China, la todopoderosa

La superpotencia asiática superará en todo y con amplia ventaja a Estados Unidos en las décadas por venir y logrará que Mao Zedong se retuerza en la tumba al ver a un país del todo urbanizado y desenfrenadamente consumista.
 
Foto: Karl Prouse, archivo particular
POR: 
Andrés Felipe Solano

Hace unas semanas Liu Wen apareció en el listado de la revista Forbes. No se trata de un empresario chino emergente con nuevas hidroeléctricas para mostrar, o de un político del régimen acusado de corrupción que ha caído desde las alturas como un pato al que le ha disparado un cazador. Liu Wen es la primera china –y asiática vale decir– en entrar en la lista de las modelos mejor pagadas del mundo. Está justo detrás de la archifamosa y ya un poco avejentada para el negocio Kate Moss.

La vida de Wen es un cursillo rápido para entender los cambios que se han dado desde la muerte de Mao Zedong en 1976 y las reformas de Deng Xiaoping, que prepararon a China para sumergirse en la economía de mercado desde que pronunciara aquella famosa frase de maestro shaolín en una película de artes marciales: “Da igual que el gato sea blanco o negro con tal de que cace ratones”. El camino recorrido por Wen también sirve para ilustrar lo que le espera a su país en los próximos veinte años.

Liu Wen nació en Huen, la misma provincia de donde salió Mao Zedong. Creció rodeada de la leyenda del hombre que enterró para siempre las dinastías imperiales que fueron adoradas como dioses por siglos e instauró la revolución que llevaría a China a ser el país comunista más poderoso de la historia. La modelo ha repetido en varias entrevistas que los únicos referentes culturales no chinos durante su infancia fueron el coronel Sanders y Ronald McDonald, personajes que encarnaban el capitalismo, más que simples mascotas de cadenas de comida rápida. Millones y millones de chinos compartieron esa infancia de Wen alejada del consumismo. Sin embargo, desde las políticas implementadas por Xiaoping y sus sucesores, la economía china se abrió y empezó a crecer a un ritmo endemoniado y fue engullendo competidores, uno tras otro, hasta ponerse a la par de Japón y luego llegar a respirarle en la nuca a Estados Unidos. Salto que implicó un cambio profundo en las costumbres chinas donde, por ejemplo, todo lo relacionado con la moda era tabú hasta hace unos pocos años. Ahora resulta que precisamente una de esas niñas chinas, hija de un obrero, que de pequeña jugaba en las villas que recorrió Mao Zedong en su larga marcha, se ha convertido en uno de los ángeles de Victoria’s Secret. La coronación de Wen en el mundo de los diseñadores tiene mucho que ver con el futuro que le aguarda a China en las décadas venideras.

Su meta no es mantenerse como un país exportador de todo tipo de manufacturas, desde chancletas hasta carros desechables. Su tarea de ahora en adelante consiste en impulsar el consumo interno a como dé lugar y no precisamente en Shanghái, donde los propios viajeros occidentales que la visitan por estos días toman el avión de regreso a casa murmurando entre dientes, sorprendidos de lo materialistas que son los lugareños. Es un hecho que el ingreso per cápita de China en el 2030 superará al de Estados Unidos. Por eso, ha llegado el tiempo de empezar a gastar a manos llenas en ropa, automóviles, comida rápida y productos electrónicos. No se trata de un capricho. Es el método para llegar a la cima: hacer circular el dinero. A la par, se espera que crezca la industria de la publicidad y el mercadeo, las aerolíneas, el entretenimiento y el turismo. Se llenarán todos los huecos. Se crearán fábricas como la que existe en la ciudad de Dafen, que se especializa en copiar cuadros célebres. En sus galpones miles de pintores copian girasoles de Van Gogh, Mona Lisas, Meninas. Se levantarán más ciudades copias de ciudades para los visitantes, como la París con torre Eiffel incluida que en temporada baja no es otra cosa que un pueblo fantasma (el barrio de Tiandu Cheng, en Hangzhou). Y claro, la industria de la moda se disparará. En lo que resta de esta década se prevé que triplique su tamaño. Para entonces Liu Wen será ya una emperatriz.

