Carlos Garaicoa: las ruinas del presente

El artista cubano muestra a través de su obra de qué manera estamos construyendo proyectos que nacen muertos. Una metáfora de la ambición por tenerlo todo, sin importar causas ni consecuencias.
 
Carlos Garaicoa: las ruinas del presente
Foto: Carlos Garaicoa y NC-Arte
POR: 
Dominique Rodríguez

Hay algo de impresionante al entrar a ese espacio de NC-arte cargado de concreto; inmenso, envolvente. En esta ocasión, de sus muros nacen los dibujos de unos edificios. Enormes. Sus líneas, sin embargo, no son de grafito, sino que están trazadas con hilos. Y allí, entonces, queda expuesta su fragilidad, esa que luego se completa con unas maquetas pesadas –esas sí, de concreto– de estructuras inconclusas, de edificios fantasma que pueblan el paisaje bogotano. Que se volvieron invisibles para nuestros ojos, de tantos años que llevan allí, ruinosas. Incompletas. Pero que le resultaron iluminadoras a Carlos Garaicoa (1967), el artista cubano al que la ruina le significa algo más. Definitivamente algo más que ese desentendimiento-olvido-resignación en el que normalmente ponemos todos a estos elefantes.

Nos hemos acostumbrado a ver de Garaicoa instalaciones monumentales: ciudades de papel y luz o de cera que se va consumiendo por el calor; maquetas de proyectos arquitectónicos soñados o fallidos; tapetes sintéticos que simulan los suelos de granito de su Habana vieja y que recogen una memoria que ya no será más que un objeto de consumo; fotografías en blanco y negro a edificios abandonados o que serán demolidos y que interviene, sea completándolas con planos arquitectónicos allí donde está el vacío, o a las que les introduce textos cargados de ironía.
Son sus “ruinas contemporáneas”. ¿Nostalgia? Ni un poco. Todo lo contrario. Es su forma de decir esto no es ningún pasado, es el presente. E incluso el futuro. Es lo que somos, lo que hemos hecho de nuestras ciudades; es lo que nuestro desaforo, ambición y egoísmo han producido. Así, nuestras calles y plazas y parques exhiben monumentos de lo inconcluso, esqueletos de algo que, en muchos casos, nunca iba a ser. Y con todo, fueron construidos, a sabiendas de que no habría con qué terminarlos. Un apunte del artista a la corrupción que apenas queda esbozado, sugerido. Denunciado.

“Es mi forma de enfrentar a las personas a la realidad. No es mi intención narrar, ni hacer una tesis sociológica del espacio, pues como una persona externa a dicha realidad nunca sería suficiente. Lo que hago es recolocar a la gente detrás de mis ojos. Soy capaz de enfrentarla a ese dolor y esa tragedia de un modo visceral, pero también poético”, cuenta en una fría mañana de sábado mientras supervisa el montaje de su exposición. Está verdaderamente conmovido de regresar al país que, de alguna forma (una muy importante), lo catapultó al mundo. Recuerda con emoción cómo José Roca presentó en el 2000 su trabajo en una enorme exposición individual en el Banco de la República. “Es el rey Midas de mi obra”, dice sonriendo, y cuenta que, paralelo a esta muestra en NC-arte, también presentará en el espacio independiente del curador, Flora, el producto de su residencia artística en Honda a finales del año pasado.

Garaicoa retoma. Sabe que lo que propone su obra va más allá de Cuba, así como de los propios límites continentales. “Detrás de cada edificio inconcluso hay un drama social”, asegura como botando al aire una idea que es más grande que su enunciado. Y lo es, pues, allí, después de un rato de charla generosa, va hilando –como sus construcciones tejidas, con delicadeza– cómo es que estos años de maduración de su carrera, de sofisticación de sus conceptos (y este en particular de la ruina moderna) y su trasteo a Madrid, se relacionan profundamente.

Para él, estar en España (“la crisis me persigue”, dice riéndose) desde hace ya siete años le ha permitido entender que lo que hacía en América, hasta cierto punto de manera intuitiva, estaba bien encaminado y era una buena metáfora de la contemporaneidad. De su tragedia, aunque se rehúse a emplear este término. Al final, Viejo y Nuevo Continente se asemejan y exponen una serie de realidades que cruzan todas las fronteras y plantean las preguntas que muchos están haciéndose sobre su lugar en el mundo, así como las imposiciones del capitalismo y las contradicciones de la democracia. “Las sociedades europeas están en un proceso de involución y preguntándose cómo dar el próximo paso, mientras que la historia de América Latina es una de modernidades inconclusas y proyectos que no nos pertenecían pero qué teníamos que hacer”. Allí está sembrado ese desfase que hoy se encuentra en un punto en común, uno en donde estamos atrapados. “Todavía tenemos un proyecto social por hacer, aprendiendo a no repetir los errores históricos”.

Pero sabe bien que aquí no cabe el romanticismo. “No he sido gran amante de ‘los ruinólogos’ del siglo XIX, pues la mirada romántica pierde el rumbo de lo crítico. Prefiero situarme como un arqueólogo, como un observador”. Y lo cierto es que no es difícil imaginar, atar cabos o proponer a partir de lo que está frente a nosotros. Bogotá, en este caso, a la que el artista define como intensa. “Se siente estar en ella”. O Medellín, en donde se presentó en el Museo de Arte Moderno con una serie de maquetas de edificios cargados de historia del narcotráfico, como el Dallas, que le perteneció a Pablo Escobar. “La realidad es más real que cuando se fabula en torno a ella. Todo esto hace parte de la realidad documental de Colombia”, dice.

Inconclusos.
Edificios inconclusos.
Historias a medio hacer.
Sueños interrumpidos. Desviados. Frenados.
Un espejo para que no se nos olvide lo que hemos hecho. Y que podríamos cambiar también.

CARLOS GARAICOA
LÍNEA ROTA DE HORIZONTE
NC-arte
Cra. s5 No. 26B–76. Bogotá
www.nc-arte.org

DIFERENTES MANERAS DE CRUZAR UN RÍO
Flora
Calle 77 No. 20C-48. Bogotá
www.arteflora.org

         

INSCRÍBASE AL NEWSLETTER

TODA LA EXPERIENCIA DINERS EN SU EMAIL
mayo
13 / 2014