborracharse pues lo hará, jamás tomará agua con un toque de café para que parezca whisky, para hacer parecer que ingiere bebidas alcohólicas y luego fingiría su ebriedad, porque no se trata de un teatro, el perfomance es una manifestación real… el perfomance es como la vida misma… tenemos que grabarnos con un hierro candente, en nuestro cerebro, la idea de que “El performance NO es teatro”.”

Claudio Zerpa

Me convocan al XII Seminario Internacional de Arte en Barranquilla. El tema es la teatralidad vs la performatividad. También invitan a Abel Azcona, artista navarro con mucha obra a cuestas a sus aún veintiséis años. Tiene tanta que los responsables del Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá decidieron organizarle una retrospectiva, No deseado, que se inaugura este próximo viernes a las 18 horas en Bogotá.

Para Azcona la clave de sus creaciones es la no separación entre lo biográfico y lo artístico. “Mi trabajo es un reflejo de mi vida. Nacía hace casi treinta años en Madrid. Mi madre era prostituta, heroinómana y me abandonó en la calle.” Así empieza su presentación a los sorprendidos alumnos. Luego nos enteramos que al poco tiempo ese niño sin padre conocido y con una madre ausente se instala en la conservadora Pamplona, una ciudad del norte de España (o del sur de Euskadi, según como se mire), una ciudad donde, según parece, un 60% de la población comulga con las doctrinas del Opus Dei. En su adolescencia Azcona intenta varias veces suicidarse y es internado en una clínica psiquiátrica. A los 16 años agarra una silla y desnudo, corta el tráfico de una concurrida calle de su ciudad adoptiva. En ese momento no lo sabe, pero esa es su primera acción, su primera performance. Poco tiempo después funda Arte en acción, un colectivo de artistas pamploneses. A los 17 años rompe con su familia. A los 18 vive entre comedores y pensiones de indigentes. Repite patrones heredados. Sufre abusos físicos. Posteriormente se traslada a Chicago donde se gradúa con buena nota en Perfomance Studies e inicia una exitosa carrera artística.

Desde hace dos años visita con regularidad Colombia. Su último proyecto, aún inédito, se ha llevado a cabo en las calles del barrio de Santa Fe. Azcona vive como una transexual durante un mes. Se deja depilar las cejas, se inyecta el cuerpo de hormonas para que le crezcan los pechos y transforma su apariencia exterior masculina en femenina. Azcona afirma que sus perfomances son su vida, pero a la pregunta de un alumno sobre si le gusta prostituirse responde que “en mi vida soy bastante clásico en lo sexual, no me gusta el dolor”. ¿No quedamos que vida y obra eran lo mismo? Mientras le escucho sostener estas posturas tan contundentes pienso que, aunque no quiera aceptarlo, aunque efectivamente se prostituyera unas ocho veces con clientes a los que no conocía, finalmente, no deja de ser un tipo de “actuación”. Una de muy buena, seguramente, pero actuación al fin y al cabo. Una vez terminado el proyecto a Azcona le crecerán las cejas, la barba y, con el tiempo, esos pechos quizás disminuyan a su tamaño original.

Tengo la impresión de que cuando Azcona critica lo “teatral” asegurando que a la mayoría de la gente no le interesa la ficción, se refiere al mal teatro, no al teatro de creación, las artes vivas que nos convocan en Barranquilla. Porque el asunto no es que el espectador ya esté cansado de las ficciones y busque lo “real”, no. El asunto es que todo es ficción. Esa supuesta separación entre realidad y ficción es, justamente, ficticia. Es lo que Enrique Vila-Matas llama “La paradoja del biombo”: “El biombo divide en dos espacios una habitación y nos ofrece la posibilidad de diferenciar las dos áreas. Pero la separación es artificial, puesto que oculta que, de hecho, hay un solo espacio”.

Si bien es cierto que pocos artistas se ponen en situaciones límite con la determinación con la que lo hace Azcona. Para el proyecto Dark Room, el artista se encerró en un oscuro apartamento en Madrid subsistiendo apenas con agua y con una papilla proteica. Los espectadores podían seguir sus evoluciones en streaming. A los 12 días ya empezó a experimentar comportamientos animales. A los 42, asustados, los comisarios, decidieron sacarle del encierro, a pesar de que estaba previsto que durara 60. Para el proyecto Útero, inspirado en la frase de Sófocles, “No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores”, Azcona regresa a esa placenta suya impregnada de miedos, heridas y tóxicos. Con una soga al cuello, a modo de cordón umbilical, Azcona desarrolla una impactante performance en la que el público llega a sufrir por la vida del creador. De hecho, en Houston los espectadores detuvieron la acción asustados ante un posible ahorcamiento del artista.

En el debate que cierra el Seminario en Barranquilla polemizo con Azcona sobre el éxito actual, en los circuitos del arte, de la Performance delegada. ¿No es una contradicción delegar en otros la experiencia propia? ¿Se puede subcontratar la autenticidad? Hablamos de Abramovic y de cómo ella asegura que, mediante una formación adecuada, ciertos artistas pueden encarnar y vivir en sus propios cuerpos esas experiencias en principio ajenas. Algo de eso veremos en la retrospectiva del Mac a partir del viernes. Esta vez no habrá una performance en vivo de Azcona, sino su representación en otros cuerpos. La performance también pide quedar registrada y fosilizarse en un museo, como cualquier otra práctica artística.

         

INSCRÍBASE AL NEWSLETTER

TODA LA EXPERIENCIA DINERS EN SU EMAIL
octubre
29 / 2014