“La esperanza está en la resistencia de lo minoritario”: Mario Mendoza 

El escritor Mario Mendoza habla de su libro Leer es resistir, sobre la distopía en la que vivimos, sobre Tintín, las redes sociales y sobre la libertad. Entrevista.
 
“La esperanza está en la resistencia de lo minoritario”: Mario Mendoza 
Foto: Foto. Cortesía Planeta. Autor: Luis Carlos Ayala /
POR: 
Simón Granja Matias

Mario tiene un ojo rojo. Irritado. Afuera llueve duro. Y la oficina en la que estamos conversando huele a muchas entrevistas seguidas. Él está sentado y es como si abarcara todo el espacio. Sus palabras se extienden pausadas y calmadas, sabias. Está cansado pero con amabilidad atiende esta conversación en la que saltamos de un tema al otro para hablar de lo que importa, la libertad. 

La siguiente es una conversación con el escritor Mario Mendoza por su más reciente libro: Leer es resistir. 

Mario, ¿cómo va todo? ¿Muchas entrevistas? 

Sí, cansado. Muchas entrevistas. Esta es la última. Pero muy sorprendido, me parece que la gente ha recibido bien el libro. Tenía temor, tenía miedo… 

¿Por qué? 

Porque me parece que lo podían tomar como un libro pesado, harto. Un libro sobre la lectura puede sonar como un ladrillazo. Pero lo que ha pasado es un voz a voz muy rápido, muy chévere. La gente se lo ha tomado con frescura, con entusiasmo, incluso con muy buen humor. Eso me ha sorprendido mucho. 

A mi me parece emocionante…

Lo que más me interesaba era que el libro no se entendiera como un libro sobre la lectura, sino un libro literario. Un libro con historias, con personajes, con tramas. Pero lo que está en el fondo, detrás, es un lector o un libro. 

(Para seguir leyendo: ¿Tirarle sopa a Van Gogh salvará al planeta?)

No es un ensayo… 

Exactamente. Ni yo voy a empezar a teorizar o a dar mi interpretación. Es un libro  narrativo y eso era muy difícil. Yo no conozco ninguno similar, no sé si algún buen lector de pronto me diga que sí hay un libro así, pero que yo sepa no hay ninguno. Entonces tenía miedo… 

¿Fue algún libro el que lo desató para escribir este?

No, fíjate que no fíjate. Lo contrario. Fueron muchos libros que yo amaba. Libros sobre libros.  La verdad de las mentiras, de Vargas Llosa, que me encanta, y así podría pasar de uno en otro. Pero nunca encontré el tema narrativo. Nunca encontré la trama literaria detrás del libro, entonces lo que me hizo escribir fue lo contrario, el no haber encontrar eso. Entonces dije, voy a escribir un libro sobre lectores y sobre libros pero cuyo eje central sean las historias y no la teoría. 

Pasa mucho que cuando se teoriza el libro, se aleja al lector esporádico del mismo… 

Yo me puedo mover en ambos, por la academia y todo. Me puedo mover en los dos frentes. Pero yo creo que para crear lectores la teoría no es un buen camino. Creo que puede ser muy agradable para quien en un segundo momento quiere pensar ciertos temas o asuntos entorno a lo que se lee. Pero para seducir a alguien, no creo que sea el buen camino. Yo me he esforzado mucho en crear lectores porque nadie se interesa en eso. Crear lectores en una sociedad como la nuestra me parece fundamental. Es un ejercicio de democracia. El libro por fortuna ha sido bien recibido. Es todo el esfuerzo recompensado. 

