Doctor, ¿y eso me va a doler?

Si usted es de los que tienen pánico al sonido de la fresa o al simple hecho de sentarse en la silla odontológica, respire profundo y relájese. He aquí algunas claves para hacer más llevadera esta tortuosa realidad.
 
Doctor, ¿y eso me va a doler?
Foto: The Knick
POR: 
Gustavo Gómez Córdoba

Publicado originalmente en Revista Diners Ed. 331 de octubre de 1997

Las cinco cosas que se martirizan a todo colombiano: la pensión del colegio de los niños, el sermón conyugal de madrugada, el paso por las aduanas internacionales, los programas de Jota Mario Valencia, y el odontólogo.

Sin embargo, no todos los colombianos son padres, o están casados, o tienen dinero para viajar, o se encuentran en casa cuando Jota Mario canta en sus concursos. Pero todos tienen dientes. Los colombianos son buenos para “pelar el diente”, por interés y el “meterle el diente” a todo lo que produzca dinero con la ley del menor esfuerzo -la única que nadie viola- y decir las cosas “de dientes para afuera” y “mostrarles los dientes “a sus compatriotas en la calle y hacer las cosas a “regaña dientes” y estar siempre “armados hasta los dientes”.

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Ese karma dental debería traducirse en cierto respeto a los odontólogos e incluso en algo de placer masoquista para visitarlos con frecuencia. Pero no: odontólogo en estas tierras es el más popular de los sinónimos de la palabra dolor. Y dolor es algo que los colombianos entienden muy bien.

Reza un viejo refrán español que “primero son mis dientes que mis parientes”, y aunque el sentido es transparente –preocúpate primero por ti que por los demás-, la referencia dental no es menos evidente. En el refrán, los dientes son la persona, la boca es tan importante como el sujeto, y ello no es coincidencia.

La doctora Patricia Schiemann, odontóloga especializada en dolor orofacial en la Universidad de California, sostiene que “la boca es en un punto absolutamente privado y la visita al odontólogo resulta incómoda porque no es grato exponer ese sitio reservado a quien vemos como un extraño”.

Otros dirán que aquello de la reserva es apenas la punta del iceberg, porque es el miedo al dolor el que realmente hace de la silla del odontólogo una especie de materialización del potro de torturas, y del doctor una suerte de moderno Torquemada que no duda en aplicar todo el rigor de la fresa sobre sus “víctimas”.

Más que dolor, según los odontólogos, lo que hay en los pacientes de hoy es temor, un temor heredado de los viejos tiempos en que las agujas de la anestesia eran de calibre grueso, con punta de acero reutilizable que pronto perdía el filo y con dificultad entraba en las carnes. Temor íntimamente ligado a la amenaza paterna de “si no te portas bien te llevo donde el dentista” o al de una consulta donde el hombre de blanco no tenía tiempo para cruzar palabra con nadie.

Las cosas han cambiado. La frase parece de La referencia más excelsa referencia “cajón”, pero las cosas verdaderamente han variado en lo que tiene que ver con la relación médico-paciente. El odontólogo Manuel González considera fundamental la sinceridad, aunque no está muy claro qué tan tranquilizadora pueda ser la excesiva franqueza.

“Hay que decir las cosas como son y en un lenguaje que entienda la persona -dice-, porque es la única manera de vencer la ansiedad que produce buena parte del dolor. Si se le va a hacer un implante al paciente hay que hablarle con palabras directas, contarle que es como si le fueran a poner un chazo en la boca”.

Por supuesto que, después de la” bomba “del chazo, es necesario explicar que gracias a una técnica desarrollada por los suecos, el chazo no es otra cosa que un sofisticado tornillo de titanio que gracias a un proceso conocido como osteointegración se convertirá en parte de la boca en algo menos de nueve meses, lapso tras el cual al tornillo se unirá el implante sin más molestias que las normales del procedimiento.

La moderna odontología ha entendido que el dolor, como la buena mesa, entra por los ojos. Pero ¿Qué es el dolor? La Academia Americana para el Estudio del Dolor, con capitulo activo en Colombia, define el dolor como un daño real o potencial que se asocia a una alteración real o potencial de una lesión tisular. En castellano: aquello de real o potencial tiene mucho y todo que ver con la parte biológica y sicológica del dolor.

El miedo, el pánico, la preocupación y la sensación de enfrentarse a lo desconocido inciden efectivamente en el grado de dolor que experimenta una persona. “en el tratamiento del dolor, en odontología lo que hemos variado es el trato”, dice la doctora Schiemann. El trato… bueno, no está mal, pero el colombiano espera entrar en el consultorio del odontólogo y encontrar lo que llaman tecnología de la era espacial (¿no está la MIR soviética cayéndose a pedazos?). Puede que más bien se tope con un juego de agujas. No hipodérmicas; agujas de acupuntura.

Mientras los médicos tradicionales miran aún con cierto recelo la llamada medicina alternativa, los odontólogos parecen estar mucho más abiertos a ella. Por lo menos en lo que tiene que ver con la lucha contra el dolor.

Acupuntura, aromas, relajación…, todo es bienvenido si cumple con dos requisitos básicos: no interferir con los procedimientos médicos y brindar al paciente un soporte emocional.

