Federico García Lorca: ¿Poeta o mártir?

María Mercedes Carranza
Revista Diners de mayo de 1998. Edición 338
Si Federico García Lorca hubiese vivido habría sido académico de la Lengua; casi seguro habría ganado el Premio Nobel, además del Cervantes y el Príncipe de Asturias y luciría tan feo o más que Rafael Alberti. Y, sin duda, habría llegado a ser un gran poeta.
Porque en verdad, y para decirlo con palabras de Borges, Lorca es un poeta menor. Y muy menor frente a otros de su misma generación, como Luis Cernuda y Pedro Salinas. Pero en su obra se atisba a un poeta de primera, que lo hubiera sido si no lo asesinan a los 38 años de edad. Ese escritor grande se advierte, por ejemplo, en Poeta en Nueva York, conjunto que constituye una interesante ruptura con su poética anterior. Es este, un libro complejo, con un lenguaje denso, en el que toca temas espinosos, como la discriminación racial y el amor homosexual masculino.
Durante su angustia da vivencia de un año en Nueva York, Lorca deja de ser el “juglar gitano”, ese cantor populista y folclórico, que echa mano sin pudor de las cancioncillas anónimas de tipo tradicional Arbolé arbolé/ seco y verdé”) que produce poemas tan cursis como el inolvidablemente malo de “La casada infiel”: “Y que yo me la llevé al rio creyendo que era mozuela, pero tenía marido”.
Se intuye también al poeta futuro en partes del Romancero gitano, a pesar de la juerga flamenca, tan típica, y del gitanismo a menudo barato. Pero hay allí unos destellos promisorios de muerte, sexo, magia y nocturnidad, y un manejo interesante de las cualidades líricas, narrativas y dramáticas del romance.
¿Por qué entonces sólo se leen y se oyen panegíricos, alabanzas y loas a la obra de Lorca? ¿Por qué nadie se aventura a una tímida crítica? Porque existen dos problemas que han impedido acercarse sin prejuicios ella: la política y el homosexualismo, que lo han con vertido en mártir, gracias a la desvergonzada utilización de su persona y de su obra. Pero también en su caso política y homosexualismo se mezclan y dificultan más aún la valoración de aquella.
Veamos: a García Lorca lo asesinan apenas un mes después de la rebelión militar encabezada por Franco habiendo sido ya tomada Granada por los llamados nacionales. Y lo asesinan por órdenes provenientes de ese bando. La reacción inmediata es ocultar y mentir sobre tal atrocidad, a la par que se busca restar importancia a la obra de Lorca. Como es obvio, este se convierte al final y después de la Guerra Civil en una bandera antifranquista sumamente atractiva. Así nace el mártir.
El franquismo no se deja y alega que no fue un crimen político sino una pelea de homosexuales. Con ello se cubre con un manto de vergüenza algo que el mismo García Lorca asumió de frente, como consta en varios de sus poemas. Pero por obra y gracia de la desinformación y de la falacia esas inclinaciones sexuales se convierten en un secreto a voces del que nadie se atreve a hablar, porque al que lo haga se le tacha de fascista y asesino. Y lo mismo a quien diga que tal vez no es el poeta genial que se pretende.
Hoy las cosas comienzan a cambiar, por lo menos en lo que se refiere a los problemas que han impedido ver a Lorca sin prejuicios. En materia política, se acepta que no era comunista, sino un republicano liberal, un “rojo”, que no militaba en ningún partido ni se interesó por trabajo político alguno. Se sabe ya -lo ha investigado admirablemente Ian Gibson- quiénes lo asesinaron y por qué, y no se duda de que fueron los nacionales de la ultraderecha católica, agrupados en la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas).
Se conocen todos los intentos de ocultar y deformar los hechos por parte del régimen franquista. Falta ahora que se pueda hablar y opinar sin temor sobre la obra lorquiana. O sea: que deje de ser el mártir político de la izquierda y el pecado de la derecha En cuanto a su homosexualismo, la intelectualidad del mundo entero lo satanizó por las razones ya explicadas. Tanto que hubo investigadores serios que fueron arrojados a las tinieblas exteriores por mencionar el tema. ¡Y pensar que García Lorca inventó incluso un término -epentismo- para referirse al homosexualismo y no tuvo reparo en mencionarlo en sus poemas como “el amor oscuro”! Vale la pena transcribir uno de sus sonetos, “Noche de amor insomne” en el que no deja duda de su actitud frentera hacia sus inclinaciones sexuales:
Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las quejas mías
momentos y palomas en cadena.
Noche abajo los dos. Cristal de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de agonías
sobre tu débil corazón de arena.
La aurora nos unió sobre la cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin que se derrama.
Y el sol entró por el balcón cerrado
Y el coral de la vida abrió su rama
sobre mi corazón amortajado.
Hoy, el mismo Gibson -biógrafo por excelencia de Lorca- ha emprendido el trabajo de estudiar el reflejo del homosexualismo en su obra. Pronto, tal vez, podrá hablarse de eso sin prevenciones, tal y como se habla del homosexualismo de Cernuda y de Aleixandre, para mencionar sólo a sus más cercanos. Cuando llegue el día en que desaparezcan los fantasmas que manipulan, falsean y tergiversan la obra lorquiana, se entenderá la verdadera dimensión de un crimen que silenció a alguien que iba en camino de convertirse en una de las grandes figuras de la literatura española. Y no lo dejaron.