Tiziano: un canto al color

POR: Óscar Mena
 / febrero 28 2018
POR: Óscar Mena

Publicado originalmente en la Revista Diners N. 314, de mayo de 1996.

Dijo Vasari: “Ha sido Tiziano más sano y afortunado que ninguno de su pares, y nunca ha recibido de los cielos sino favores y felicidades”. Quería significar con ello no sólo la excelencia de su arte sino la benevolencia de la fortuna para un ser “gentilísimo, de buena crianza y dulcísimas costumbres y modales”.

Hubo arte antes y después del veneciano, pero nada será igual tras su presencia en la pintura. Luego de unos inicios bastante inseguros en su tierra (había nacido en 1487 ó 1490)

Tiziano Vecelli se impuso en una difícil competencia a todos sus contemporáneos con su despliegue sin par retratos, escenas mitológicas de cuño pagano y cristiano y su mezcla desbordada de sensualidad y mística refinadas.

Lo singular de su carrera consiste en que produjo durante setenta años el volumen cuantitativo y cualitativo de cuadros más impresionantes de la historia hasta entonces.

Pero más que su enorme fecundidad, lo que asombra es el incesante crecimiento de su potencia estética y de sus medios pictóricos. Tiziano jamás se cansó, nunca decayó en su calidad.

Se por el anticipó, por el contrario, a sus sucesores –epígonos suyos como Rubens– o seguidores de sus descubrimientos como los impresionistas, de los cuales fue indiscutido precursor en el uso de las manchas de color y del claroscuro.

“Sus figuras se mueven y sus carnes tiemblan… en las composiciones luchan y juegan siempre luces con las sombras… del mismo modo que lo hace la naturaleza”

Su primera obra gigante –La Asunción– lo convirtió en pionero de la moderna pintura religiosa. En adelante la pasión cristiana se mezcló con la pasión pagana, y su alegría de vivir contaminó su mística trascendente.

El amor sagrado y profano es la conjunción perfecta de esas pasiones entrelazadas. Ese primer período de equilibrio entre el mito religioso y el profano dio paso al predominio de este último, cado protagonista de su talante cortesano de eximio retratista de Reyes y Papas.

Nombrado pintor oficial de la corte de Carlos V, tras su impresionante imagen de Poder Real vertido en mito, Tiziano emprendió la labor iconográfica con el sucesor de Felipe II y Paulo III y con sus sobrinos el cardenal Alessandro y el duque Otavio Farnesse.

Desde ahí consolidó su lenguaje definitivo. Tras su visita a Roma abandonó el naturalismo ilusionista por una tendencia manierista de intricadas y complejas composiciones.

Muestra de ello es su serie de los Condenados y Furias. Al final de su vida el maestro Tiziano Vecelli bordeó la visión extática con rasgos orgiásticos como el de su serie Las Venus hechas de carne y pasión más que de ensueño.

Aunque esta fase es muy diferente de la inicial, sin embargo alcanzó la maestría en la finura y elegancia primeras matizadas ahora con los trazos sonoros y las manchas que de cerca no pueden verse pero que de lejos parecen perfectas.

Este es el aporte capital de Tiziano a la posteridad: que la luz y el color pueden ser contrapesados con las formas para conducir nuestras miradas a lo largo de ciertas líneas.

Terminó pintando más con los dedos que con los pinceles, pero nos dejó muestras de un talento senil capaz de producir su Autorretrato semejante a un “fantasma inspirado en una vida interna de vidente”. Así quedó al final su rostro como una luminosa y misteriosa vibración cromática.

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febrero
28 / 2018