Cali, la sucursal del arte
Ximena Gama
Desde Bogotá siempre hemos visto una Cali efervescente. Una ciudad con una historia de decadencia y de poca gloria que en los años ochenta no se resistió al boom del dinero fácil. Una dinámica que, contrario a lo que se habría podido pensar, hizo que un movimiento cultural encontrara la forma de respirar en medio de ese ambiente y buscara comprender lo que pasaba con ese lugar donde año tras año aumentaba la violencia urbana. Fue precisamente durante esos años, en los que Cali apareció personificada en la imagen fotográfica y documental. Fueron frecuentes las escenas de calles y de prostíbulos, pero también una nueva onda que permitió combinar todo ese crudo realismo con la experimentación y, en algunos casos, el humor negro. En medio de todo esto, algunos artistas se quedaron por un tiempo y muchos otros se fueron. La ciudad parecía no aguantar más y se convirtió en un sitio de partida, pero años más tarde, una vez vino un poco la calma, de llegada. Fue así como al furor de los años setenta y ochenta no le bastaron las importantes fotografías de Fernell Franco y continuó marcando el paso con artistas tan importantes como Óscar Muñoz, Alicia Barney, Luis Roldán, e incluso algunos más jóvenes como Bernardo Ortiz, Wilson Díaz y Juan Mejía.
En los últimos años se han realizado estudios bastante juiciosos sobre la escena cultural de Cali. Una que desborda las artes plásticas y se confunde muchas veces con el cine, la música y el baile. Una que ha salido a la superficie a través de las manos de distintos investigadores que han logrado mostrar cómo, desde los años setenta, las historias se cruzan y se fusionan con la literatura y la imagen del cine y la fotografía, como si un solo lenguaje no fuera suficiente para hacer visible todas la realidades sociales y culturales de este lugar. Historias que en las últimas décadas han encontrado sus lugares en proyectos independientes, algunos autogestionados, y que se han hecho tangibles en iniciativas tan relevantes como el Festival Internacional de Cine, bajo la dirección de Luis Ospina, a través del colectivo Helena Producciones que, entre otras cosas, ha sacado adelante desde 1997 el Festival de Performance y, sobre todo, por la labor que ha realizado desde el 2007 Lugar a Dudas. Un espacio que nació como un sitio de encuentro y de trabajo para artistas de la ciudad y que se ha transformado de manera vertiginosa en la sucursal del arte para muchos, nacionales y extranjeros. Un proyecto liderado por el artista Óscar Muñoz, que ha abierto las puertas como laboratorio de arte y que se ha convertido en un ejemplo de gestión cultural para otros espacios independientes que han nacido en Bogotá, Medellín, Bucaramanga y Barranquilla.
Nace otro espacio
Hace un par de meses inauguró La Sucursal. Se trata de un espacio de investigación que nació cuando un coleccionista y un grupo de artistas (entre ellos Muñoz y Roldán) se dieron cuenta de la urgencia de iniciar un relato histórico de las artes en Cali y en la región pacífica. Con múltiples preguntas sobre los movimientos de los últimos cuarenta años, constituyeron un grupo de investigadores interdisciplinarios que, desde una pequeña sala de exposición, se ocuparán de construir una línea de tiempo del arte a través de archivos, ensayos académicos, artículos de periódicos y conversaciones y entrevistas con artistas. Será, sobre todo, una narración realizada a través de imágenes: construyendo una colección de arte. Un proyecto que estaba en mora de hacerse y que, de manera coherente con lo que viene sucediendo desde el 2000, mostrará cómo lo sucedido en estos años ha hecho posible las propuestas artísticas de hoy. Se trata así de sacar a la superficie un archivo visual que aún se cuela por los poros.
Alrededor de cada dos meses abrirán sus puertas a una exposición. Una muestra respaldada por el estudio previo que los investigadores han hecho. En la primera inauguración, obras de Miguel Ángel Rojas estaban junto a las mujeres golpeadas de Libia Posada y videos de Wilson Díaz, Edwin Sánchez y Angélica Castro. Esta última, la más joven y la única nativa de esta ciudad. Un gesto donde dejaron ver que hablar de arte contemporáneo no solo es hablar de una multiplicidad de generaciones, sino que hablar de arte hoy también equivale a trazar un mapa mucho más global. En últimas, La Sucursal llega con una tarea casi museal de construir un acervo cultural para que dé cuenta de una historia contemporánea de la ciudad y para la ciudad.
Y aunque Cali no se escapa nunca de las polémicas, es también un ejemplo de lo que ha pasado en el país. En su historia, importa y no importa que los recursos estatales hayan sido mal repartidos; importa y no importa que el museo La Tertulia siga en pie a pesar de la poquísima inversión que se le da. Y lo digo porque es precisamente esa resistencia frente a la desidia lo que ha hecho que sucedan cada uno de estos proyectos en esta ciudad.
Esta es una ciudad que siempre abre preguntas. También se puede cuestionar dónde está el Ministerio de Cultura cubriendo esos baches en las colecciones públicas. O si es esta la entidad que tiene que hacerlo o, como pasó con La Sucursal, la construcción de un acervo histórico y, en cierto sentido, patrimonial, puede llevarse a cabo también desde una iniciativa privada, tal y como ha pasado en otros países con la colección Jumex o la Cisneros. Sin embargo, todavía estamos lejos de estas grandes instituciones, y cabe preguntarse si no valía la pena inyectarles recursos a los museos en lugar de abrir nuevos espacios. No existe respuesta válida, y, mejor, dado el resultado que han dado los espacios independientes en Cali, es de celebrar esta nueva sucursal.
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