(Para leer más sobre literatura: ‘Y libranos del mal’, el libro de Santiago Roncagliolo que desciende al infierno del fanatismo religioso)

Recuerdo cuando estaba en el colegio que me obligaron a leer El Quijote y lo odié con mi alma… 

Así castraron lectores en cantidades. Pero fíjate que detrás de eso hay mucha pose. La pose del inteligente, del intelectual. A nosotros nos han transmitido eso y que es horrible, de cómo aparentar que no eres común o que no eres cualquier, entonces tienes que mostrar un aire docto, inteligente, a demostrar que eres un tipo pilo. Y eso lo demuestras con cierta lectura. Yo no digo que esos autores no sean importantes. Lo que dices de El Quijote. Es una novela fascinante, maravillosa, pero uno llegará ahí en el momento que le corresponde como lector. Hay un devenir lector que conduce al Quijote, y ya aterrizar en ese aeropuerto, en ese país de Cervantes. Pero no necesariamente tiene que ser la primera invitación a viajar. Entonces, ¿cuáles son las lecturas? ¿Los libros que llegan a nuestras vidas y que nos convierten en lectores sin pose? Eso es muy difícil porque la lectura es algo que se considera de élite. Lentamente uno se va dando cuenta del acartonamiento detrás de la pose del lector. 

Es liberador quitarse esa posee… 

Uno lo que tiene que hacer es quitarse todo eso encima, liberarse de eso y ahí es donde uno empieza a disfrutar y a pasársela bombas. Yo no sé tú qué estudiaste, pero en mi academia jamás se hablaba de Stephen King o de Mario Puzo. En el departamento de Literatura de la universidad nunca se habló de El Padrino. Eso me parecía increíble. Jamás hablaron de Asterix, ni de Tintín, ni de novela gráfica. ¿Cómo es posible que esa gente se pase todo eso de alto como se pasan a tantos otros autores por alto tan fácilmente? Pero sí hay unos que sí les sirven para la pose. Lo que les sirve es para posar de que son inteligentes. 

Hipocresía… 

La gente que posa de inteligentes pocas veces lo es. 

Es mejor ser sincero, mostrarse como es, mostrar lo que uno no sabe… 

Pero por supuesto. Mi padre tenía un afiche en la Universidad Nacional detrás de su escritorio que a mi me fascinaba, era un afiche grande. Él no tenía nada que ver con las humanidades, era veterinario, zootecnista, y le gustaba la biología y la ecología, y allá en su oficina de la Nacional tenía ese afiche que decía: “Echaron a perder lo poco que sabían por querer aparentar lo mucho que sabían”. Me encantaba, una berraquera, es muy cierto. Uno no tiene que aparentar nada. Que si uno conoce a tal, pues chévere, pero si en algún momento uno tiene que decir que no tiene ni idea, pues también está bien. 

En el libro me tocó cuando dice que cumple el mismo día que Tintín, el 10 de enero… Es como una casualidad que a mi me encantaría tener. Cumplir el mismo día que Asterix… 

(Risas). Una de mis grandes aventuras que he vivido con los libros es en la novela gráfica de Hergé, ahora lo tachan de xenófobo, racista, incluso lo catalogan como colaboracionista Nazi. Hay otra cosa que me hizo caer en cuenta un amigo que es experto en Tintín, Jorge Dávila, y es que Tintín avanza en el tiempo, en la tecnología, en las calles, en los carros, en la arquitectura, en todo. Tú sientes que estás en los 40, en los 50, en los 60 y llegas incluso a cohetes. Es decir, pasa el tiempo pero no para Tintín. Él no envejece. El tiempo pasa atrás. Es un Dorian Gray, una especie de Narciso que puede ser un alter ego. Hay psicoanálisis de Tintín. 

Hace poco se estrenó una película que creo que le puede gustar, se llama Crímenes del futuro. Me recordó mucho a sus libros de Kaópolis porque es una distopía en la que convergen diferentes nacionalidades y razas y géneros y sexos, y en la que no existe el dolor, y empiezan a haber mutaciones, surgen órganos, es la revolución del cuerpo, y el arte consiste en extraer esos órganos… Hablemos de distopias. 

