Tom Waits, la poesía ‘beat’ en el rock and roll

Conozca aquí sobre uno de los grandes músicos de culto del siglo XX.
 
Tom Waits, la poesía ‘beat’ en el rock and roll
Foto: Andreas Lehner, Flickr, CC BY 2.0
POR: 
Luis Fernando Matta B.

Publicado originalmente en la Revista Diners N. 300, de marzo de 1995.

Aunque el éxito comercial haya eludido a Tom Waits, es innegable que él se ha convertido en una figura influyente en el mundo de la música. Inició su carrera en la secundaria tocando piano y acordeón, y desde sus primeras publicaciones, ‘Closing Time’ de 1973 o ‘The Heart of Saturday Night’ de 1974, empezó a desarrollar un estilo totalmente personal e inclasificable, mezcla de jazz y blues con elementos vanguardistas aderezados siempre con unas letras que por sí solas, lo consagran como uno de los grandes cantores de la vida norteamericana.

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Pero su música, una especie de lamento que se acerca peligrosamente al blues urbano, supera en mucho las a veces simples historias del rock –heredero directo del blues– y describe el lado duro de la calle.

Su lirismo se toca muchas veces con la visión de escritores como Charles Bukowski, y en él pueden escucharse las quejas del desdibujado significado del sueño americano.

Puede sentirse el eco –no muy lejano– de los beatniks que buscaban el conocimiento en el abismo: desapego respecto de todo comportamiento social, abuso de ciertos productos ilícitos y exploración de la mente comenzando por lo que la mayoría considera como lo más bajo y que necesariamente no lo es.

Waits, como Bukowsky y la generación beat de Burroughs, Kerouac a Ginsberg, plantea tanto un despertar espiritual como la transformación de la sociedad norteamericana, fascinada con la idea delirante de una América imperial y todopoderosa. Un sentimiento de soledad quizás.

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La música de Tom Waits tiende cada vez más a los espacios oscuros, llenos de humo y bohemia, algo que él conoce muy bien. La pequeña colonia de artistas que corría los sitios nocturnos de Los Ángeles podía verlo cada noche aporreando un piano en el famoso Café Troubadour mientras rugía frases incongruentes mezcladas con algunas palabras soeces.

Luego, como nos cuentan varios cronistas “algún alma caritativa, a menudo en forma de mujer, conseguía llevárselo”. A principios de los años 80, cuando ya no se daba un centavo por su vida artística. Tom Waits se vio salvado por sus amigos: Francis Ford Coppola le encargó la banda sonora de ‘One From the Hearth’, y empezó a confiarle papeles anecdóticos en sus películas. Banda sonora que lo hizo merecedor de una nominación a los premios Oscar.

Aquel trabajo más estable le dio un empujón y le permitió iniciar una serie de creaciones que, en su mayoría, han desbordado el sentido musical. Podríamos aplicar calificativos como feo o antiestético y esperar que las letras sean valiosas como para compensar esta agresividad.

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Waits nos acerca a un punto del que no podemos regresar. Pone en nuestros oídos la decisión de seguirlo hasta sus últimas consecuencias, o abandonarlo una vez más, como si quisiera quedarse solo en su estudio haciendo lo que le dé la gana.

Ve belleza donde todos vemos podredumbre, escucha arte donde todos oímos ruidos. Y esto, como nos dice Waits en sus canciones, abunda en nuestro mundo. Escuchar a Waits no es fácil, ni pretendamos que lo sea.

Escuchar a Waits es un reto que nos exige, que nos compromete, que nos estrella contra el piso. Tom Waits vive en Nueva York, asegura que ha dejado de fumar, bebe con moderación y ha iniciado una sólida carrera como actor de teatro y cine.

Otro de sus actuaciones fue el de un abogado desquiciado en la película ‘Drácula’ de su amigo Francis Ford Coppola. Todo en Waits denota una intensa búsqueda hacia delante. Es profundamente extraño, agresivamente sardónico y dolorosamente humano. Ese es su arte.

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marzo
23 / 2018