¿A dónde se fue el ingenio bogotano?

Daniel Samper Pizano
Esta partida de defunción del ingenio bogotano es de muy vieja data. Fue escrita hace ya casi sesenta años, el 3 de agosto de 1926. La firmaba un tal Publio Léntulo, seudónimo de alguien cuya identidad verdadera no conocimos, y fue publicada por El Mundo al Día.
Se escribió la nota a raíz de un concurso de coplas que figuró en el programa del Carnaval de los estudiantes. También El Tiempo de la época se refirió al evento, y en términos no muy distintos. Según el diario del joven Eduardo Santos, “el concurso de coplas pudo ser declarado en blanco por el jurado calificador”. El Mundo al Día se quejaba, finalmente, de “los tiempos modernos en que la literatura de avisos y clichés ha desalojado de sus antiguos dominios a la literatura de sentimiento”.
Leer esta noticia en viejas colecciones de prensa depara una auténtica sorpresa. ¿Cómo así que el ingenio bogotano estaba ya muerto, sepultado y fétido en 1926? Muchas veces hemos leído notas en que se culpa de la muerte del ingenio bogotano sucesivamente a:
1) La II Guerra Mundial.
2) La radio.
3) El bolero.
4) El merecumbé.
5) La televisión.
6) El betamax.
La situación es muy simple
Si el ingenio bogotano había fallecido en 1926, fue imposible que lo asesinaran los locutores de radio, Pacho Galán, Agustín Lara, las cuñas de papel toilette en televisión o Michael Jackson en las décadas siguientes.
Sin embargo, los sucesores de Publio Léntulo suelen achacar la muerte del ingenio bogotano a uno o varios de estos fenómenos. Agustín Lara y el papel toilette, o Michael Jackson y los locutores de fútbol.

Pero, suponiendo que existió alguna vez, ¿en qué consistía el tal ingenio bogotano cuyo cadáver deambula repartiendo culpas generacionales desde principios del siglo?
Publio Léntulo lo califica pero no lo explica: “Federación de espíritus selectos, flor de cultura de rica fragancia y de armoniosas y regocijadas efusiones intelectuales”. A juzgar por las palabras del tan mentado Publio, el ingenio bogotano no se manifestaba particularmente a la hora de las definiciones. Su fuerte, quiero decir, no era la economía de adjetivos.
¿Entonces a dónde fue o qué se hizo el ingenio bogotano?
La consulta de varios autores especializados en el tema-Moratín, Frailejón, José Vicente Ortega Ricaurte- permite hacerse una idea sobre la suspirada virtud. El ingenio bogotano era algo así como un regusto intelectual y un zumbón por las manifestaciones elegantes, repentistas, cultas e inteligentes del humor.
Antiguos textos permiten deducir que el ingenio bogotano se repite sobre todo en verso, porque todos los colombianos somos poetas antes que cualquiera otra cosa. Fíjense en Belisario y verán
Hemos aceptado en gracia de discusión que el ingenio bogotano existió y vino a morir antes de 1926. Ahora conviene preguntarse, primero que todo, cuando nació y, segundo, quién le dio muerte.
Para responder a la pregunta inicial resulta indispensable bucear en algunos antecedentes del fenómeno en estudio. Se trata de algunos poetas festivos anteriores a la Independencia que participaban en ateneos culturales y bebetas literarias.
Lo paradójico es que muchos de estos ingenios bogotanos “eran popayanejos, como don José María Valdez, nacido y muerto antes de 1800, a quien se atribuye la siguiente quintilla o epigrama:
San Martín, con ser francés,
Partió la capa con Dios;
Y tú, Martín de Valdez,
Si Cristo tuviera dos
quisiera quitarles tres.
Francisco Antonio Rodríguez (1755-1817), no sólo era de Popayán y antepasado de Edgar Negret sino un divertidísimo poeta, precursor de León de Greiff. Suyo es un largo y festivo Poema titulado “Felicitación”, que dedica al oidor Nicolás Prieto y Dávila. Un botón de muestra:
Me alegro, me realegro, me archi-alegro;
me proto-alegro y me tatara-alegro.
Musas, sedme testigos que este día
llega hasta lo infinito mi alegría;
y que en fe de lo que amo a tal oidor,
seré desde hoy devoto con fervor
del audio audis, sus tiempos y sus modos,
de sus compuestos y parientes todos…

Un cachaco no puede salvar el ingenio bogotano
José Ángel Manrique Santamaría, ese sí cachaco, era compañero de Rodríguez en la Tertulia del Buen Gusto, aunque 22 años más joven que el popayanejo. Manrique fue a venerar alguna vez a Tocaima y regreso odiando el lugar con tal fuerza que se sentó a escribir una obra llamada “La Tocaimada”, donde denigra de la villa.
