Bienal de Berlín, MUNDO PLÁSTICO

Con la curaduría del colombiano Juan Andrés Gaitán, la 8 Bienal de Berlín propone una reflexión en torno al consumo y la banalización. La representación nacional asume su papel con denuncias poéticas.
 
Bienal de Berlín, MUNDO PLÁSTICO
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POR: 
Alexandra Pfeil-Schneider

Las obras de arte creadas por los artistas colombianos para la 8a Bienal de Berlín para el Arte Contemporáneo están todas situadas en el Museo Dahlem en el antiguo pueblo de Dahlem, un barrio lleno de mansiones burguesas que hace 96 años hace parte de Berlín occidental. Este museo contiene gran parte del museo etnológico y del museo de arte asiático, en el cual se puede admirar un popurrí de piezas globales, etnológicas y exóticas, por ejemplo, embarcaciones enteras de Oceanía, una góndola veneciana, zapatos de tribus norteamericanas, columnas de los indígenas mesoamericanos, arte moderno que tematiza orígenes étnicos… Es una colección extensa, variada y curiosa. El museo no solo muestra objetos etnográficos, sino que también señala el papel de las colonizaciones y expediciones europeas y el rol de los saqueos por parte de éstas. Entre las intenciones del museo está reflexionar sobre el pasado y admitir el origen dudoso de las piezas presentadas. Parte de la ironía del dudoso origen es el mismo saqueo y robo parcial que efectuó el Ejército Rojo finalizada la Segunda Guerra Mundial y cuyas piezas jamás regresaron a la colección, sino que se encuentran en las bóvedas rusas.

Por todo esto, resulta pertinente ver esta bienal en un lugar tan cargado de historia e intención. Así, al llegar al Museo, en el césped a la izquierda de la ancha escalera que lleva al edificio, se topa uno con la obra Pictografías particulares – Modelo B, de Beatriz González. En el país del orden civil y palabras descriptivas como Wegeleitsystem (sistema de orientación vial) casi no destacaría la obra si no fuera por las curiosas imágenes que contiene. Un mar de señales redondas, cuadradas, a diferentes alturas por la montañita sobre la que están ancladas, símbolos de centro colorado con borde negro, figuras oscuras que en lugar de mostrar las típicas reglas viales -hombre que cruza la calle, por ejemplo- muestran a padres cargando a sus hijos, a un hombre con barriles o una silueta cargando un colchón, entre otras. Estas figuras hacen parte de la serie Cargueros de la artista bumanguesa. Recordando que la obra de González trata el desplazamiento y la difícil situación rural que viven miles de colombianos, este ensamble contiene un aire estéril, ordenado y vacío, si no fuera por el nácar pegajoso que llueve de los árboles de tilo que crecen a su alrededor, causado por el estiércol de ese insecto que es el pulgón. El sonido de los zapatos que se pegan en el andén por este nácar, pareciera transportar el sentido pesado de la obra. Siluetas de cargueros en condiciones pesadas y el espectador en una Europa civil con problemas causados por pulgones… que ironía.

Adentro

En el corredor de entrada al complejo del museo, casi se toma como parte del museo la instalación del artista Olaf Nicolai, unas lámparas que alumbran el espacio. Cada ala acoge una región diferente: África, Europa, Oceanía, América y Asia. Pasando por el espacio mesoamericano, entrando a la nave izquierda del complejo, y luego de pasar figuras, esculturas y reliquias precolombinas, continúa la selección de la Bienal. Está situada estratégicamente allí por el curador colombiano Juan Andrés Gaitán. La obra de Anri Sala, unos tenis Nike, una chaqueta y tres jeans, objetos del diario vivir que exhibidos dentro de vitrinas transparentes, así aislados y expuestos, parecen alienados. Los jeans de marca conocida, rajados a propósito, demuestran el desperdicio irónico y sin sentido de la sociedad en la que vivimos. Producimos una prenda para dañarla por motivos de la moda.

De sala en sala se tematiza el desperdicio, la explotación humana y de los recursos naturales, la cantidad de basura producida y la insignificancia causada por la globalización. Un gran ejemplo de esta brutalidad se encuentra en la obra de la colombiana Carolina Caycedo titulada YUMA or the land of friends plasmada sobre toda una pared en la mitad del ala izquierda. En ella se puede contemplar la imagen satelital de la región del Huila, en la que muestra en una escala solo descifrable por las imágenes gigantes y un letrero explicativo, la herida causada por el proyecto hidroeléctrico El Quimbo, que enmarca 8.586 hectáreas y afecta a 15.000 personas, de las cuales solo 2.212 serán indemnizadas, según se nos informa. Los datos contenidos en dicho letrero sobrepasan lo imaginable y muestran la artificialidad y el trato injusto a los campesinos por las multinacionales millonarias.

Baraya_Alberto_379x563En el ala derecha, luego de pasar, entre otras, junto a la góndola veneciana y diversos trajes típicos europeos, se encuentra la obra del tercer colombiano, Alberto Baraya Expedition Berlin, Herbarium of Artificial Plants. Expuesta detrás de las vitrinas de la arquitectura del museo, esta expedición botánica descifra y exhibe de una manera científica las plantas de plástico coleccionadas y desmembradas por el artista. Cada página con su ilustración, marcada con sello y numerada, redescubre el contenido insignificante y ornamentador de la ciudad de bajo una mirada y método coloniales y clásicos. El suramericano que observa, ordena y categoriza la plasticidad de la sociedad del exceso y la exhibe como algo exótico. Esta obra refleja y trata el tema que posiciona el museo etnológico. Un arte simple, meticuloso y lleno de genialidad. En la antesala a esta exhibición el pakistaní Bani Abidi muestra fotografías de objetos vueltos basura, mojados por las olas en una playa de Karachi.

El ala derecha finaliza en un cuarto que recuerda en miniatura la sala de ofrendas del Museo de Oro en Bogotá, solo que el artista Carsten Höller cruzó los cables de luz para causar un efecto estroboscópico que inquieta y enajena aún más los objetos expuestos (joyas y ornamentos de oro precolombinos), que ya por estar en el museo han sufrido de una muerte física en el proceso.

Finalmente, en el segundo piso, en una de las alas centrales, se encuentra el resto de la obra de Beatriz González, completando su historia de los cargueros, con recortes de periódicos colombianos, cuyas noticias señalan la situación colombiana rural.

A primera vista irrita situar la Bienal en un museo etnológico, más en tiempos de la globalización, la explotación de los recursos naturales y humanos, el desplazamiento y los excesos de una sociedad opulenta. Sin embargo, al final resulta más que lógico que se sitúe en medio de un espacio que simboliza la cultura de la colección, y que, tarde o temprano, cesará de existir por la uniformización cultural actual y el olvido efímero causado por la era digital.

         

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julio
10 / 2014