¿Pero cómo lograr que los campesinos chinos –acostumbrados a ahorrar– y no solo los habitantes de las grandes ciudades hagan sonar las cajas registradoras? Aquí viene otra de las apuestas del país asiático: la urbanización a sangre y fuego. En los años ochenta más del 70 % de los chinos vivían en el campo. Hoy viven en las ciudades 47 %. El plan en los años siguientes es mover 250 millones de personas del campo a la ciudad. A más ciudades, más transporte público a gran escala, más empleos en la construcción, más restaurantes, más cines, más zapatos, más blanqueamiento dental, más y más gastos innecesarios. La sensación de tener que comprar, el mismísimo corazón y razón de ser del capitalismo, se instalará entre los chinos. Muchos alimentos se importarán o simplemente se cultivarán en las grandes porciones de tierra que han comprado o alquilado en contratos que se extienden por décadas en África.

En las nuevas ciudades, los hijos de los campesinos, generación que se habrá inmolado sí o sí en pos del supremo bien del país, tendrán su propio engranaje en esta megamáquina llamada China. Su tarea será la de estudiar. Empleados educados son empleados más productivos, es la frase que está detrás de la enorme inversión en educación desde que en 1998 el presidente Jiang Zemin hiciera un llamado a que la juventud china escogiera seguir el camino de los diplomas universitarios. Para ese entonces se contabilizaban 3,4 millones de estudiantes superiores. En solo cuatro años esa cifra se incrementó en un 165 %. La proyección del gobierno es que más temprano que tarde el 100 % de los niños cursará todo el bachillerato y por lo menos el 50 % la universidad.

¿Y los vecinos?

Las coordenadas de los vecinos inmediatos también están dadas para que China siga su marcha triunfal hacia la gloria. Corea del Sur seguirá dentro de las quince naciones más ricas, jalonada por la sociedad del espectáculo que ha empezado a exportar con gran rédito. Telenovelas, películas, discos y clips de grupos de K-pop se seguirán viendo en las pantallas que Corea del Sur diseña y vende, pero el país no escalará muchos puestos en la economía mundial al seguir dividida la península y tener que destinar gran parte de su presupuesto a la seguridad nacional. La reunificación no está a la vuelta de la esquina como algunos creen. Es más, la generación a la que de verdad le interesaba se ha hecho vieja. Este desinterés de los propios surcoreanos le conviene a todas luces a China. De colapsar el régimen en Corea del Norte, que el gobierno chino apoya internacionalmente por motivos estratégicos, primero tendría que lidiar con millones de refugiados en la frontera y después, cuando las aguas se hayan calmado, con una posible Corea unificada más poderosa, con mayor territorio y más mano de obra.

En cuanto a Japón, simplemente hay que mantenerlo a raya. La influencia de la isla en el vecindario la viene jugando a la ruleta después de que Shinzo Abe, el actual primer ministro, se hubiera puesto las charreteras y el sable de la ultraderecha al querer negar, entre otras cosas, los desmanes contra China, Corea del Sur y países del sureste asiático durante la Segunda Guerra Mundial. Además, justo ahora, el enceguecido Abe, que gusta de tomarse fotos en aviones como los que usaron los kamikazes para atacar Pearl Harbor, está empecinado en reformar la constitución para recobrar el derecho de Japón a tener fuerzas armadas.

Si el fantasma del imperialismo pasado se levanta de la tumba para asustar a sus vecinos, los japoneses sentirán como nunca el peso de la insularidad. China confía en que el resto lo haga el hueco creado por la triple crisis de marzo de 2011 –terremoto, tsunami, accidente nuclear– que promete enraizarse después de que la Compañía Eléctrica de Tokio aceptara en días pasados que no ha podido detener la fuga de material radioactivo después de casi dos años. Así las cosas, China tiene el camino despejado para animarse a destronar a Estados Unidos y por qué no, llenar el mundo entero de retratos de Mao Zedong, réplicas Made in China de cuadros de Dalí y fotos de Liu Wen.

*ANDRÉS FELIPE SOLANO: Escritor y cronista. Vive en Corea del Sur y sus reportajes han sido publicados en SoHo, Arcadia, Gatopardo, Babelia, Granta y The New York Times.

         

INSCRÍBASE AL NEWSLETTER

TODA LA EXPERIENCIA DINERS EN SU EMAIL
febrero
19 / 2015