Un recorrido por la Bienal de Arte de Venecia en tres actos

Diners estuvo en la inauguración de la edición 59 de la Bienal de Arte de Venecia y le narra, en tres actos, lo más sorprendente de esta feria de arte contemporáneo, que permanecerá abierta hasta el próximo 27 de noviembre.
 
Un recorrido por la Bienal de Arte de Venecia en tres actos
Foto: Brick House, obra de Simone Leigh ganadora del León de Oro en el Pabellón Central. Cortesía Bienal de Arte de Venecia.
POR: 
Diego Senior

A pesar de los días lluviosos de finales de abril, hoy hay sol y leve brisa en La Serenissima. La Bienal de Arte de Venecia tiene una entrada y una salida. Nosotros empezamos por la salida, donde se encuentra el último pabellón, el de Italia. Llegamos por detrás, a un muelle privado en bote privado. No estoy acostumbrado a tanta privacidad en medio de eventos públicos.

Este pabellón fue curado por el actual director del Museo de Arte Moderno de Bogotá, un italiano llamado Eugenio Viola. Me dice que lleva tres años en Colombia. El imponente espacio de dos mil metros cuadrados que Eugenio montó con su artista Gian Maria Tosatti emula la era dorada de la industria y fabricación italiana llena de detalles que exigen al espectador: un viejo radio, como parte de la majestuosa creación, toca sonidos de fútbol y noticias de guerra mezclados con canciones de la época como Sensa fine de Gino Paoli y Scape From Victory de Johnny Houston.

Pabellón Italia Bienal de Venecia
Eugenio Viola, curador del MAMBO, estuvo a cargo del Pabellón Italia. Foto Andrea Avezzù, cortesía Bienal.

Las ferias de arte se reúnen para intentar encontrar una misma idea consensuada sobre cada artista y sobre lo que es bueno y lo que es malo. Los conocedores categorizan según sus datos sobre los aspectos de una obra y su respectivo contexto, los impresionables no pueden hacer más que estar de acuerdo, los incrédulos quedan boqui cerrados, estoicos ante la inevitable belleza, y los adinerados… compran. Entre todos construyen la narrativa de uno de los mercados más especulativos del mundo, junto al de los pasajes aéreos y las cuñas radiales. 

Arte en Venecia

A diferencia de otras (Frieze, Basel, Arco y su largo etcétera), la Bienal de Arte Venecia, que inició en 1895, tiene su mística y mitos propios. No solo porque es una mixtura compleja de eventos y curadurías más allá de un gran único galpón bajo la batuta de un organizador, sino también gracias, en parte, a la ciudad huésped que es como ninguna otra.

Con sus más de 1600 años de existencia, Venecia está siempre predispuesta a la yuxtaposición histórica que tanto nutre la creación artística. Venecia hoy es víctima de su propio éxito. Sus calles y canales han sido conquistadas por selfie sticks, bolsas de canguro y personas de medias blancas a la rodilla. Las máscaras, dulces, las marcas y su plástico invadieron los primeros pisos del centro.

Venecia Italia
Creado por Napoleón en 1812, el Giardini es utilizado exclusivamente para la bienal. Foto Andrea Avezzù, cortesía Bienal.

Las historias de los comerciantes venecianos que saquearon Constantinopla en el siglo XIII, trayendo consigo el cuerpo del apóstol san Marcos, escondido en piel de cerdo para evitar la inspección de las aduanas musulmanas, viven hoy solo en los mosaicos de la plaza principal y en la boca de los guías turísticos.

Lo bueno es que la Bienal de Arte Venecia funciona como respuesta directa al oxímoron en que se ha convertido la ciudad. Su curadora, Cecilia Alemani, es una italiana radicada en Nueva York con credenciales que incluyen el MoMa, Frieze y Basel, entre otros. Alemani se inspiró en Milk of Dreams, un libro de Leonora Carrington para comisionar a los artistas vivos más influyentes del planeta en la recreación de los sueños humanos y los sueños de máquinas para este encuentro. 

Cecilia Alemani
Cecilia Alemani, curadora de esta versión de la bienal, se inspiró en el libro Milk of Dreams. Foto Andrea Avezzù, cortesía Bienal.

La feria está dividida en tres escenarios: el Arsenale (un pabellón gigante donde la curación principal ocurre), el Giardini (un jardín de piedra donde hay espacios comprados y construidos por 29 países hace un par de siglos) y los espacios colaterales distribuidos en toda la ciudad (palacios, iglesias, mansiones, etc.).

Si la Bienal de Arte Venecia fuera una obra de teatro o una película, tendría tres actos.

Primer Acto

El Arsenale es el único edificio con murallas de toda Venecia. Ahí se hacían sus barcos durante los siglos XII y XIII. Había que proteger el secreto de cómo se construían, ya que entre 16 mil personas que trabajaban en este espacio, lograban terminar un barco por día. 

