Las uvas de Año Nuevo: suerte a pedir de boca

Gonzalo José Pérez Molina
Publicado en Revista Diners Ed. 285 de diciembre de 1993
Para obtener felicidad familiar durante todo el año próximo, y además para la realización de algún deseo, en la noche de San Silvestre, no debe faltar en la mesa un hermoso racimo de uvas de la última cosecha.
Claro que se necesitaría que el lector fuera agricultor para saber cuáles son las de la última cosecha, por lo que hay que tener la fe del carbonero y creer que el vendedor de frutas nos vende de la última cosecha, aunque este detalle no es muy importante para los efectos que se buscan, pues solamente es un aspecto digestivo que debemos tener en cuenta, ya que por lo regular siempre hay comilona y exceso de licor en esta época.
Quien vaya a realizar esta práctica debe saber con exactitud cuántas personas se estarán en la casa durante el momento del cambio de año, porque si faltan o sobran las uvas, el efecto que se busca perderá todo su encanto. Además deberá comprometer a todos los comensales a que a la hora señalada ingieran las uvas, para obtener la buena suerte en común y no para determinada persona. Este punto sí es muy importante: si faltan uvas faltará comida durante todo el año en la casa donde se practique el rito, y si sobran uvas se dará tal despilfarro de comida durante todo el año.
Estos detalles se deben al origen de la leyenda. Cuéntese que en una de las regiones vinícolas de nuestra madre España, un hacendado había hecho recoger la vendimia y al día siguiente se aprestaba a la fabricación del vino. Esa noche, y no se sabe la causa, un voraz incendio destruyó el lugar, salvándose únicamente las uvas.
Acudió a los lagares vecinos pero todos estaban atiborrados de trabajo y de uvas. Acudió a los lagares Pretendió venderlas en el mercado, pero era como vender pan a un panadero con las artesas llenas. Estaba por comenzar el siguiente año, y el comerciante tuvo la idea de propagar que si en la noche del año viejo se consumían uvas, el año siguiente sería de mucha felicidad, y el resultado fue que el comerciante quedó con las arcas llenas.
Lo de las doce uvas también se lo debemos al comercio: tres años después del suceso hubo una escasez de uvas porque a las aves del cielo se les ocurrió que ese era su menú, y entonces para que alcanzaran las uvas que quedaron, alguien tuvo la ocurrencia de proponer que sólo fueran doce. Por eso la leyenda se relaciona con la escasez y la abundancia.
Las uvas se dispondrán sobre la mesa, doce para cada miembro de la reunión, como ya se dijo, y sobre platos de porcelana china. –igual da en los de loza común y corriente, pero en tal caso los detalles de los efectos no serán iguales-. De manera que bien valdría la pena hacerse a una vajilla de porcelana china para estos menesteres, y además se usara para ocasiones especiales.
También en el hogar, y específicamente en el comedor, debe hallarse un reloj de péndulo de esos antiguos que dan las campanadas al estilo del Big Ben, ya que los relojes transistorizados de nuestra época dan las campanadas pero demasiado rápidas y no dejan el tiempo suficiente para ingerir las uvas. Aquí el dueño de casa también debería pensar en adquirir uno de estos relojes para que la práctica se realice con toda exactitud.
El reloj debe estar sincronizado con la hora atmosférica de la región y no guiarse por el capricho de los dirigentes que cambian la hora a su acomodo para demostrar que tienen el poder. Conviene entonces asesorarse de una persona que sepa de estas exactitudes, para determinar el momento preciso, pues sin esta condición la comida de uvas no tiene ningún efecto.
Cuando el reloj indique las doce y mientras estén sonando las campanadas, los asistentes tomaran una a una las uvas y las comerán, sin atragantarse para no dañarles la fiesta a los demás. Y mientras las ingieren deben pensar en un deseo, sólo en uno, a fin de que este se les cumpla durante el año que llega. Cabe reiterar que se deben ingerir las doce uvas, de lo contrario el nuevo año no será mejor que el que se deja, siempre será peor.
Se recomienda al lector que si decide hacer la prueba será porque este seguro de cumplir todos los detalles y salir airoso, de lo contrario debe abstenerse de comprar las uvas. Tenemos muchos testimonios de fracasos con consecuencias desastrosas para quienes lo tomaron a la ligera y no pudieron cumplir.
Claro que se puede disfrutar de las uvas hasta por racimos, pero nunca a la media noche del fin de año. O podrá practicar con antelación junto con la familia y quienes vayan a ser los invitados a este acto, para que la comida de las uvas sea todo un éxito; podría ensayarse durante el tiempo de la novena, y así hasta resultaría más interesante porque cada asistente sabría qué movimientos debe ejecutar a la media noche del día 31.
El último detalle es sobre el color de las uvas: si espera que sus deseos se cumplan rápidamente, debe comprar uvas rojas; Si sus deseos son a largo plazo, las uvas son las verdes, y si el tiempo no le interesa, compre uvas negras, aunque se ha dicho que para este caso las uvas pasas son suficientes.
Claro que esto del tiempo es difícil de precisar porque los demiurgos encargados de la suerte están en el Más Allá y para ellos el tiempo no existe y este resulta casi imposible de precisar. Se han presentado casos en que los demiurgos han tardado diez años en conceder un deseo y pensaban que tan solo habían transcurrido diez minutos, como también se ha dado el caso contrario de que el cristiano no ha terminado de hacer su petición cuando ya queda complacido.
Se cuenta por ejemplo que el ilustre hijo del general Miguel Diego Briceño Pérez, conocido héroe de la batalla de Palonegro, desahuciado por los médicos de cabecera, durante una fiesta de fin de año, hizo la petición de vivir un año más, y en ese mismo instante se encontró celebrando el siguiente Año Nuevo.