El viaje de Olga Piedrahíta

Es la diseñadora de referencia en Colombia. Por su estilo inconfundible, por su búsqueda constante de caminos distintos para crear moda y por su técnica preciosista.
 
POR: 
Rocío Arias Hofman

Son 31 años de oficio y Olga Piedrahíta hace de cada día el primero de su vida.

–Buenos días, ¿Olga?

–Sigue, sigue, ¿cómo has estado?

La escena del breve saludo acompañado de un cálido abrazo se ha repetido en los últimos siete meses en la puerta de su estudio, situado en el segundo piso del inmueble que alberga también el taller, las oficinas y el almacén de Olga Piedrahíta. En octubre de 2012 le manifesté mi intención de realizar un reportaje de largo aliento sobre su trabajo para esta publicación.

–Se trata de que hablemos bastante, en ocasiones diferentes. Quisiera convivir de alguna manera contigo. Es un método clásico en el periodismo…

–Bueno, sí, no sé cómo será. Siéntate, bienvenida.

Olga es menuda y su liviandad se acentúa cuando conversa porque mueve sus manos como alas de gasa y su voz es cadenciosa. Parece flotar. Como la bailarina entregada al ballet clásico que fue, desde los diez hasta los diecinueve años, en una academia de disciplina rusa en su natal Medellín. Sus ojos, en cambio, pesan. Incluso cuando recorre con su mirada el piso, un gesto habitual cuando hilvana sus ideas en voz alta. Tienen ese color verde que los franceses llaman les yeux pers, los ojos pera. De ellos se vale para analizar, con ellos se ríe y así parece tímida.

Metódica por convicción, permanece de nueve de la mañana a siete de la noche en su sede. Allí piensa, siente y actúa. Sale a almorzar con su hija Danielle o con alguna amiga íntima por el barrio, al norte de Bogotá, que hace años concentraba a los diseñadores de moda y hoy ocupan bares y rumbeaderos. Olga Piedrahíta es una de las pocas casas de moda que persiste en el sector y la única que logra mantener intactos unos metros de hierba pulida y muy verde. En la cuadra de arriba permanecen tan solo Pepa Pombo y Kika Vargas.

Nunca tuvimos conversaciones fuera de su lugar de trabajo. “A mi mamá no le gusta hablar de ella –me susurró un día su hija–, prefiere que sus prendas lo hagan”. Y esta convicción de Olga demostró por qué confía tanto en sus creaciones: cada falda, cada chaqueta, cada vestido es tan sutil, exacto e inolvidable como ella misma. No hubo necesidad de explorar otra intimidad distinta de la más mayúscula de todas, la de su labor diaria como creadora.

En el estudio entra la luz amortiguada por un par de estores de lona cruda, un gran espejo recubre una pared completa, un vidrio sostenido por una columna central hace las veces de mesa de trabajo, hay tres racks repletos de prendas colgadas, las paredes están intervenidas –como las del resto de la casa– por un texto infinito del artista Felipe Cuéllar, un sofá negro y dos sillones de desgastada tapicería completan el mobiliario. Lo más importante es el espacio libre que queda.

Sobre el tapete es, en verdad, donde trabaja Olga. Allí mira, tuerce, superpone, calibra telas y pensamientos. Cuando siente que domina una idea envuelve su cuerpo con el tejido y convertida en maniquí de prueba observa el resultado en el espejo para ajustarlo. Con razón, dos maniquíes de verdad lucen abandonados en el taller de costura. Olga nunca jamás los usa. Ella y su cuerpo, ahí está la mitad de su técnica. Viste usualmente prendas sueltas en grises y negros. Pantalones largos que requieren siempre tacones para evitar que los dobladillos queden salpicados de agua y barro, dos elementos habituales de las calles bogotanas que ella recorre a pie en su trayecto diario casa-almacén. Los colores brillantes los reserva para los botines, los aretes, los anillos grandes. Es exquisita y sobria. No se lo digo, claro está. Tampoco le menciono que se parece a la escritura de la autora belga Amélie Nothomb, porque su estilo fluye con una fuerza que, vaya… Olga se encuentra siempre viajando mentalmente. Aquí está el resultado de la travesía en la que me permitió acompañarla.