Pabellón Chile Bienal Venecia
Turba Tol Hol-Hol Tol, proyecto presentado en el Pabellón de Chile. Foto Andrea Avezzù, cortesía Bienal.

Un ejercicio desde Chile, llamado TurbaTol Hol-Hol Tol Tol y elaborado por un equipo multidisciplinar, lleva una joya de concepto que no se deja olvidar. En parte por el sentido de muerte y renacimiento que da la experiencia creada: convertirse en un hongo que se hunde, nace y crece de la tierra misma; y en parte, también, por las muestras de musgo y naturaleza chilena traída desde los Andes directamente a Venecia con el único propósito de ser expuesta a creadores, curadores y curiosos. Todavía siento el perfume a monte vivo de las gotas de olor que entregan a los espectadores. Es arte vivo. Literal. 

Otro arte viviente en la bienal es cortesía de una colombiana. Medio galpón para ser exactos. Delcy Morelos y su obra Paraíso Terrenal llenaron parte del Arsenale con una mezcla simétrica de tierra, clavos, canela, polvo de cacao y otros elementos naturales; se eleva metro y medio desde el piso y se extiende a lo ancho de unos diez metros.

Delcy Morelos Colombia Venecia
Paraíso Terrenal (2022), Delcy Morelos. Foto Marco Cappelletti, cortesía Bienal.

Sonrío al oír su nombre y el de nuestro país en boca de expertos internacionales que adulan las cosmologías indígenas en la creación de esta colombiana. De nuevo, un olor a tierra y ahora también a cacao, queda en la memoria.

Malta y Estados Unidos

La inminencia de estos trabajos se iguala al pabellón de Malta, país que reinventa una obra de Caravaggio, cuyo original se encuentra en una catedral de su propio territorio nacional. La reinterpretación llamada Diplomazija Astuta que traen a Venecia es tan inmersiva como abrumadora. Un lienzo negro en un cuarto negro.

Pabellón Malta Bienal Venecia
En Diplomazija Astuta las gotas de acero fundido caen sobre el agua. Foto Andrea Avezzù, cortesía Bienal.

El lienzo tiene las medidas de la obra original. En el espacio hay siete tanques de agua que reciben gotas de acero derretido, todas cayendo del techo al ritmo de cantos gregorianos. El metal brilla por su intenso calor al caer al agua, donde hierve por unos segundos, se enfría y desaparece. La relación con el cuadro de Caravaggio es profunda y estudiada, pero invisible.

Reina por encima de todos la norteamericana Simone Leigh, ganadora del León de Oro a mejor participación del Pabellón Central. Me atrevo a decir que graduaron a Leigh como la voz negra más importante del mundo artístico de su país, Estados Unidos.

Simone Leigh Bienal de Venecia
Façade (2022), Simone Leigh. Foto Marco Cappelletti, cortesía Bienal.

Y de manera muy consciente, su estatua Brick House (2019) de casi cinco metros de alto, que la hizo merecedora del premio, está rodeada de las hipnotizantes obras de otra mujer, la épica Belkis Ayón. Afrocubana. Una misma conexión en distintos formatos sobre la historia negra de las Américas. A la vez un golazo de Alemani. 

Segundo Acto

Al otro día llegamos al Giardini, un espacio utilizado exclusivamente para la Bienal de Arte Venecia. Creado por Napoleón en 1812, este jardín gigante, con árboles que cubren calles y pasadizos de piedra suelta es huésped de 29 construcciones diseñadas para ser galerías, cada una creada por un país distinto, a su imagen y semejanza, casi como una embajada.  Cada nación lleva lo mejor a competir en estas olimpiadas de arte por el premio mayor: el León de Oro a mejor pabellón nacional. 

Al caminar el Giardini, el guiño ideológico de Rusia y Venezuela es evidente. Sus pabellones son vecinos. El primero, digno de zares y el segundo casi brutalista, construido en 1956 cuando Venezuela tenía capacidad de adquisición.

También evidente es el hecho de que la mansión rusa es el único espacio que este año se encuentra estéril. Sus creadores y curadores renunciaron a su labor en protesta por la sangrienta “operación militar especial” que su presidente lleva a cabo en contra de un pueblo vecino. También conocida como la guerra en Ucrania.

Ucrania Bienal de Venecia
Piazza Ucraina es una instalación diseñada por la arquitecta ucraniana Dana Kosmina. Foto Marco Cappelletti, cortesía Bienal.

De hecho, la curadora de la Bienal de Arte Venecia se unió a varios artistas ucranianos para darle vitrina y voz a su país con un espacio público y varios privados, distribuidos en el pabellón principal. La documentación detrás de algunas de sus obras, por obvias razones, se demora en llegar.

