J. M. Coetzee, el Nobel de los inmigrantes

J. M. Coetzee, ganador del Nobel de Literatura en 2003, hace un recorrido místico con su novela La infancia de Jesús.
 
J. M. Coetzee, el Nobel de los inmigrantes
Foto: Penguin Random House
POR: 
Dominique Rodríguez Dalvard

El artículo J. M. Coetzee, el Nobel de los inmigrantes fue publicado originalmente en Revista Diners de octubre de 2013

La última novela del Nobel de literatura J. M. Coetzee, recién publicada por Random House Mondadori, con el sugestivo nombre de La infancia de Jesús, resulta ser una buena excusa del autor para reflexionar sobre la condición humana, su tema.

David y Simón, el niño y el viejo, llegan a un centro de reubicación de una ciudad llamada Novilla, luego de haber pasado varias semanas en un campamento en Belstar. Ambos se conocieron en un barco, en el cual se despedían de un pasado que nunca se nos contará cuál es, pero que se presume cargado de dolor.

El viejo Simón encuentra al joven David, desconsolado por haber perdido la carta en la cual estaban las señas con las que encontraría a su madre. A pesar de estar en tierra desconocida y no tener nada más que un ímpetu al que la edad reta permanentemente, le promete ayudar a buscarla.

Y lo hará hasta el exceso de encontrar a una mujer que por sus ojos y un encuentro completamente inesperado, le parece que debe de ser la elegida (Inés). Allí, en ese punto, es inevitable pensar en la elección de los nombres de sus protagonistas, y viajar, así, al territorio bíblico (por supuesto que el título del libro también nos lleva allí). Simón, el “elegido de Dios”, es llevado de la mano de Simón (Simón Pedro, el pescador, uno de los doce apóstoles de Jesús, y fundador de la Iglesia) hacia Inés (la más pura).

Coetzee y su inspiración bíblica 

Como historia es un relato por momentos confuso, lleno de saltos inverosímiles, casi mágicos. En cambio, como parábola, tiene todo el sentido y la sobreprotección y los caprichos del joven David, se entienden y justifican plenamente.

Todo gira en torno suyo, como los relatos religiosos lo hacen. El universo que se construye a su lado, juega en función y a favor suyo. Y a veces suena demasiado, pero, de nuevo, bajo esta mirada, funciona, y bastante bien.

Sin embargo, como lectora, me resultan mucho más interesantes las reflexiones más directas del autor. Esas en las que se cuela su pensamiento y podrían estar simplemente allí, sin necesidad de sostenerse detrás de un personaje o un relato. Así, para el viejo Simón, el emigrante desdichado, no son comprensibles las actitudes que le quieren imponer en este nuevo destino en el que tuvo que llegar a vivir.

Reflexiones del Nobel Coetzee

-Siempre tiene mucha hambre.
-No se preocupe, se adaptará. Los niños se adaptan deprisa.
-¿Adaptarse al hambre? ¿Por qué iba a adaptarse a tener hambre si no escasea la comida?

(…)

-Entonces, ¿a qué viene el ascetismo que predica? Nos dice que acallemos el hambre, que no alimentemos al perro que llevamos dentro. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo el hambre? ¿Para qué sirven nuestros apetitos si no para decirnos lo que necesitamos? Si no tuviésemos apetitos ni deseos, ¿cómo podríamos vivir?

Es tan franco este personaje que no acepta medias tintas y para muchos resulta chocante (cómo será que ni lo aceptan como miembro de un club de relajamiento y amistades femeninas). Se hace preguntas agudas e interesantes.

-El otro día me

 hablaba usted de la buena voluntad como bálsamo para todos nuestros males –le dice a Elena-. Pero ¿no echa a veces de menos el simple contacto físico de antaño?

Amar y ser amado

-A nadie que esté cuidando un hijo le falta contacto físico –replica Elena.
-Por contacto físico me refiero a algo distinto. A amar y ser amado. A dormir con alguien todas las noches. ¿No lo echa de menos?
-¿Qué si lo echo de menos? No soy de las que sufren por los recuerdos, Simón. Lo que dice me suena muy lejano. Y si por dormir con alguien se refiere a sexo… también me parece extraño. Una cosa extraña por la que no vale la pena preocuparse.
-Pero nada une tanto como el sexo. A nosotros dos el sexo nos uniría, por ejemplo.

Nos falta la mitad

La gente antes siempre pensaba que le faltaba algo. El nombre que has escogido darle a eso que te falta es ‘pasión’. Sin embargo, apostaría a que si mañana te ofreciese toda la pasión que necesitas, pasión a carretadas, no tardarías en echar en falta alguna otra cosa. Esta insatisfacción constante, ese anhelo de algo que echas en falta, es una forma de pensar de la que, en mi opinión, nos hemos librado. No nos falta nada. Lo que tú crees echar en falta es una ilusión. Vives por una ilusión.

Un libro mágico pero agotador

La vida de Simón en el puerto, como estibador de bultos cargados de granos, es conmovedora y los personajes que lo acompañan están bien delineados, son honestos y de una sencillez que resultan perfectamente creíbles.

Las escenas que allí transcurren son muy bellas y profundas, así como sus diálogos con Elena, que, desafortunadamente, desaparecen de repente del relato. Coetzee, luego de haber planteado un escenario, lo olvida bruscamente (quizá lo hace de esta forma justamente para darle un giro obligado a la historia) al encontrarle una madre a David.

Una madre salida de un lugar surreal y que actúa desde ese lugar, convirtiéndose en un personaje irracional y nada grato para el lector y sus vecinos, aunque devota madre elegida.

Es, sin duda, un libro extraño. Por momentos agotador, pero en otros, tan atmosférico y angustioso, que permite estar allí, justo al lado de los protagonistas, acompañándolos en una misión difícil en un terreno donde no caben los recuerdos ni la memoria.

La infancia de Jesús
J.M. Coetzee
Random House Mondadori
271 páginas

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febrero
9 / 2021