¿Cómo es eso del juego?
Es que siempre vamos más allá, vivimos jugando todo el rato. Me gusta volver a ordenar el orden. Mover objetos, componer y descomponer. Así nos montamos en una nueva realidad, la desacralizamos. Así he ido entrenando mi sensibilidad y todos los oficios requieren entrenamiento. Suele ocurrir que sale algo muy distinto a lo que pensaba cuando comienzo a trabajar. En la colección Mujer Naturaleza que hice para Lafayette en 2012 tenía previsto una parte: la lectura de la silueta, una mujer muy femenina, pero ¿por dónde iba a llevar a esta marca a un cambio? Contaba con telas llenas de fuerza gráfica y con el básico de mis patrones. Pero comencé a explorar otros patrones diversos y de ahí salen de repente alas para la mujer pájaro, un frac para una mujer sensual, vuelos para liberar las faldas por detrás. Ahí entra el aire. En los zapatos quería silencio y opté por los de Rafael Botero. Trabajo con reserva emocional y estética. Es que no hay que obsesionarse con el resultado. La aventura que merece la pena correr es dejarse llevar y nutrirse de lecturas, otras cosas. Ese es mi nicho de confort. Mi ADN. Sabes dónde empiezas pero no dónde terminas. No poner tanto acento en el final porque eso no lo controla nadie. La otra aventura consiste en estudiar el concepto y al mismo tiempo dejarse llevar para vivir esos procesos. Eso es lo que me gusta.

¿Y el comienzo de todo?
Tuve suerte. Mi familia me permitió asomarme a un mundo refinado. Había viajes, la cercanía con lo exótico del mundo. Llegaban con regalos como saris de la India y eso luego se volvía un disfraz. Cuando bailaba yo ya era una “hija del traje”. Me fascinaban las prendas de bailarina. Inicié con el nacimiento de mi primera hija, Manuela, la pedagoga, y en los años setenta marcados aún por la estética hippie construyendo una secuencia de “roto, tape, meta, algo así”. Fue una primera etapa entregada al patchwork. Reunía piezas pequeñas de los mejores manteles y servilletas, recortaba sedas, terciopelos, me servían encajes y casullas. Tejidos muy finos para acabar siendo cuadrados y rectángulos. Con retazos comenzamos a hacer vestidos de novia. Mi hermana Eulalia y yo teníamos un pequeño espacio al que llamamos “Taller Barroco” en la parte de atrás de la Boutique Sábila en Medellín, que era de Alicia Mejía. La gente nos decía “qué disfraces tan divinos”, ¿ah?

En los ochenta, ya instalada en Bogotá, surgió el primer movimiento colectivo de diseñadores…
Nos juntamos todos, estábamos empezando, no había revistas especializadas en Colombia y creamos “Tendencias”, la primera exhibición de moda. Carlos Nieto, Julio Sayer, Sonia Serna, Sandra Cabrales, Bettina Spitz, Julia de Rodríguez, Juliana Bonilla, Ángel Yáñez, Hernán Zajar, Ayerbe y Quintana, muchos… Cada diseñador se ocupaba de algo. Yo hacía boletería, casting, afiches, diseño. Ese fue el comienzo para nuestras primeras colecciones porque llegaron los empresarios, los textileros con visión y empezaron a apoyar las ferias. Detrás de nosotros, sin embargo, estaba la generación de Toby Setton, Mercedes Baquero, Marlene Hoffman y Mercedes Piedrahíta.

Ya no presenta su trabajo en las pasarelas de los eventos que crecen cada año en Medellín, Cali, Bogotá. Lo hacía con las colecciones de Trapecistas Urbanas, Porte legal de alas, Banda Ancha, Bazz de Grant, Ilusionismo, Fitzcarraldo, etc. ¿Ya no le interesa?
Es que buscamos otros espacios. Como este nuestro donde llega la gente. No hago colecciones por temporada. Voy diseñando, van saliendo las prendas. Algunas incluso sin terminar las colgamos en el almacén y las concluyo con las clientas. Todo el rato estamos trabajando.