Sin que los concejales supieran el contenido del poema, lo hizo llegar al honorable cabildo municipal en pliego sellado. La obra fue leída con creciente indignación y sorpresa en una memorable sesión extraordinaria, toda vez que el poema contenía versos del siguiente corte:
La escama el adorno del pescado
Y yo puedo exigir todo homenaje
de cualquier animal que sea escamado.
El que habita en Tocaima, mozo o viejo,
cubrirá con escama su pellejo.
Remataba uno de los capítulos con la siguiente profecía:
En menos de cien años, os prometo
que sabrán en Tocaima el alfabeto.
¿Desde España llega la salvación?
Manrique -antepasado del ingenioso hidalgo bogotano Jorge Manrique Terán- fue un anticipo de los poetas humoristas de la Gruta Simbólica. En su Historia de la Literatura Colombiana observa José María Vergara: “Es lástima que su numen fuese siempre la ironía”.
También se puede incluir entre los ingenios del siglo 17-o “Protoingenios” para seguir a Rodríguez-a don Francisco Javier Caro, nacido en Cádiz y autor de numerosas décimas jocosas como de la familia Caro en Colombia, que dio algunos ingenios bogotanos más tarde, con don Víctor Eduardo.
En la segunda mitad del siglo 18 y al despuntar el 19, pues, los mejores ingenios bogotanos eran oriundos de Popayán y hasta de España. Pero ya empezaban a aparecer esos juegos de palabras y comentarios agridulces que han sido ingredientes del humor cachaco. La pesquisa en busca del ingenio bogotano nos dice que se ocultó durante los primeros años de la República.
De Las convulsiones a El Alacrán

Los personajes de la época eran demasiado solemnes como para sentarse a escribir chispazos, excepción hecha de Luis Vargas Tejada, el santafereño autor de la comedia Las convulsiones. No tarda, sin embargo, en reaparecer con dos llamados “ingenios bogotanos” que- nuevamente- eran ingenios pero no eran bogotanos.
Se trata de Joaquín Pablo Posada y Germán Gutiérrez de Piñeres, redactores de El Alacrán. Fue una publicación periódica dedicada a la utopía y a la sátira. Defendía, por la primera razón, una especie de socialismo angelical impracticable; y utilizaba, por la segunda causa, poemas cáusticos para criticar las costumbres y la política de la época. Los versos de El Alacrán eran de este tenor:
Don Florentino se va,
después de que nos metió
en tan hondos laberintos,
a Europa de embajador.
y estando el tesoro limpio
Quince mil pesos chupó.
A un joven venezolano
ayer tarde pregunté:
“¿Por qué se ha venido usté
De su tierra?”. Y dije: “Hermano,
con gusto se lo diré;
yo me vine para acá
porque los pardos de allá
son perversos malhechores”.
-¡hizo mal, pues son peores
los Pardos de Bogotá!
Un anaquel de recuerdos
Comprometidos los dos redactores con el movimiento de artesanos y militares que condujo al poder en 1854 al general Melo, se derrumbaron con la dictadura pocos meses después. El Alacrán, sin embargo, sigue siendo uno de los hitos de referencia en la historia del periodismo nacional. Y, por supuesto, del ingenio bogotano.
Vinieron luego épocas de lucha y guerras civiles durante los cuales anduvo medio eclipsado el germen. ¿O el numen? Pero ya estaban por llegar sus mejores días. La generación de 1860-1880 dio a luz a un considerable grupo de cachacos que ya no se dedicaron a la guerra y las frases altisonantes, como sus antepasados, sino a la bohemia y el comercio.
El Mundo al Día suministra la lista casi completa de personajes que integraron la famosa Gruta Simbólica por los tiempos de 1900: Jorge Pombo, Clímaco Soto Borda, Rafael Espinosa Guzmán, Eduardo Ortega, Edmundo Cervantes, Federico Rivas Frade, Julio De Francisco, Rudesindo Gómez, Toto Ramírez, Alejandro Vega, Diego Uribe, Julio Flórez, Luis María Mora, Francisco Restrepo Gómez …
La gruta simbólica del ingenio bogotano
A ellos se sumaron más tarde las divisiones inferiores del ingenio bogotano, integradas principalmente por el chiquinquireño Antonio “Jetón” Ferro, el valluno Carlos Villafañe, Arturo Manrique, Federico Martínez Rivas y Alberto Sánchez. El primer nieto de la Gruta Simbólica fue Federico Rivas Aldana, el popular “Fraylejón”.