Qué berraquera de película. Esos mundos ficticios siento que no son lejanos. Se vienen cosas horribles. La distopía es la puesta más segura, porque no es una utopía. No vamos hacia un mundo mejor. Eso lo tenemos clarísimo, con el grado de contaminación que tenemos, masacramos a todas las especies, nos llega la pandemia y no frenamos. Yo pensé que ya iba a ser un guarapazo muy duro, pero nada, no cambió nada. 

Al contrario, se desató una guerra… 

Exacto. Mira, yo esperaba un gran discurso de las Naciones Unidas. Un jefe de Estado que nos diera unas palabras de “tranquilos, vamos a corregir esta vaina, vamos a hacer un mundo mejor, vamos a empezar poco a poco. Pongamos unas reglas y vamos hacia otra cosa”. Y nada. Nadie dijo nada. Fue vergonzoso. No hubo un solo discurso esperanzador. Toda la humanidad estuvo contra las cuerdas en dos años, y no hay nadie que diga algo que valga la pena. Es una cosa increíble. Eso demuestra la precariedad de la civilización a la que pertenecemos. Es una civilización torpe, malentendida. Es como una especie de embrutecimiento general muy grave, y uno tiene que estar atento, tiene que estar todo el tiempo desobedeciendo. Porque la obediencia no es una virtud, la obediencia es un gran defecto y hay que estar sospechando, recelando y desobedeciendo todo el tiempo para poder escapar de ese embrutecimiento general. Entonces luego estalla la guerra. Cuando yo vi que el tipo envía las tropas a la frontera, no me lo creía. 

¿Qué pensó en ese momento? 

Yo le dije a todos mis amigos que este tipo no podía movilizar 100.000 soldados y echarse para atrás. Sería imposible porque sería el hazmerreír internacional. Y así pasó. Entonces ya cuando tienes una pandemia que es una línea de entropía que entra con toda y tienes una guerra que ya el Papa dijo hace poco que puede ser considerada el comienzo de una Tercera Guerra Mundial, o sea es una micro guerra como lo que pasó con la Guerra Civil Española, es una micro Guerra Mundial. ¿Te acuerdas? Ahí se dio cita Hitler, los aliados, todo el mundo se encontró en la Guerra Civil y después de que se soluciona lo de la Guerra Civil ya la Segunda Guerra estalla. Aquí está pasando algo parecido. Me parece que es un campo de entrenamiento donde están midiendo fuerza mirando, y después vendrá el gran debacle. Entonces ya cuando tienes todo esto, pues ya sabes que vamos hacia una distopía segura.

Los ciclos de la historia… Ahora se habla de crisis económica y todo parece ir hacia mal camino… 

Total. Es verdad. Buena parte de los mercados internacionales están bloqueados por la guerra. Se viene una hambruna de gran envergadura. A nosotros, en el trópico, con tantos pisos térmicos y que producimos tantas cosas, no nos tocará tan duro. Pero notaremos el encarecimiento de los alimentos y eso terminará dejando una cantidad de gente llevada… Ya empezó esto. 

Difícil mantener la esperanza, ¿usted cómo se siente frente a todo este panorama tan distópico que vivimos? 

Volvemos a Leer es resistir. Yo creo que en lo macro no hay nada que hacer. Yo creo que proponerse que va a haber un cambio, que vamos a corregir… si ya no corregimos con la pandemia, cuando se nos murieron nuestros familiares, amigos y colegas, y seguimos igual, creyendo en la hiperproductividad, pues no hay nada que hacer. No van a haber grandes cambios en el sentido de que va a haber un examen de conciencia en el que de verdad vayamos a pensar cómo cambiar el rumbo. Eso no va a pasar. 

Directo al abismo… 

Vamos a seguir camino al abismo, pero yo creo que uno se puede resistir en lo minoritario. Y uno tampoco se tiene que proponer cambiar el mundo, ni tú ni yo vamos a cumplir una función en lo macro. Pero creo que nos podemos resistir en lo minoritario, en esto que estamos haciendo acá, tú y yo: reunirnos a hablar de libros, por ejemplo. Esa es una manera de decir: nos resistimos. Vamos hacia el abismo pero no vamos igual. Para mi la esperanza está en la resistencia de lo minoritario, sin grandes aspavientos y sin creer que podemos cambiar grandes cosas. 