¿Prendas inconclusas?
Lo no concluido permite pensar imaginarios diferentes. Yo soy la prenda inconclusa. En mis colecciones el revés sale, se expone y algunos lo verán como algo sin terminar. Ese es mi lenguaje, con él me expreso. Nuestros reveses, fíjate, son muy trabajados porque es el alma de la prenda. No concluir en el proceso mismo permite que la chaqueta sea falda, que las mangas se conviertan en botas, que la espalda se anude con lazos o quede al descubierto, por ejemplo. Se trata de permitir que una prenda viaje a un universo que no le correspondería por su naturaleza. Como un lenguaje surreal. Se nota entonces la múltiple mimetización, el juego. Otras prendas son más ortodoxas, van con su destino trazado. Y están los materiales, todo lo que me permiten. El látex que utilicé en la colección Amélie, el papel de arroz de los faroles chinos, la organza de seda para plisados, bordes y dobladillos.

Le han solicitado ser tutora de jóvenes diseñadores como M., que va a presentar su primera colección. Voy a reproducir fragmentos de una sesión de trabajo en la que examinó la propuesta:

“Ojo, que trabajar con zapateros buenos nacionales y no con importados baratos fortalece la industria. Son fundamentales en pasarela. La caminada es clave y cambia con la calidad del calzado. El asiento al piso es clave para las modelos. ¿Qué quieres de ellas, que sean suaves o leonas? El movimiento es subliminal y la sensualidad se transmite desde ahí. No hay que tener un solo tipo de zapato para toda la colección. Esto ya no es academia. Puedes jugar con todo, tacón, bajar al piso, mirar cómo se mueve”.

“Es bueno trabajar con la posibilidad de dar un golpe de emoción de última hora. Si haces 24 referencias, qué bien que cuentes con más prendas para sacarlas de repente… En una colección todo va sumando. Yamamoto lo dice: cuadro, cuadro y luego descuadro. Sin caer en el mucho ruido que rompe la coreografía, hay que editar para la pasarela. Combinas básicos para que todo fluya. Es mejor dejar con ganas que contar todo en una colección”.

Olga, ¿su insistencia en la narrativa de la moda hacia dónde va?

Es que en este oficio quien diseña está siempre contando algo. Las historias se suceden unas tras otras. Y hay que cuidar la secuencia, cómo lo relatas. Te tienes que oír porque la tristeza, si es el caso, la tienes que contar tú. Si la tela ocupa mucho espacio tienes que provocar el aire sacando brazos y piernas. Que se vea la piel. Está la otra manera de contar que es hablando sobre algo.

No se trata solamente de titular la colección, hay que irla revelando. Ahora estoy explorando una nueva historia: la del papel. He trabajado con papel de piña, con papel fabricado a partir del yute, pero quiero ir más allá con el papel que se funde con la tela y con la tela que se mimetiza con el papel. Voy a experimentar en un taller en Barichara para ver qué pasa.

Invitó al joyero y escultor cubano Rafael para que trabaje una colección de accesorios a partir de cucharas, cuchillos y tenedores. Lleva doce años consiguiendo manos por donde va. ¿Qué le trae esta exploración constante?

A veces una visión aparentemente perturbadora en el objeto, pero que te permite recrear otros imaginarios. Y, bueno, la mano…, la mano es mi oficio. ¿No?

DANIELLE LAFAURIE, CREADORA DE NEXT

Es hija de Olga Piedrahíta y llevan viviendo juntas 29 años, exactamente la edad de Danielle. Dani, como se refiere a ella la diseñadora cuando trabajan juntas. Muñeca, cuando es la plena intimidad. Y a ese apelativo responden sus ojos azules, el óvalo de su cara muy pálida enmarcado por el pelo largo, muy fino. El físico, lo más frágil que tiene Danielle. Porque la fuerza reside en su cabeza. Para pensar y crear, dos palabras favoritas en su vocabulario. Como su madre, también bailó en academia clásica, luego prefirió el fútbol, fue niña en el colegio Helvetia y estudiante de Diseño Industrial y Literatura en simultánea en la Universidad de los Andes en Bogotá.