Pabellones nacionales

Los países lanzaron una verdadera plétora de visiones del mundo imaginado. Alemania removió parte de la estructura física de su pabellón en una propuesta de concepción masiva, pero casi inentendible al ojo incauto en su ejecución.

Brasil jugó creativamente con el lenguaje común de los dichos populares que utilizan el cuerpo humano y cruzan las barreras del idioma. El uso de tecnología como manera de expresar los sueños humanos fue tomado casi literalmente por pabellones como España y Corea, que llevaron al extremo esa relación entre lo humano y lo digital. 

El pabellón ganador fue el británico, majestuoso al oído más no al ojo. Explora el arte sonoro con grabaciones de cuatro voces femeninas que expresan sus capacidades en distintos tonos, músicas y ritmos. Lo más bello es la voz negra de la artista creadora, Sonia Boyce. El prístino audio fue grabado en Abbey Road.

El Giardini tiene su propio pabellón central, que por primera vez en la historia presenta una mayoría de artistas mujeres, con nombres tan poderosos como Cecilia Vicuña, Barbara Krueger, Katerina Fitch y Remedios Varo. La chilena y la alemana recibieron premios a vida y obra. Merecidos es poco decir. 

Tercer Acto

Las sociedades, las fundaciones, los palacios, las familias de Venecia ven el arte como una conexión con el mundo y sus extrañas ciudades que aún tienen automóviles. Por eso, estas organizaciones traen lo mejor de sí a sus propios espacios en toda la ciudad, más allá del Giardini y el Arsenale.

La Biennale di Venecia
Pabellón central. Foto cortesía Bienal de Arte de Venecia.

La Fundación Prada intuye que el arte vive en el cerebro humano y por eso utilizó los tres pisos de su Ca’ Corner della Regina, en Venecia, para la recolección, recuento, estudio y narración de la historia del órgano que nos permite crear y admirar la belleza artística.

El Palazzo Priuli Manfrin se anotó un batazo al acoger el trabajo de Anish Kapoor, controvertido por patentar el trabajo de los científicos que inventaron el negro más negro en la existencia humana, llamado Vantablack. La conversación y el interminable escándalo sobre cómo este artista de Bombay logró apoderarse de la patente es lo único que empaña el truco óptico de sus formas geométricas y la violencia roja de sus esculturas y montajes en esta exposición. 

Anselm Kiefer

Nadie dominó la conversación con la ciudad huésped como lo hizo el rey implícito de lo ocurrido este año en Venecia. Alguien que no participó en ninguno de los concursos ni ganó ningún premio, pero cuya obra, soberbia y trascendental, le grita a la Historia.

Le grita no solo al mismo dux que vivió en el palazzo donde se lleva a cabo la obra, sino también, de paso, a todo líder que en nombre de una bandera haya liderado destrucciones masivas. Regaña al Hombre, también con hache mayúscula. 

Hablo del alemán Anselm Kiefer, cuya creación fue montada encima de las obras que durante siglos han decorado la Sala dello Scrutinio en el Palazzo Ducale, el palacio principal de toda Venecia, antiguo hogar del líder de la república veneciana y centro político de un país. 

Anselm Kiefer Bienal de Venecia
Retrato de Anselm Kiefer junto a su obra Estos escritos, al arder, finalmente darán un poco de luz. Foto cortesía Georges Poncet.

Para llegar a Kiefer hay que recorrer el museo entero del Palazzo Ducale. Perdí la cuenta de salas, cuartos, escalones y enormes salones que rinden honores a espadas, ballestas, batallas, políticos, dioses, militantes y pensadores. El palacio hace alegoría a sí mismo, con toda prepotencia, dando razón a la respuesta de Kiefer en el salón final. Pierdo el aire al llegar, no por tanta escalera sino por la creación del alemán. 

Óleos, acrílicos, maderas y hasta resina de oro pintan una serie de paisajes potentes en contenido, contexto y dimensiones. Es una respuesta a esos comerciantes y ladrones venecianos de hace casi un milenio que mencionaba al inicio de este texto. El nombre de la obra cita a un filósofo alemán admirado por el artista. Se llama Estos escritos, al arder, finalmente darán un poco de luz. 

Sigo pensando en Kiefer durante la última cena de este viaje, en la cima de la Scala Contarini del Bovolo, una torre de piedra en espiral de casi treinta metros de altura, al aire libre. Las gaviotas buscan la despedida del sol dando colores cambiantes al cielo entre el cobalto, el magenta, el naranja, pero siempre hacia el negro. Suenan campanas en la distancia. Obra de Kiefer: su grito de lienzo y oro que me recuerda que nada sé ni de arte, ni poesía, ni palabras.  

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junio
13 / 2022