Antes de entrar a esta entrevista hablaba sobre las redes sociales y las cifras en la web, y la presión de lograr tener cifras en digital… 

Tenía un editor que dijo una frase maravillosa: “cómo ha empeorado mi vida desde que tengo WhatsApp…”. Hay que contestar todo el tiempo. Uno queda preso de todo eso. Yo fui bueno en Twitter, tuve Facebook, Instagram no, tuve un blog. Pero cuando me retiré de todo fue maravilloso, me liberé. Yo en ese momento tenía miedo de desconectarme, pero me arriesgué a que fuera lo que fuera. Yo solo quería volver a caminar en la calle, sentarme en un parque… Nunca olvido que le hicieron una entrevista a Miguel Rodríguez Orejuela cuando lo iban a extraditar y le preguntaron: “usted que lo ha tenido todo, ¿qué le gustaría tener ahora que ya lo van a extraditar en media hora?” y el tipo dijo: “mire, le va a parecer rarísima esta respuesta, pero la verdad es que me encantaría comerme un helado en un parque, leer el periódico tranquilo, y sentarme y ver a la gente”. Increíble. Al final tienes toda la plata, todo el poder, y al final deseas eso que cualquiera puede hacer, comerse un helado. Y sí, tiene toda la razón. Entonces, después de WhatsApp, después de Instagram, de Twitter, de todo eso, y estar ahí, ¿qué es lo que uno desea?

Comerse un helado en un parque… 

Comerse un helado en un parque, no contestarle a nadie, nadie te puede llamar, y tú abres un libro y te pones a leer en el parque, ves a la gente, vuelves a tu libro. Wao, ¿cuánto vale eso? Eso es una revolución. El que haga eso en un banco de un parque está haciendo una revolución de gran envergadura, y a mi me parece que esas microrevoluciones son las más significativas de todas. Por eso en una época de la hiperproductividad del rendimiento, de que usted tiene que producir, ser famoso, alguien en la vida, de estar llamado a grandes cosas… y uno se va creyendo todo eso y uno tiene que correr detrás de todo eso para cumplir con las espectativas de no sé quién más y bajo eso vas y te tiras en un parque y abres un libro… para el sistema esquizofrénico en el que vivimos es una gran revolución. ¿Has visto una película colombiana que se llama Confesión a Laura…? 

No estoy seguro, soy malo para los títulos… 

De Jaime Osorio. Es una película que sucede el 9 de abril del 48 y que cuenta la historia de un tipo que pasa a donde una vecina, que es Vicky Hernández, y el tipo vive con su esposa, pero tiene que pasar la calle para llevarle una torta de cumpleaños y en ese momento estalla el 9 de abril, y empiezan a disparar. Él se queda donde la vecina. Él intenta pasar. Pero no lo logra y se queda con la vecina, y sucede un cambio en el tipo tremendo. Lo que no se puede lograr en lo macro, que es cambiar un país, una nación, lo logró él desde su realidad. Es una historia de una microrrevolución en medio de una macrorrevolución fallida. Eso es leer en un parque. Me parece que eso es increíble. Estamos llamados a eso, a hacer microrrevoluciones. 

Es detenerse, mirar… 

Tomar tiempo para ti. Perder el tiempo. Eso es muy importante, porque recuerda que antiguamente el ocio era el origen de todo lo grande. Sino tienes tiempo de ocio no puedes pensar. Sino te tomas ese tiempo de vagabundear, de echarte en el cesped… ¿te acuerdas cuando uno era sardino y cómo perdía de bueno el tiempo? Fantástico. 