La Gruta Simbólica es el mojón central del “ingenio bogotano”. Se supone que nunca antes el humor local explosión de semejante talento, y que nunca después se repitió el fenómeno.
Firmaron muchos de sus chispazos con la razón social colectiva de Cástor y Pólux, mote que se atribuye equivocadamente tan sólo Clímico Soto Borda y Jorge Pombo.
Sus versos y retruécanos son bien conocidos, lo cual me exime de intentar una nueva antología. Tan sólo me permito recordar una de sus más famosas quintetas:
“¡Que paren las mulas!”, Gritaba Ana Rosa,
“Que paren las mulas en la cambiavía!”.
Y Dice un borracho con voz mistelosa:
“No paren las mulas, no sea mentirosa;
las mulas no paren, que siga el tranvía”.
Al llegar los años veintes han muerto hasta casi todos los representantes de la Gruta Simbólica (Jorge Pombo en el 12, Soto Borda en el 19) y vemos ya cómo la prensa de la época decide que también ha pasado a mejor vida El ingenio bogotano.
En la lista de ejemplares desaparecidos, sin embargo, se olvidan de mencionar a uno de los más significativos y hondos representantes del humor bogotano:
José Asunción de Silva (1865-1896). Los versos de la última etapa de Silva- “Gotas amargas” – deben figurar entre lo mejor del esquivo ingenio bogotano. Son pequeñas obras maestras llenas de filosofía, escepticismo y humor negruzco:
Ella lo idolatraba, y él la adoraba.
-Se casaron al fin?
-No, señor: ella se casó con otro.
-¿y murió de sufrir?
-No, señor: de un aborto.
-Y él, el pobre, ¿puso a su vida fin?
-No, señor: se casó seis meses antes del matrimonio de ella, y es feliz.
¿Sería que el ingenio bogotano murió cuando murieron los poetas de la Gruta Simbólica?
No se puede negar, sin embargo, que eran ingeniosos José Manuel Marroquín, autor de “La Perrilla”, don Ricardo Carrasquilla y don Rafael Pombo, todos los cuales -aunque de una generación anterior- eran coetáneos de los grutistas y ajenos al grupo.
Como lo fueron, más tarde, Eduardo López, Pablo Murcia, Ángel Peñarredonda y otros contertulios del café Windsor. O a partir de los años 30 Jotavé Castillo. Pisaron nuestros días Alfonso Castillo Gómez, Klim y Ricardo Arbeláez.
Hernando Martínez Rueda, el popular “Martiñón”, no era bogotano pero nadie le discute su condición de ingenio. Y todavía demoran en nuestros periódicos algunos sucesores de Fraylejón, que comentan la noticia del día con epigramas de estirpe grutasimbolista.
Tal vez tiene una razón El Mundo al Día:
El hecho de que se detecten ocasionales movimientos en el fiambre del ingenio bogotano no significa necesariamente que esté vivo. Puede tratarse de meros reflejos. Reflejo Alfonso Castillo, reflejo Klim, reflejo Martiñón. Reflejo Gonzalo Clopatofsky, reflejo Tizor (Alfonso Ortiz Márquez), reflejo Jaime Santos. Y tal vez la culpa no es de” avisos ni clichés “, como aseguraba el Mundo al Día; ni de la radio, la televisión o el betamax, como podría suponerlo uno ahora.
El ingenio bogotano se escondió, entró en catalepsia o falleció porque se acabaron las condiciones de su cultivo, particularmente las tertulias. Donde hubo tertulia hubo ingenio, hubo una gracia o por lo menos hubo esfuerzos por lo uno o por lo otro.
Se acabó el ingenio bogotano
Pero el tamaño de la ciudad, la lumpenización del centro y las complicaciones de las burocracias modernas acabaron con las tertulias. Se acabaron las grutas y se acabaron los cafés. Por ahí intentó subsistir El Automático, pero no hubo quién tomara el puesto que se iban muriendo: León De Greiff, Santiago Pardo, Hernán Merino.
Sin tertulias no hay ingenio, parece ser la ruda conclusión de todo el asunto. Ni en Bogotá, ni en Barranquilla, ni en Medellín va quedando de eso. El único lugar del país donde aún es posible encontrar ingenios es el Valle del Cauca. Y no hay uno solo que no sea de los Caicedo o de los Eder, ninguno de los cuales sabe qué es un retruécano.
¿Está de acuerdo con Daniel Samper Pizano? Escríbanos en el recuadro de comentarios