Manuel González recuerda el caso de una paciente suya a la que por indicaciones médicas no se le podía aplicar ningún tipo de anestesia y debía someterse a un implante: “la señora me pidió diez minutos sola en el jardín del consultorio. Salió, se sentó en una banca y de regreso a los diez minutos, sin anestesia, le abrí la encía y le coloque tres implantes. No movió una ceja. ¿Concentración? ¿Autocontrol? ¿Coraje? ¿Idiotez?

Claro, para los que son poco amigos de la naturaleza y no encuentran, como la señora de la historia, alivio en el recorrido por los jardines, hay otras opciones como la electroanestesia. Dos polos de corriente eléctrica insensibilizan de manera pasajera la zona donde trabajará el odontólogo. Pero ¿qué tal la audioanalgesia? Un rimbombante nombre para una técnica que consiste en colocarle al paciente un par de audífonos con su música preferida a todo volumen.

Se logra dejar en segundo plano el zumbido asesino de la fresa y, de paso, se consigue también algo de sordera gratuita. Aunque en Colombia no es una práctica corriente, en Norteamérica, especialmente en Estados Unidos, son muchos los odontólogos que emplean antidepresivos en dosis bajas para controlar los dolores crónicos.

¿Y qué de la fresa? ¿Es cierto que ya se emplea el rayo láser como sustituto dl molesto aparato? La vida de la fresa, al menos por ahora, está garantizada. “El láser es muy útil para eliminar la lesión de las caries –anota Manuel González- pero solo la fresa sirve para definir paredes y dar forma al lugar donde se va a aplicar el material”.

Es la misma fresa que cuando se encuentra con alguna terminación nerviosa del diente produce un dolor que nadie puede controlar del todo, sea cual fuere la técnica de insensibilización elegida.

Con la fresa y sus dolores poco problema tienen los ortodoncistas, quizás los que menos recurren a ella en el gremio. Lo suyo, como diría un adolescente en argot ramplón, “es la bocelería”. Orly Solano asegura que “la ortodoncia produce molestias y dolores leves, pero aceptables. La aparatología está más cerca de la incomodidad que el dolor”. Hierros en la boca, encías sangrantes y labios cortados, todo eso ha quedado atrás.

Los dolores y las enormes molestias de los frenillos y brackets son cosa del pasado. “Hoy ya no se usan los alambres pesados ​​y gruesos de antes -dice la doctora Solano- pues hay una serie de aleaciones de níquel y titanio que permiten fabricar aparatos más livianos y flexibles para el movimiento de la boca”.

Metales maleables, resinas, brackets de cerámica y alambres rectos son ya cotidianos en cualquier procedimiento de ortodoncia. Lo único que no cambia, que permanece, es algo que técnicamente se conoce como “elástico” y que los simples mortales bautizaron cauchito, incómodo compañero de quienes no pueden hacerle el quite a la aparatología oral.

A pesar de los avances que pueden lograrse en materia de anestésicos o materiales o técnicas, lo cierto es que los odontólogos coinciden en que la mejor manera de hacerle frente al dolor es con una hoja clínica adecuada y tiempo para conversar y conocer al paciente.

Para Patricia Schiemann, sin embargo, hay un inconveniente capital que está íntimamente relacionado con la manera de pensar del colombiano: “En Colombia se tiene la idea errada de que el odontólogo que no hace un procedimiento es malo. Si no se extrae, se taladra o se usa la fresa, la plata se perdió y el profesional no sirve”.

Infortunadamente no es el único obstáculo de esa comunicación preventiva del dolor. El otro gran enemigo de la relación médico -paciente se llama salud prepagada. “¿Cómo usted va a conversar con su paciente -dice Manuel González- si tiene que atender a uno cada cuarto de hora dentro del esquema de las prepagadas?”. Y si no hay conversación no hay conocimiento ni confianza, y viene el temor, hermano menor del dolor.

Obstáculo final de la comunicación: tapabocas, máscaras, petos y gafas especiales que no están allí por capricho. O, mejor, están allí por dos caprichos mortales de la naturaleza: hepatitis B y sida. Pero no hay por qué preocuparse, pues el pánico de contraerlos no es solo de quien está en la silla. El hombre de las manos adentro de la boca también está interesado en conservar la vida…

¿Son buenos los colombianos para el dolor en la consulta odontológica? “Los hombres son más flojos para soportar el dolor-dice Orly Solano- pero son mejores pacientes, acatan lo que se les dice. La mujer es más preguntona”.

Lo cierto es que unos y otras son muy susceptibles al dolor, excepto si se trata de vanidad, porque para verse bien un colombiano es capaz de blanquearse los dientes con peróxido de hidrógeno corriendo el riesgo de acabar con la pulpa del diente (cuidado con los productos de telemercadeo), o adherirse incómodas placas dentales para aparentar una sonrisa a lo Hollywood o, incluso, como sucedió en un pueblo no hace mucho, hacerse extraer todas las piezas buenas para ponerse una caja y no volver a preocuparse jamás por los dientes.

En la lucha contra el dolor no hay, al menos en términos odontológicos, tecnologías benditas que libren al paciente de la incomodidad. Los cambios están en las personas, en la actitud de profesionales que finalmente han entendido que a quien atienden no se le puede tratar como si fuera un simple escenario de trabajo.

Es mucho lo que se ha avanzado, pero dolor y odontología son por ahora ideas afines. Y no se necesita ser un experto para saber que un tipo específico de dolor no desaparecerá jamás de los consultorios: el de la hora del pago.

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noviembre
29 / 2018