Todos estamos tan sobrestimulados todo el tiempo, olvidamos que de aburrirse salen grandes ideas… 

Hay un libro de Byung Chul Han que es una joya, se llama La sociedad del cansancio en el que habla sobre las enfermedades que están empezando a surgir como producto de la fatiga de la hiperproductivad. Vivimos en la sociedad del termo de café, de la coca-cola, las metanfetaminas, en las universidades meten estimulantes duros. En las universidades gringas son adictos a vainas más fuertes. Están surgiendo unos dolores, unos espamos crónicos hasta el punto que uno no puede pararse de la cama. Lo único que se quiere es bajar las cortinas, prender la televisión y quedarse horas enteras viendo televisión. Eso es producto del cansancio. Pasamos de la sociedad del rendimiento a la sociedad de la fatiga. 

Para terminar, otra parte del libro que me emocionó cuando lo leí es cuando menciona a Papillón. Mi papá me habló de ese libro hace mucho tiempo y durante mucho tiempo no lo encontré hasta que por casualidades lo vi en una venta callejera de libros de segunda y ha sido uno de los libros más maravillosos que me he leído en la vida… 

Yo tuve una buena educación en el sentido de que como lector me aventuré mucho en esa línea de viajes y aventuras. Yo leía a Conrad, a Julio Verne, a Salgari, porque había leído a Tintín, un personaje que viajaba mucho. Tintín me abrió el llamado a la aventura. Yo luego leí a todos los grandes narradores de viajes y aventuras con enorme entusiasmo y con ganas de viajar. Con ganas de fugarme. El término correcto es fugarme, bajo lo que es el On the road. On the road es la decodificación de la rutina. La película que te cité de Confesiones a Laura es una microfuga de una noche pero que conduce al tipo a lo que no va a poder regresar nunca. Y de ahí salté a las películas de carretera que me fascinaron. Me encantan esas historias de esas personas que cogieron un morral y un cacharro y que arrancaron y que no hay vuelta atrás. Que no hay vuelta atrás a esa vida que se tenía antes. Yo leí Papillón en esa línea, porque es una fuga real. Y que además tiene que fugarse una y otra y otra vez. Yo dije: qué cosa increíble, qué terquedad, qué obsesión por la fuga la de este tipo, hasta que lo logra, se escapa. 

¿Qué es fugarse para usted?

Yo creo que de alguna manera la vida de uno es eso, una fuga, y es intentar escapar de esas coordenadas preestablecidas. Te educaron de cierta manera, te alimentaron así, te metieron unos preceptos y prejuicios… pero ¿cómo te quitas todo eso? Hay que intentarlo. Si anda siempre con los mismos, si nunca ha salido de su barrio, preocúpese porque le enseñaron a ser un clasista incosciente. Si usted solo va a reuniones y almuerzos en el norte, en Chapinero, entre su gente, y nunca cruza los límites, y nunca lo invitan a comer en el Quiroga, y nunca se ha sentado en un patio en Santa Isabel Sur con sus amigos… preocúpese, porque significa que lo adoctrinaron muy bien y usted se quedó atrapado. ¿Qué hay que hacer? Fugarse. Necesitamos desclasarse, cuando te enamoras de una chica que es empacadora, que es secretaria, que es vendedora de perfumes… eso te rompe las fronteras y te obliga a ir más allá. No mezclarnos es el comienzo de la violencia en Colombia. Puedes echarte todos los rollos, pero sino te mezclas, estás replicando las conductas de la élite. Hay que romper eso rápidamente. Hay que estar en todas partes. Yo creo que eso es Papillón. Él comete un error y es abandonar la guardilla. 

Recae… 

Sí, uno logra fugarse y luego otra vez está en la zona G (risas)… Cuando estés un día en un restaurante comiendo y te tomes un trago recuerda que te tienes que fugar. 

Antes de que se me olvide, de esta profesora de teatro que menciona en el libro, Carlota, ¿la reencontró? Yo hasta me enamoré de ella…

(Risas) Tengo que buscarla. Voy a preguntarle a mis amigos actores si saben dónde está. Es un poco tarde. Tengo que darle las gracias. 

         

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noviembre
22 / 2022