–Me encanta estar con mi madre, es mucho más de mi generación que de la de ella. Nos complementamos, pero no es mi ejemplo aunque me interesan mucho sus opiniones. Cada una respeta el mundo de la otra.

Danielle se animó a estudiar diseño en el Marangoni de Milán y luego a pasar un año y medio en Jaipur, India.

–Fue en “la ferretería de las joyas”, donde todo es posible con las piedras preciosas y los metales. En el Gem Palace, en plena capital de las manualidades.

Hasta que el regreso a Colombia fue imponiéndose silenciosamente. Tanto como su llegada profesional a Olga Piedrahíta donde ocupa una pequeña oficina, ordenada y sin ventanas. Pequeños papeles pegados en la pared recuerdan con breves frases tareas, personajes. Un código propio para una productora ejecutiva que entiende la misión asumida con mucha pasión.

Su lado habilidoso lo está desarrollando por la senda de las joyas. Danielle llega de sus viajes cargada de dijes, camafeos, caballitos, ojos de vidrio, piedras de valor y vestigios de otras cosas. Diseña lo que imagina y otros realizan el trabajo –no tengo mucha paciencia, dice– que luego exhibe y vende en el almacén en Bogotá.

Bueno, sí ha debido armarse de paciencia. Por lo menos, para ir desarrollando desde 2009 el embrión de lo que hoy se llama Next, la plataforma creativa de proyectos marcados por la esencia de la marca Olga Piedrahíta: el juego y la búsqueda. Allí germinan y crecen las asociaciones con jóvenes talentos.

–No podemos entender lo que hacemos sin abrirles campo a los artistas que están iniciando y que tengan aquí en este almacén su punto de venta.

Así han llegado Suky Cohen y su lencería rompedora hecha en algodón, lycra y tiras envolventes; Lucas Restrepo, el artesano; Tomás Montoya, el milinero que fabrica sombreros bajo “La Coquita”; Felipe Cuéllar, el hombre de las palabras y del próximo proyecto “Camisas del infiel” (las clásicas blancas, masculinas, con un beso impreso en uno de sus cuellos); las esculturas de Ricardo Castillo o las joyas de Sebastián Jaramillo; el trabajo en plata de Víctor Saldarriaga y las colecciones de accesorios con “Diez dedos”.

En boca de Danielle asoman frecuentemente vocablos como “pop up store” y “happening”, “golpe de corazón”, “naturaleza de riesgo”. Elige pacas de heno, máquinas de escribir y bolsas de boxeo para exhibir productos en el almacén. Ese mundo de innovación constante lo anda construyendo también con figuras consagradas como Bastardo, Leitmotiv y la propia Rohka (la aclamada diseñadora María Clara Restrepo). La frase con la que Danielle se enuncia ante los demás es “Bienvenidos a nuestro mundo donde casi todo puede ser otra cosa”. Así les habla a Haider Ackermann, a Ruven Afanador, a quien piense que puede ser el compañero ideal para compartir en el espacio de Olga Piedrahíta. Y lo logra con unos y otros.

Desde Next se avecinan también proyectos de otra envergadura. Más corporativos: Acompañar a las empresas a realizar planes de mercadeo diferentes, exitosos, plenos de creatividad. Ha pasado ya con Natura y con Lafayette. Y es que para Danielle todo está por hacer. Por eso quizá su madre, la diseñadora, la mira con tanto fervor. Una admiración más que filial porque tiene que ver con la independencia que cada una de ellas ejerce en su territorio.

Se trata de permitir que una prenda viaje a un universo que no le correspondería por su naturaleza. Como un lenguaje surreal. Danielle Lafaurie, Creadora de Next  www.sentadaensusillaverde.com / @sillaverde Vea más en la versión para iPad,

Fotos María Elisa Duque | Producción Juliana Uscátegui

         

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mayo
8 / 2013